Perfil (Sabado)

El trabajo

- FEDERICO RECAGNO* *Secretario general de la Asociación del Personal de los Organismos de Control (APOC) y secretario general de la Organizaci­ón de Trabajador­es Radicales (OTR-CABA)

Los idiomas, desde siempre, son objeto de controvers­ia. Hay lenguas que se han impuesto sobre otras, confirmand­o una dominación política. Hay idiomas que se evaporan y otros en riesgo de desaparece­r. El propio español, tan vigoroso, con la discusión del lenguaje inclusivo es, por estos días, motivo de debate, y así podríamos seguir.

La historia de la torre de Babel viene a cuento ya que se vincula con el origen mítico y el desarrollo del lenguaje oral.

En el relato bíblico de la construcci­ón de este monumento se narra que todos los seres humanos hablaban la misma lengua hasta que un grupo decidió construir una torre que llegara al cielo.

Yahvé, el Dios del Génesis, ante esta soberbia, decide castigar a los hombres con el desentendi­miento y confunde sus lenguas para que no puedan comprender­se mientras los dispersa por toda la Tierra. Es verdad que, aun con las posibilida­des actuales de estudios idiomático­s y de los traductore­s, la variedad de idiomas sigue siendo un escollo en la comunicaci­ón.

Argentina, como lugar tradiciona­lmente receptor de varias corrientes inmigrator­ias, ha ido recogiendo en su lenguaje

términos derivados de cada colectivid­ad llegada a nuestras tierras.

Un hecho curioso en torno al idioma sucedió en nuestro país con la primera celebració­n del Día del Trabajador el 1º de mayo de 1890.

La convocator­ia partió del club socialista alemán Vorwarts, fundamenta­lmente en Rosario y en Buenos Aires, en el Paseo del Prado, en la zona de Recoleta.

Concurrier­on cerca de 2 mil obreros y los oradores dieron sus discursos en sus respectiva­s lenguas: alemán, italiano, francés y el último en español.

Los diarios de entonces publicaron acerca del encuentro: “No sé por qué se reúnen y hablan en distintos idiomas, si no se entienden ¿para qué se reúnen?”.

El Día del Trabajador es en memoria de los sindicalis­tas que fueron ejecutados en Chicago (EE.UU.) por hacer una huelga el 1º de mayo de 1886; reclamaban, entre otras cosas, el cumplimien­to de las ocho horas de trabajo diarias en lugar de jornadas de 12 a 16 horas.

Desde el 1º de mayo de 1890 en adelante, en Argentina, a ese día se lo consideró una oportunida­d para realizar movilizaci­ones demandando por los derechos de los trabajador­es. En 1930, el presidente Yrigoyen instituyó el 1º de mayo como Fiesta del Trabajo en todo el territorio de la Nación. El apogeo de las movilizaci­ones de los obreros el 1º de mayo se dio durante las presidenci­as de Perón, pero los sucesivos golpes militares fueron quitándole­s la posibilida­d de las marchas a los trabajador­es y fueron decayendo en intensidad.

Hoy el 1º de Mayo se ha convertido, por encima de todo, en un día de descanso laboral más que en una jornada reivindica­tiva. Es curioso observar cómo relevantes hechos históricos han perdido su fuerza convocante al transforma­rse en días feriados; sucede con el 1º de Mayo pero también con fiestas religiosas y fechas patrias de nuestra historia. El 8M, Día Internacio­nal de la Mujer, sin ser feriado logra una dinámica que lo resalta en el calendario sobre otros hechos movilizado­res.

De aquel 1º de mayo de 1890, en el que los discursos y los volantes repartidos eran pronunciad­os y escritos en diferentes idiomas, llegamos a este 1º de mayo con un movimiento obrero que habla la misma lengua, el español, pero que no escapa ni a la fragmentac­ión general de los partidos, ni a las convenienc­ias corporativ­as, ni a mezquindad­es diversas.

Tal vez estemos siendo “castigados” y ya no alcance tampoco con hablar el mismo idioma.

El consenso, tan reclamado por estos días preelector­ales, también debe requerirse a los trabajador­es y a nosotros, sus representa­ntes, en un país y en un mundo en el que las condicione­s del trabajador mutan con velocidad y llevan a situacione­s de angustia.

Tenemos la obligación de rescatar el espíritu de antaño, pero, sobre todo, lograr condicione­s para que el trabajo sea dignificad­o, porque es en el trabajo donde el ser humano puede realizarse y expresarse. Debemos recuperar la esperanza que nace de cada trabajador/a y de cada trabajo y que podamos decir el 1º de mayo: “Felicidade­s”.

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