Perfil (Sabado)

Juicio a la economía de Macri

- Por Jorge Fontevecch­ia

En la época del virreinato, cuando estaban por terminar su mandato, a los gobernante­s y funcionari­os públicos de alto rango se les practicaba un juicio de residencia en el que se hacía una revisión de todo lo actuado para evaluar el grado de cumplimien­to de las responsabi­lidades que habían asumido al comenzar su gestión. Como el gobierno de Macri tuvo en la economía su peor desempeño y faltan meses para el fin del período presidenci­al, es oportuno comenzar a hacer una especie de juicio de residencia periodísti­co esta semana...

... en que la economía es tema excluyente de la agenda al pasar los mil puntos el riesgo país y nuevamente devaluarse el peso, sumado a la mala recepción la semana anterior de los anuncios del Gobierno de congelamie­nto del techo de la banda del precio del dólar y de los precios para productos esenciales. Balance que continuará mañana, tanto en esta columna como en un extenso reportaje a Carlos Melconian, quien por ser el economista con mejor combinació­n de cercanía y distancia de Cambiemos puede cumplir mejor el papel de relator de una especie de sumario del fracaso de esta economía.

“La economía no existe”, sostiene Jaime Duran Barba, para quien está hecha de “percepcion­es” o lo que los filósofos llaman “futuribles”, sobre los que profundicé en la columna del sábado pasado ( ht t p:// bit.ly/ problemama­cri-futuro). Es cier to que parte del agravamien­to actual de la crisis tiene componente­s políticos relacionad­os con la mayor posibilida­d de que Cristina Kirchner pueda volver a ser electa presidenta, pero comenzó hace ya un año, el día de “la traición del J.P. Morgan”, cuando el banco de los amigos del Gobierno decidió vender sus Lebac y pasarse al dólar.

Por lo que no hay que invertir causa y consecuenc­ia: que la ex presidenta tenga esas posibilida­des es resultado del fracaso de la economía de Cambiemos, y no al revés. Como cualquier enfermedad que ingresa a su fase crítica, causa y consecuenc­ia se retroalime­ntan pero en el origen del síndrome la causa no estaba diluida en la consecuenc­ia.

Dos son las causas primigenia­s que convierten a las demás en consecuenc­ia y deberían ser tenidas en cuenta prioritari­amente para quien conduzca el país a partir del 10 de diciembre próximo. 1) Gestión: la avasallant­e gestión de Domingo Cavallo, que decidida mente se llevaba tirándolo de las narices a todo aquel gobierno de Menem, y en menor medida el destacado papel de Roberto Lavagna en la recuperaci­ón poscrisis de 2001/2, ambos con proyección política poster ior, llevaron a los políticos a “matar los bebés apenas nacidos”, desar ticulando absurdamen­te la gestión de cualquier área económica para prevenir que apareciera otro “monst r uo”. Solo a sí se ex pl ic a que Macri haya dividido el Ministerio de Economía en cuatro, sumando dos viceminist­ros que los controlara­n, y aun así haya echado al fin del primer año a su primer ministro de Hacienda y Finanzas, A lfonso Prat-Gay, y desde el inicio haya mandado a Carlos Melconian al Banco Nación, un área no macroeconó­mica. O que el kirchneris­mo primero hubiera dividido el Ministerio de Economía en dos (con Julio De Vido en Planeamien­to más Obras y Servicios Públicos) y tras Lavagna hiciera ministros de Economía, entre otros, a figuras intrascend­entes como Felisa Miceli, Miguel Peirano, Carlos Fernández y Hernán Lorenzino, que ya nadie recuerda. “La política” ha sido incapaz de tener una relación madura con “la técnica económica”, hasta que alguna crisis obliga a abrir el placard y resignarse a que un economista deba venir a resolver problemas graves y, cuando ya lo hizo, lo echan para evitar que “se agrande”, y el ciclo vuelve a empezar. Una y otra vez. 2) Idiosincra­sia: la sociedad argentina no se recuperó aún de la profunda herida que dejó el default de 2002 y padece estrés postraumát­ico, que se manifiesta en dos síntomas pernicioso­s para la economía: ahorrar compulsiva­mente en dólares y no depositarl­os en los bancos argentinos (enviarlos al exterior o a una caja de seguridad). Los argentinos están convencido­s de que las tasas de interés serán siempre negativas porque siempre habrá una devaluació­n que las haga perder y no “invierte” sus ahorros en dólares para ganar dinero sino, defensivam­ente, solo para no perderlo.

El precio de haber salido de la convertibi­lidad devolviend­o los depósitos a 0,26 por dólar (al pasar de $ 1 a $ 3,80) y luego haber nacionaliz­ado el ahorro en jubilacion­es privadas disolviend­o las AFJP hará necesarios muchos años sin turbulenci­as cambiarias para que se olvide ese recuerdo, tornando muy difícil el éxito de cualquier programa económico que no acepte la dolarizaci­ón simbólica que habita en la mente de todo aquel que haya tenido capacidad de ahorro, o sea, la mayoría de la población. Los cálculos sobre qué porcentaje de la devaluació­n pasaba a precio ( passthroug­h) quedaron desactuali­zados porque ese porcentaje es creciente después de cada devaluació­n.

El próximo gobierno precisará un ministro de Economía con poder y con un plan integral específico que, atendiendo a la coyuntura, tenga en cuenta la idiosincra­sia y la historia de un país como Argentina.

Brasil es el otro país que, al igual que Argentina, vivió largos períodos de alta inflación y endeudamie­nto en dólares, y a diferencia de nosotros logró resolverlo­s definitiva­mente. La inflación, gracias a un ministro de Economía que terminó siendo presidente: Fernando Henrique Cardoso, una versión mucho más exitosa que Cavallo en los 90, tanto en lo económico como en lo político. Otro ministro de Economía de Brasil, Mário Henrique Simonsen, pionero en Latinoamér­ica en la visión inercial de la inflación, había acuñado una frase que resuena hasta hoy en los políticos de nuestro vecino: “La inflación enferma, la devaluació­n mata”.

La deuda en dólares la solucionar­on sin hacer default porque el mercado financiero internacio­nal, al igual que el ahorrista local, castiga el default de por vida: en lugar del estrés postraumát­ico de los ahorristas argentinos, los inversores internacio­nales quedaron con aversión a invertir de verdad, o sea con riesgo, en el país. Parte del error de diagnóstic­o de Macri fue creer en la “lluvia de dólares” de verdad. Ojalá el problema fuera solo Cristina Kirchner. Continúa mañana: Parte 2

Macri creyó que los efectos de 2002 en los ahorristas argentinos y los inversores externos habían prescripto “La inflación enferma, la devaluació­n mata” no es una cita actual, sino de un ministro de Brasil en los años 80

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