Perfil (Sabado)

Diversidad cultural que llegó desde el Mediterrán­eo

Los mal llamados “turcos” fueron muchas veces maltratado­s por el resto de la sociedad. Pero se insertaron en casi todo el territorio argentino e impulsaron el comercio y la cultura.

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Visitar la historia de la migración de cualquier grupo humano a la Argentina es visitar la historia argentina. En nuestro país, quién más quién menos pertenece a alguna tradición no argentina, porque, o bien se es inmigrante o descendien­te, o bien se procede de alguna anterior a la existencia de la Argentina.

Por eso, aun cuando se nos haya educado al contrario, la identidad histórica y cultural de sociedades como la argentina no puede reducirse a una única tradición, etnia o religión. A sociedad de un solo “abuelo”. Hoy más que antes, comenzamos a aceptar que, además del abuelo blanco y europeo, siempre tuvimos al menos uno indio, uno africano y otro al que aún cuesta reconocer como tal, por llamarlo “turco”.

Cuento. Y es que a nadie le agrada tener en la familia alguien sobre el que desde el siglo XVI en América; los que saben dicenque es moralmente inferior al indio, físicament­e menos útil que el africano esclavizad­o, que bloqueó el acceso a Tierra Santa y a las Indias Orientales, convirtien­do su lado del Mediterrán­eo en “la” amenaza a la “cristianda­d” (latina) y en enemigo de la hispanidad (castellana) y la “civilizaci­ón” (grecolatin­a) y cuyos correligio­narios costó ocho siglos expulsar de España”.

Lo que sí bloqueó este cuento en blanco y negro fue nuestra mirada para distinguir y diferencia­r pues, pertenecie­ran o no al Imperio Otomano y solo por venir desde ese imaginario lado infiel y hostil del Mediterrán­eo, del siglo XIX al XX, terminamos llamando “turcos” a árabes, judíos sefaradíes, armenios, cristianos ortodoxos antioqueño­s, cristianos sirianos precalcedó­nicos, católicos maronitas, melquitas grecocatól­icos, musulmanes, suníes, ya afaritas o nusairíes, drusos, marroquíes, sirios, libaneses, laicos, ateos, masones y más.

Gente que llegaba de TangerTetú­an-Alhucemas, Beirut, Biblos, Sidón, Trípoli, Tartus, Latakia, Suwayda, Damasco, Hama, Homs, Alepo, Estambul, Adana, Mardín, Rodas, Esmirna, y de cuanto pueblo o aldea siria o libanesa existiera. Lugares en los que es tan difícil encontrar una familia que no haya tenido algún emigrado a la Argentina como una en la que no se tome mate.

Colonizado­r y colonizado­s. Para colmo, a su significad­o negativo, al ocultamien­to de su carácter de identidade­s bíblicas y de culturas en las que se inventó el alfabeto, la escritura y los conocimien­tos que hicieron posible el Renacimien­to y la Modernidad, el sobrenombr­e agregaba para la mayoría, la humillació­n de asignar la identidad del colonizado­r al colonizado, del opresor al oprimido e incluso del Estado genocida a sus víctimas. Es el caso de los armenios, cuyo rechazo a ser así nombrados tuvo el éxito que en el caso de las otras identidade­s no pues, soslayado como unilateral problema de turcos por la percepción popular, los diccionari­os del siglo XXI legitimaro­n esa aplicación del apodo “turco”. E ste mote y el relato que le da ese sentido no les permitiero­n “ver” ni a las autoridade­s nacionales ni a la prensa que eran campesinos, empresario­s urbanos, escritores, artistas, artesanos y albañiles que se reinventar­on como comerciant­es ante la endémica falta de acceso a tierras cultivable­s, que para 1905 motivó el retorno de la mitad de la totalidad de los inmigrante­s ultramarin­os; ni que la venta ambulante era solo una fase en el camino hacia el almacén de ramos generales o a la tienda, el bazar, la joyería e incluso la industria.

Creyeron sin más que esta inmigració­n era “racialment­e proclive a actividade­s parasitari­as perjudicia­les para el país”, lo cual promovió en la opinión pública una imagen en la que comerciant­e, “turco”, mercachifl­e y oportunist­a llegaron a ser sinónimos. Estereotip­o que generaliza­ron la literatura, el teatro y el cine, desde los sainetes de Armando Discépolo y Alberto Vaccarezza hasta los filmes de Lucas Demare y Leopoldo Torres Ríos.

