EL MITO DEL ETERNO RETORNO
Las casas blancas apiladas en Anafiotika; los sabores nacionales y la hospitalidad rústica en Koukaki; las playas de Hidra... ¿Más razones para quedarse en Atenas? Sí, la belleza clásica.
Atenas tiene una historia de milenios. Esta antigua metrópolis se ha recuperado de batallas y recaídas una y otra vez, demostrando que es resistente como ninguna otra. Ubicada sobre los estratos de varias civilizaciones, a la capital griega le sobran glorias que ofrecer a los visitantes. Sin embargo, adiciones recientes como el Centro Cultural Fundación Stavros Niarchos demuestran que esta urbe en el centro del Mediterráneo no teme edificar nuevos monumentos y dejar una marca audaz para la posteridad. Sin mencionar la “philoxenia”, o la idea griega de amar y dar la bienvenida a los extranjeros, no sorprende que Atenas haya recibido a un número récord de turistas el año pasado. Hay muchas cosas que experimentar en esta ciudad histórica. Día 1. Nueva ágora Completado en 2016, el Centro Cultural Fundación Stavros Niarchos, diseñado por Renzo Piano, alberga la biblioteca y la ópera nacionales en un espacio distribuido hermosamente y lleno de olivos jóvenes. Hay un recorrido arquitectónico en inglés a las 10, y también una clase gratuita de taichí al aire libre, o podrá acomodarse en las sillas color cereza de la sala de ópera para admirar la acústica impresionante del lugar. O simplemente pararse bajo el tejado que genera energía solar y disfrutar la vista de 360 grados de Atenas y el mar. Baje del autobús gratuito que llega desde el Centro Cultural Fundación Stavros Niarchos hasta la estación SyngrouFix del metro y piérdase en el vecindario de moda de la ciudad: Koukaki. Las aceras alguna vez somnolientas, llenas de naranjos amargos, han cobrado vida con boutiques y cafeterías al servicio de los jóvenes atenienses y de los turistas europeos. Para entender los orígenes humildes de Koukaki, póngase cómodo dentro de Takis Bakery, que desde 1962 elabora aros de pan de semillas de sésamo (“koulouri”), suntuosas tartas de queso y pastelitos que se venden por kilo. Al otro lado del callejón estrecho, los niños del panadero continúan la tradición familiar de Papadopoulos. Por último, Drips es un
diminuto bar donde puede recuperar energía con un fresso espresso, una dosis de cafeína con hielo (€1,90). Han surgido muchos lugares extravagantes en la zona de Koukaki, pero sus residentes siguen siendo leales a Fabrica tou Efrosinou, un restaurante del vecindario que se extiende hasta la acera. Una comida aquí es un viaje por Grecia, con ingredientes de temporada traídos de varias islas del país, además de los quesos y vinos exclusivos de la nación. Desde una ensalada de zapallitos con abundantes hierbas (€ 8,20) hasta un pulpo cocinado a fuego lento en una olla de barro (€ 18,40), cada plato eleva la cocina rústica con un toque de sofisticación capitalina, por lo que está a la altura de su nombre, que honra al santo patrono de los cocineros.
