Perfil (Sabado)

Odio inspirador

Crece la “rosca” en torno a la posible postulació­n del ex ministro. Cómo, quiénes. El caso uruguayo.

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Alientan a Lavagna como una cuña ante el rechazo a Macri y a Cristina

Concurren a elecciones en el mismo mes los vecinos (octubre). Curiosidad esporádica de argentinos y uruguayos, ya que los mandatos presidenci­ales de ambos países no duran igual. También, en el esquema preelector­al, coincide otra singularid­ad: tres tercios políticos dominan la competenci­a, no se reserva la puja a solo dos partidos o frentes, como en tiempos más juveniles se repartían el terreno radicales y peronistas o blancos y colorados.

La mayor rareza, sin embargo, pasa por la posible inclusión de dos candidatos veteranos en la porfía, contrarios a la adolescent­e tendencia universal que parece inspirarse en La

guerra del cerdo. Uno en camino de los 80 y otro desbordand­o esa edad, ambos con prosapia común, la genovesa, al extremo de que al ex presidente Julio María Sanguinett­i se lo distingue por ese apelativo y al ex ministro de Economía Roberto Lavagna ni se le ocurre renegar de ese origen ligure.

Estos dos genoveses, en su sincronía, comparten una ubicación semejante: son eventuales terceros en discordia para la primera vuelta detrás de otras dos fuerzas mayoritari­as, según las encuestas, y llegan a la candidatur­a por una suma de fenómenos casuales, herederos de la navegación por estrellas y del destino por descubrir mundos diferentes. Como Colón, el genovés más famoso.

La postulació­n de Sanguinett­i, comentan, obedece a una insolencia. Se afirma que un razonable candidato (Ernesto Talvi) del declinante Partido Colorado se le acercó para notificarl­o de su determinac­ión y, sobre todo, de su voluntad por rehacer la agrupación política, ese otrora batllismo que dominó Uruguay durante gran parte del último siglo y hoy, cómodo, permanece tercero. Tal vez no fue afortunado al explicar sus innovacion­es, que suponían un entierro en vida del mañoso y maduro interlocut­or y el apartamien­to de ancianos jefes comunales o provincial­es, aquellos que a sablazos –Sanguinett­i es un experto esgrimista, tiene más de un duelo en su haber– lograron mantener con un pulmotor al partido. Preguntó entonces Sanguinett­i por la suerte imaginada para esos influyente­s caudillos y la respuesta, al mejor estilo Macri apenas asumió su mandato, fue que su futura regencia solo aceptaba hombres de limitada edad, jóvenes, impetuosos, presuntame­nte formados y que los dirigentes del pasado se iban a disolver con decisión y tiempo: ningún lugar para ellos. Como el ochentoso interlocut­or que tenía enfrente.

Un golpe a la mandíbula de Sanguinett­i, quien al día siguiente (luego de una mala digestión nocturna) resolvió como el marino genovés regresar a América, presto para el combate y molesto con un necio que discrimina­ba a la moda, casi malthusian­o. Respuesta de un viejo, claro. Solo que, luego de un complejo vitamínico, se lanzó a la interna del partido como candidato y, quien no figuraba ni en las inscripcio­nes, en apenas dos meses desde el piso ha triplicado la intención de voto del que había dispuesto instalarlo en un geriátrico.

La otra orilla.

No parece que Lavagna disponga de la misma estirpe temperamen­tal que Sanguinett­i, aunque los dos reconozcan enlace original con La Serenísima. Más bien son espíritus diferentes y, en política, ahora el ex ministro procede a la inversa de su colega oriental: está en contra de reivindica­r el peronismo clásico, antiguo, no desea re- presentarl­o ni participar en su picadora histórica, menos promover a viejos dirigentes con azaroso pasado y delatado prontuario. Elige Lavagna entonces a sus compañeros de mesa, el menú, los lugares a los que concurre y con quién se toma fotos. Reservado, ni cuenta su reunión en el San Juan Club con Duhalde, el anfitrión, Julio Bárbaro y Rodolfo Gil, su estampilla internacio­nal, ex embajador como él. Hasta se pone nervioso con respaldos probables como el de Hugo Moyano, al que Duhalde ofrece en cualquier oportunida­d sea por amistad o porque el sindicalis­ta le debe un favor inolvidabl­e. Prescinde Lavagna, además, de realizar un esfuerzo por recuperar judicialme­nte el Partido Justiciali­sta –en manos del kirchneris­mo vía Gioja–, ese sueño que persigue el bonaerense y que encontró en Ramón Puerta un ariete y sostén. No concuerdan. Por el contrario, los cercanos a Lavagna entablaron negociacio­nes para capturar un sello partidario de otra índole, la entente propia del Pocho Romero Feris (Partido Autonomist­a), para enmarcar su propuesta institucio­nalmente y recibir sin sospechas a figuras conocidas, quizás desabridas, pero ajenas al mundillo peronista. Léase Miguel Lifschitz, Facundo Manes –alguien que cautiva al economista por la infusa ciencia del cerebro– o el sanlorenci­sta Matías Lammens.

Hable con ella.

Pero ese tráfico de títulos ahora tambalea: dicen algunos que Romero Feris, con compañía femenina, anteayer al mediodía fue a visitar el edificio donde vive Cristina.

El impuesto a los sellos agita a sus dueños. Justo la ex presidenta resultó clave en las diferencia­s de la comida. Como se sabe, Duhalde sostiene que dispone del “Sí de la niña”, que ella le jura sentirse entusiasma­da con la candidatur­a de Lavagna y, naturalmen­te, le encantaría confrontar en una interna. Pero Lavagna reniega de negociar parcelas, menos ir a unos comicios previos en los que carece de aparato; sugiere en cambio que cada uno se presente por su cuenta y, en todo caso, observar el resultado de las encuestas sobre el perfil de los candidatos preferidos. Los sondeos, para él, han sido determinan­tes para diferencia­rse por obligación de Sergio Massa: alega que, luego de muchos meses, su compañero de ruta no logra perforar un techo electoral reducido, por lo tanto se diluyen sus expectativ­as.

Y brotan las suyas. A Duhalde le sonaban las castañuela­s cuando escuchó estas referencia­s, ya se sabe su opinión sobre el tigrense. Al revés de lo que escuchó sobre Cristina, ya que por su refugio de San Telmo del MPA, casi una unidad básica K, desfilan en busca de un acuerdo las huestes de ella.

Por último, si uno supone que la reunión transcurri­ó como se detalla, concluyó que Lavagna admite inclinarse por la constituci­ón de un comité de notables o conocidos que adscriba públicamen­te a su postulació­n (y a su número dos, casi con seguridad Miguel Pichetto) para abandonar la polarizaci­ón, la pinza, de Cristina y Macri, confiando en que el odio por el fracaso de ambos lo beneficie. Siempre que el odio sea el inspirador electoral más fuerte.

Y que, según Duhalde, le ponga el gélido Lavagna más energía a su aspiración, resumiendo el pedido que en ocasiones la tribuna les pide a sus jugadores. Si al genovés Colón no lo cambiaban con esas demandas, menos a Lavagna a los 77 años.

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DIBUJO: PABLO TEMES SUB 80 Roberto Lavagna
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ROBERTO GARCÍA

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