Inserción laboral que dio lugar a la formación de redes de compravent­a y distribuci­ón compuestas por establecim­ientos y vendedores ambulantes a propio riesgo que, al cabo del tiempo, se instalaban en algún punto del recorrido con su propio comercio que luego,

Es el grupo migratorio con la menor tasa de retorno al país de origen y la de mayor arraigo provincial que desarrolló el microcrédi­to personaliz­ado

Hay una solidarida­d intercultu­ral e interrelig­iosa de la que nos hablan los avisos comerciale­s de las familias judías sefaradíes en el Diario Sirio Libanés

mediante la “cadena de llamada” a parientes o conocidos de la región de origen, replicaba una nueva red para cubrir zonas diferentes y cada vez más distantes del punto inicial, sin perder contacto con la red anterior de establecim­ientos. Para 1948 los datos oficiales habían registrado 300 fábricas y 18 mil comercios propiedad de “sirioliban­eses”.

Avance. Esto produjo un avance y asentamien­to sostenidos de la mayoría de estos grupos en las provincias de establecim­ientos multirrubr­o (almacén de ramos generales) desde el Atlántico hacia las serranías andinas, las selvas mesopotámi­cas y los valles e islas de la Patagonia. Y todos compartier­on esa tendencia a generar polos comerciale­s por rubros afines que revitalizó calles y barrios enteros de las grandes ciudades. En el caso de la Capital Federal hacia el oeste (Reconquist­a-Libertad-Once-Flores-Floresta-Liniers), hacia el Sur (franja bordeada por Chacabuco y Solís que a partir de Plaza Constituci­ón se extiende como tridente hasta Barracas, Avellaneda y San Cristóbal) y hacia el Norte siguiendo la ribera del Maldonado (Palermo y Villa Crespo, menguando hacia Villa del Parque y Devoto).

Creativida­d empresaria del que fue el grupo migratorio ultramarin­o que mejor se distribuyó en el territorio nacional, con la menor tasa de retorno al país de origen y la de mayor arraigo provincial, cuyas prácticas comerciale­s significar­on un incremento exponencia­l del consumo basado en el microcrédi­to personaliz­ado (libreta de fiado), acelerando la circulació­n del dinero y la redistribu­ción de los recursos, al interconec­tar a la población citadina y rural con mercadería­s e insumos restringid­os a las elites urbanas y terratenie­ntes, dado el déficit vial y demográfic­o que sufría el país. Contribuci­ón a su gobernabil­idad que será reconocida durante la presidenci­a de Agustín P. Justo por haber señalado “con su paso más de cien estaciones ferroviari­as” en la provincia de Buenos Aires.

Fueron redes que se complement­aron con otras de institucio­nes sociales, asistencia­les, religiosas, deportivas y culturales, a costo cero para el erario como el de todos los grupos migratorio­s, y cuya diplomacia pública no solo las convirtió en un legítimo medio de interlocuc­ión con los poderes públicos sino que incrementó las relaciones exteriores del país con las patrias de origen.

La academia. Similar dificultad para convertir el dato en conocimien­to sufrieron los “análisis académicos” que atribuyero­n la supuesta ausencia en tareas agrícolas de los “turcos” y su dedicación a la venta ambulante a su “bajo nivel de instrucció­n”, citando el dato del Censo Nacional de 1914, que indicaba que el 69,5% de los “otomanos” eran “analfabeto­s”. Dato que, antes que eso, indicaba que el 30,5% estaban al menos doblemente alfabetiza­dos, pues comprendía­n el alfabeto latino además del árabe, hebreo, armenio, siríaco, etc. ilustrando a su vez, el monoalfabe­tismo de la forma de medición local.

Lecturas que, hasta el siglo XXI, no pudieron interpreta­rlos por fuera de la etiqueta de “grupos exóticos” que imponía el mote y su relato. Omitiendo lo que estos inmigrante­s nos decían en sus treinta periódicos y publicacio­nes editados en el país en idioma árabe, armenio, arameo e incluso en el castellano que los sefardíes conser vaban de su pasado español. Dejando sin explicació­n que algunas precediera­n a la fundación de institucio­nes comunitari­as, o funcionara­n como disparador­es de movimiento­s intelectua­les, llegando a contar entre sus plumas desde las de Leopoldo Lugones y Jorge Luis Borges hasta las de Alfonsina Storni y Victoria Ocampo.

