Las Taser: un recurso que evita abusar de las armas de fuego
Las pistolas Taser son dispositivos conductores de energía que forman parte del conjunto de armas denominadas alternativamente como “no letales”, “menos letales”, “de cumplimiento” o “pacificadoras”. Sus usos se tornan indispensables en situaciones donde es necesario ejercer cierto grado de fuerza, pero donde el uso de armas de fuego sería desproporcionado y –por tanto– no cumpliría con el principio de proporcionalidad.
Este conjunto comprende un amplio abanico de dispositivos, algunos de los cuales ya son empleados por las policías argentinas para el ejercicio de la fuerza pública.
Dispositivos conductores de energía –Taser, XREP (versión ina lá mbr ica) u otro de contacto– pueden inducir contracciones musculares involuntarias que incapacitan temporalmente a la persona. Otros –correas de control de custodia electrónica, correas de aturdimiento o restricción electrónica y cinturones paralizantes– activan remotamente una descarga sobre quien los porta, y son usados en cárceles. De hecho, hay tanta o más necesidad de armas menos letales en el personal penitenciario que en el policial.
Dispositivos de energía dirigida –láser o micro-ondas– han sido crecientemente empleados por fuerzas militares para incapacitar personas, misiles, vehículos o drones en operaciones urbanas.
Productos químicos –gas pimienta, gases lacrimógenos, bombas de olor, bolas de pimienta (bolsas que liberan polvo de pimienta al golpear una superficie)– buscan dispersar una aglomeración o liberar un espacio.
Dispositivos de distracción –láser deslumbrante, luces brillantes y ruido– son usados para incapacitar temporalmente a las personas, con bajo riesgo de daño, generalmente en situaciones tácticas especiales (allanamientos, toma de rehenes).
Tecnología para detener vehículos –inhibidores (espuma de poliuretano) y potenciadores (acetileno) de la combustión, pulsos electromagnéticos, señales de radio y microondas para afectar siste- mas de encendido y control de sensores, espumas cubre-parabrisas y dispositivos de restricción física (tiras de clavos o redes)– son usados en persecuciones de alta velocidad. También las barreras físicas de todo tipo.
Dispositivos de impacto –bastones, postas de goma, hidrantes, balas de plástico cubier tas con gel, silicona o espuma–, para expandir o focalizar la fuerza física, generalmente empleados en desórdenes públicos.
Dispositivos de ralentización, que se acoplan al cañón de una pistola y “atrapan” la bala, como una bolsa de aire, lo que hace que vuele aproximadamente a una quinta parte de su velocidad. Entonces, en lugar de penetrar y potencialmente matar al sospechoso, la bala ralentizada solo lo derriba, lo que reduce la letalidad potencial.
El creciente uso de estos dispositivos se debe, por un lado, a la cada vez más extensa variedad de situaciones que reclaman el ejercicio de la fuerza pública y, por otro, a la demanda rigurosa de ejercerla de manera apropiada, esto es, minimizando los riesgos y daños de ciudadanos, policías y sospechosos. Ahora bien, la incorporación de estos dispositivos no debe limitarse a una mera adquisición de equipamiento o tecnología, sino a la mejora de la práctica actual. La Taser, por caso, tiene un valor instrumental y se la debe juzgar como tal. Por caso, ¿es bueno o malo el bisturí? Es bueno si es usado por una mano experta –un cirujano– que sigue un procedimiento testeado como efectivo –protocolo de intervención quirúrgica. Por el contrario, puede ser malo en la mano de cualquiera que no sea experto o no siga los procedimientos testeados.
Por ello, la discusión pública no debe centrarse en el instrumento sino en las capacidades requeridas para que tal instrumento mejore las prácticas policiales referidas al ejercicio de la fuerza pública. Tales capacidades implican tanto las habilidades del personal policial –técnicas de uso y, sobre todo, criterios para el empleo – como los mecanismos de rendición de cuentas, cuestiones que exceden una simple licitación de compra.
¿Es bueno o malo el bisturí? Es bueno si es usado por la mano experta de un cirujano, que sigue un procedimiento testeado como efectivo