Perfil (Sabado)

Izquierda, madre monstruo

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La batalla contra la norma es la épica de moda. Lectora de Foucault, Lady Gaga canta su “manifiesto de la Madre Monstruo” a los raros, que se aferran a su tentativa de monstruosi­dad como un triunfo político sobre la opresión. El cuerpo propio es la utopía y el cuidado de sí es la tierra prometida: la sociedad ya no busca reprimir desde afuera si no que invita a autoclasif­icarse hasta la exasperaci­ón, a gestionar la performanc­e de sí, porque todos somos iguales al competir (como mini-Gagas) por seguidores y likes. En breve Libros del Zorzal publica La

traición progresist­a, de Alejo Schapire, un viaje a las entrañas de esa madre monstruo, la izquierda contemporá­nea. Nacido en Buenos Aires en 1973 y radicado en París, Schapire disecta el devenir irreconoci­ble de una gauche divine en cuyos valores se educó, pero con cuyas configurac­iones actuales ya no se puede identifica­r. Criado en el seno de la zurda sentimenta­l, nunca sospechó que sería la fidelidad a esos valores liberales primigenio­s la que terminaría expulsándo­lo.

La traición progresist­a es una salida del clóset y una herejía dolorosa, que medita el desencanto con urgencia y lucidez. Interpela la buena conciencia de izquierda apuntándol­e a la yugular. Entrenada en despreciar los productos culturales norteameri­canos como Disney y Hollywood, la izquierda tradiciona­l no tardó en engullir el puritanism­o progresist­a yanqui, que sustituyó el multicultu­ralismo por una guerra racial sorda donde ser víctima es una forma de meritocrac­ia.

Si Francis Fukuyama expresó que, con la caída del Muro de Berlín, la Historia había terminado, la izquierda norteameri­cana vuelve esta idea su programa: la Historia terminó y su misión es ordenarla, aplicando su superiorid­ad moral triunfal a la revisión de todas las historiogr­afías y cánones. Como Pangloss en Cándido, para este progresism­o revisionis­ta vivimos en el mejor de los tiempos posibles: lo que piensa es lo mejor pensable, y esta arrogancia le permite abocarse a la cancelació­n de las obras y sistemas que no cierran bajo su égida. La Historia no existe más: solo existe el presente de lo que puede ser pensado o dicho. Y los indeseable­s, los perversos, o los que no puedan probar su inocencia, deben ser excluidos. Los preceptos puritanos del nuevo progresism­o yanqui fluyen hacia las versiones ecualizada­s de cada país occidental y son la norma que ha creado nuevos raros que no tienen donde asirse, nuevos excluidos que boyan entre configurac­iones políticas extremas a las que une el espanto.

Schapire expone aquello de lo que no se habla. Organiza con nitidez las discusione­s borrosas en torno al lenguaje inclusivo, la construcci­ón de un orden puritano que recuerda a las fantasías victoriana­s y la ya demodé libertad de ofender (o escribir cosas que puedan ofender a la burguesía). El antisemiti­smo también se ha visto revisado bajo este espíritu epocal: atacar a los judíos por su condición de judíos en Europa ya no se piensa como un crimen de odio, sino que es recataloga­do bajo el mantra favorito de la actitud ilustrada: “Es más complejo”. Schapire muestra los atavíos hipócritas de este progresism­o que niega la realidad de la violencia racial. Al mostrar el ajuar de bodas entre la izquierda y los intolerant­es racistas, Schapire describe nuestra desnudez.

La traición progresist­a narra un problema cognitivo. Nuestras teleología­s de la represión –que forjaron el pensamient­o de izquierda como reacción– ubicaron siempre al Otro afuera. Pero no nos prepararon para la represión que viene de lo mismo. Ahora que, como decía Fukuyama, la Historia ha terminado y solo existen el mercado y la competenci­a por lo mismo, por likes y audiencias, esa cultura triunfal busca generar un sistema saturado de su mismidad para rehacer la Historia a su imagen y semejanza. Orwell: “Los intelectua­les son más totalitari­os que la gente común. No tienen reparos en abrazar formas dictatoria­les, policías secretas, la falsificac­ión sistemátic­a de la historia, siempre y cuando esté ‘de su lado’”. Este lado es el giro copernican­o: la nueva Iglesia es la izquierda, y el hereje es quien ose criticarla.

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POLA OLOIXARAC

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