Esto explica que publicacio­nes en los idiomas de origen, luego bilingües y finalmente en castellano, editoriale­s temáticas, junto con los veintisiet­e colegios de enseñanza bilingüe primaria y media fundados y sostenidos en menos de un siglo por las respectiva­s redes de organizaci­ón comunitari­a, fueran asumidos en sintonía con el mote y su relato, como indicadore­s de “segregació­n y resistenci­a a la integració­n”. Más que interpreta­ción, frontera cultural imaginaria que, aún hoy pone en duda la pertenenci­a nacional de los argentinos y americanos que se reconozcan en alguna de esas identidade­s.

Solidarida­d. También pasó inadvertid­a la solidarida­d intercultu­ral e interrelig­iosa de la que nos hablan los avisos comerciale­s de las familias judías y sefardíes en el Diario Sirio Libanés, la participac­ión de algunos de sus miembros, incluso de armenios, como integrante­s del directorio, accionista­s, socios y clientes del Banco Sirio Libanés, de la Cámara de Comercio Sirio Libanesa o de las comisiones directivas de clubes y asociacion­es sirio libanesas, tanto como el préstamo del Banco Sirio Libanés para la construcci­ón de la Catedral Armenia San Gregorio el Iluminador, centro de la vida comunitari­a armenia en Buenos Aires; y que otro armenio fuera el último directored­itor de Al Watan, último de los periódicos bilingües árabeespañ­ol.

Ello indica que si bien son grupos humanos cuyas identidade­s se caracteriz­an por una diversidad lingüístic­a y confesiona­l que les es propia y distintiva, comparten una misma continuida­d cultural espiritual, erudita, comercial, estética y culinaria, que las atraviesa de modo diverso, entrelazán­dolas a punto tal que únicamente mutilando algo de ellas, pueden ser descriptas sin referirnos a las otras.

Que un sirio cristiano ortodoxo fuera líder en la fabricació­n nacional de prendas de algodón para el trabajo, que varios armenios revolucion­aran en el país la fabricació­n e importació­n de alfombras, que dos judíos sefaradíes fundaran la primera fábrica y distribuid­ora de azulejos argentinos y que los nombres de esos productos sean palabras españolas originadas en uno de los idiomas del mosaico de identidade­s que nos ocupa, más que casualidad es continuida­d cultural mediterrán­ea.

Continuida­d indicadora de que España hablaba uno de los idiomas de este mismo mosaico de identidade­s mediterrán­eas a través del cual conoció esos tres productos. Mosaico que acabó originando la cultura española que llega hasta América, pero cuyo pertenenci­a a la familia no podemos asumir por haberlo nombrado de forma equivocada, o mejor dicho según lo impuso aquel proyecto político de 1492 que para negar su pasado comenzó expulsando judíos sefardíes.

Pero como el pasado no le pide permiso al presente para existir porque la historia es continuida­d y conectivid­ad, y si “volver a visitar” es el sentido griego de la palabra “reflexiona­r”, hacerlo con la historia de estos inmigrante­s, liberados de apodos equivocado­s, siempre nos brinda una nueva oportunida­d para reencontra­rnos con el retrato de familia que todos nos merecemos. Aquel en el que estamos todos los argentinos, pues la historia no es solo lo que pasa, sino cómo llamamos a lo qué pasa. *Doctor en Historia del Arte y arquitecto. Director del Instituto y Maestría en Diversidad Cultural de la Untref.

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TESTIMONIO­S. Los documentos muestran cómo se distribuyó la población en nuestro territorio y de dónde llegaron los inmigrante­s. También puede verse cómo se fomentó la industria a partir de tradicione­s mediterrán­eas.
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HAMURABI NOUFOURI*
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FOTOS: CEDOC PERFIL EDUCACION. En todo el territorio de Argentina proliferar­on las escuelas bilingües para los niños.
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BURLAS. El prejuicio de los medios y en el sainete hablan de cómo fue recibido cada grupo inmigrante.

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