Día 2. Atenas blanca
Comience la mañana con un paseo en el enclave central de Anafiotika, con casas blancas casi apiladas entre sí. Los pobladores de Anafe, la diminuta vecina de Santorini y una de las islas del archipiélago de las Cícladas, construyeron este enredo geométrico de cabañas en el siglo XIX. Aquí, las flores salen de macetas de terracota para adornar los senderos laberínticos donde los gatos callejeros esperan sin exigir que se los acaricie. Incluso el viajero más alternativo perdería mucho si no va a la Acrópolis, que ocupa un lugar apropiadamente elevado encima de la ciudad. La joya de la corona se conforma de sitios arqueológicos inimitables, entre ellos el templo del Partenón, que forma parte de un juego sin fin de Tetris para catalogar, restaurar y colocar sus muchos fragmentos (así como reemplazos para las partes faltantes). Con el fin de visualizar este símbolo de la civilización occidental sin subir todas esas escaleras, baje al Museo de la Acrópolis, donde se encontrará cara a cara con una reproducción del elaborado friso que alguna vez envolvió el templo. (La entrada a la Acrópolis cuesta veinte euros; la del museo, cinco euros). Actualmente no hay comercios en la antigua ágora en las faldas de la Acrópolis, así que para comer algo deberá ir al vibrante Mercado Central de Varvakeios,
donde los vendedores compiten para superarse en gritos presumiendo los pescados del día, vegetales coloridos y cortes de carne frescos. Los restaurantes nada pretenciosos que sirven alimentos de la granja a la mesa en todo el mercado, como Epirus, proporcionan la opción más fresca para atreverse a probar la patsa, el estofado de tripa, o la magiritsa, la sopa de vísceras de cordero que en otros lugares solo se come durante las primeras horas de la Pascua. A unos pasos del mercado, la tienda de especialidades Karamanlidika sirve pequeños platos y dosis de ouzo junto con una tabla abundante de carnes (€ 16) y pescado ahumado (desde € 5,50) en un edificio neoclásico restaurado. Si quiere un recuerdo comestible que pueda llevarse legalmente a casa, el local cercano de Ariana Olives, con casi un siglo de antigüedad, empaca al vacío lo que elija de entre las muchas barricas de conservas. Viaje en el tiempo a la era neolítica y después avance nueve milenios en el Museo Arqueológico Nacional de Atenas ( 10), que exhibe artefactos invaluables de las antiguas civilizaciones del Mediterráneo. Desde la máscara de oro de Agamenón hasta la sinuosa estatua de bronce de Artemisa, desde fragmentos de alfarería hasta joyas exquisitas, verdaderos testamentos de la longevidad del arte. En el centro de Atenas, clubes nocturnos al aire libre con vistas de la Acrópolis y la colina Licabeto engalanan incontables azoteas en calles de concreto que lucen engañosamente ordinarias. El Anglais, que apenas cumplió un año, es particularmente atmosférico, con luces colgadas en lo alto. A for Athens, en la bulliciosa plaza Monastiraki, sirve bebidas con nombres míticos, como Polifemo, el Cíclope, así como “cobblers” (tragos altos) con mastiha, la resina de árbol distintivamente fragante de Quíos (€ 12). Los platos que no combinan y las mesas de fórmica no son atractivos, pero el restaurante cretense Aster es muy recomendable para disfrutar de aperitivos, o “mezes”, como el salmón marinado en jengibre con ensalada de lentejas (€ 5,50) y albóndigas fritas con suntuoso yogur (€ 6). No deje de probar el dakos, con trozos de pan de cebada horneados dos veces, tomates maduros y queso cremoso (€ 4). Termine la noche del sábado en Psiri, un antiguo distrito industrial donde las ferreterías y los talleres de diseño ahora coexisten en armonía. Las calles arboladas que se desprenden de la plaza Iroon están llenas de locales bulliciosos abiertos hasta el amanecer.
Día 3. Monastiraki
A lo largo de la semana, no faltan las tiendas que tienen tableros de ajedrez cerca de la plaza céntrica de Monastiraki. Sin embargo, solo los domingos por la mañana, los acumuladores excéntricos van a la plaza Avisinias, donde exhiben sus curiosidades viejas. No obstante, quizá la verdadera atracción del mercado de pulgas sea ver a los atenienses que se reúnen en este lugar. En menos de media hora, el metro lleva de la plaza Monastiraki al puerto de Pireo, donde los trasbordadores y los cruceros zarpan hacia destinos lejanos, pero no tiene que envidiar a quienes se dirigen a Mikonos o Santorini. Hidra, una isla de 64,44 kilómetros cuadrados, llena de caletas y monasterios en la cima de las colinas, está a hora y media en trasbordador (€ 28). Ahí, los botes de pesca curtidos se mecen junto con los yates de lujo en el muelle de la ciudad principal, también llamada Hidra, donde vive la mayoría de los 2 mil habitantes de la isla. Después de una comida de queso frito en sartén y anchoas en una de las muchas tabernas del paseo marítimo, salga de esta pintoresca ciudad para darse un chapuzón en el mar con colores de gemas. Tendrá que caminar a menos que convenza a uno de los hidriotas de prestarle un burro: la isla está libre de motocicletas y autos.