RIO DE JANEIRO, CON ALTA BILLETERA
Más cara e inquieta que nunca, la más mimada de los argentinos siempre sorprende, pero esta vez con centros culturales lejos de la playa, recuerdos de Africa y cenas con laureles Michelin, que promedian los $AR 3.500 por persona.
Es casi imposible visitar esta dinámica y expansiva ciudad brasileña sin algún preconcepto, aunque sólo sea sobre el presidente Jair Bolsonaro. Sin embargo, Río siempre encuentra maneras de sorprender, ya sea por alguna evidencia aleccionadora de la trata de esclavos en la ciudad, o la revelación de que la comida sabe mejor cuando está parado rodeado del sonido lírico del portugués y acompañado por una cerveza tan fría que le destemplará los dientes. Desde las playas hasta los museos, las iglesias y los mercados, Río es una ciudad que constantemente desafía sus propios mitos y motiva a los visitantes a ser parte de ella con un entusiasmo desenfrenado.
Día 1. Almuerzo vegetariano La gastronomía brasileña se basa fuertemente en la carne y los mariscos, así que es un placer encontrar comida vegetariana que no sea frita ni aburrida. Naturalie solo abre para el almuerzo, y su menú aprovecha los productos locales como la yuca y el coco. Hay una exquisita feijoada que remplaza la carne con tofu; y los jugos frescos están atiborrados de maracuyá, jamaica y bayas de goji. El almuerzo para dos cuesta cien reales, o $AR 1.130. La zona sur de Río alberga los lujosos vecindarios de Ipanema y Copacabana, con las mejores playas: tramos de arena intacta acariciada por un oleaje tranquilo. Visite Osklen (rua Maria Quitéria, 85), una marca brasileña conocida, que hace poco desarrolló una línea de ropa estampada con imágenes de la obra de la artista brasileña Tarsila do Amaral (hubo una exposición de su obra en el Museo de Arte Moderno en Nueva York el año pasado). En una cafetería a la vuelta de la esquina, venden un café petit noir. Los granos se cosechan a partir de las heces del jacu, un ave endémica que ingiere únicamente los granos más maduros, y el café derivado es suculento y robusto. Pavão Azul (pavo real azul) es un excelente lugar para empezar su velada. Abarrotado de personas que vienen del trabajo y se quedan paradas alrededor de mesas pequeñas, es famoso por sus pataniscas: bolitas fritas con trozos de bacalao y rodajas de cebolla, acompañadas de una cerveza bien fría. Después camine hacia el norte hasta Galeto Sat’s, un recinto casual
con solo una decena de mesas y, detrás de la barra, hileras de pollitos que se rostizan en brochettes gigantes sobre las llamas. Comience con un plato de corazones de pollo, jugosos y compactos, y remate con el pollo asado. Cena para dos, 120 reales. Bip-Bip está a punto de cumplir 60 años en funcionamiento. Los únicos asientos disponibles los ocupan los músicos y los compinches del dueño, Alfredinho. Allí puede tomar una cerveza por seis reales. Seguro encontrará a un conjunto de músicos tocando y cantando samba y bossa nova con una pasión que los espectadores comparten.
Día 2. Memoria del futuro
El Museo del Mañana diseñado por Santiago Calatrava (entrada, 20 reales) se inauguró con bombo y platillo en 2015. En el interior, las exposiciones son principalmente virtuales –cientos de pantallas enormes, algunas con juegos interactivos, y una película en formato IMAX– pero el contenido en sí se enfoca más en la sustentabilidad y la prevención de desastres que en fantasías futurísticas. El exterior y los alrededores del museo son aún más impresionantes. Pasee por las instalaciones de agua, admire la osada arquitectura (se le ha comparado con muchas cosas desde una nave espacial hasta un cocodrilo), y luego diríjase al Museu de Arte do Rio (entrada, 20 reales) del otro lado de la plaza. Este dinámico museo alberga una colección itinerante de obras de artistas en su mayoría brasileños. Asegúrese de visitar la azotea, desde donde puede verse, al otro lado de la calle, en el costado de un edificio colindante, un retrato plasmado en piedra por el artista portugués Alexandre Farto, conocido como Vhils. La historia afrobrasileña, y la trata de esclavos en particular, es una parte integral del patrimonio del país. Pase unas cuantas horas explorando su legado, empezando con un almuerzo en Angu do Gomes. Este restaurante se inauguró
en 1955 y sirve angú, un sustancioso guiso de polenta y carne de origen africano (almuerzo para dos, alrededor de 150 reales). De ahí, camine hacia Valongo Wharf, un sitio declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, que fue el punto de llegada de casi un millón de esclavos, la mayoría de África central y occidental. El muelle como tal se había cubierto y solo se redescubrió durante los preparativos de los Juegos Olímpicos de 2016. Cerca de ahí está Praça XV. No hay mucho que ver ahora en este inmenso espacio excepto por una oficina de venta de boletos para embarcaciones y uno que otro aficionado al monopatinaje, pero alguna vez fue donde se realizaban subastas masivas de esclavos. El Instituto de Pesquisa e Memória Pretos Novos (abierto de 11 a. m. a 2 p. m., entrada gratuita) es un museo pequeño pero aleccionador acerca de la trata de esclavos, construido encima de un cementerio, aún pueden verse los huesos expuestos en el suelo. En lugar de sumarse a los montones de personas que hacen fila para abordar los teleféricos hasta la cima del Pão de Açúcar, vaya a la base del cerro. El sendero de Claudio Coutinho colinda de un lado con pendientes empinadas y árboles poblados de familias de monos capuchinos, y del otro con las olas que rompen en enormes rocas. Cuando ya entre en calor sudar, camine en la otra dirección alrededor de la península hacia Bar Urca, un antiguo referente del vecindario que sirve hojaldres crujientes rellenos de carne, bobó de camarão (un plato cremoso de camarón), cerveza helada y bolitas fritas de bacalao (para dos, alrededor de 130 reales). Con su vianda, únase a los lugareños sentados en el espigón al otro lado de la calle, con el agua susurrando bajo sus pies y los botes pequeños flotando en las cercanías. El barrio de Leblon, donde se encuentran algunos de los mejores bares y restaurantes de la ciudad, cada día está más de moda. Pase por Mixxing para tomar un trago antes de la cena; este bar acogedor ofrece de los mejores cocteles de la ciudad -muchos inventados por sus cantineros- con ingredientes como espuma de jengibre. La cena lo espera en Oro, que recibió su segunda estrella Michelin en 2018. Felipe Bronze, el chef, ha creado menús de degustación de platos brasileños modernos como tapioca granulada con camarón y chayote, ñoquis de yema de huevo curada, y un aperitivo de pan de camote con manteca catupiry ahumada. (Cena para dos, 670 reales). Quédese a pasar la noche en el barrio de Botafogo, yendo de bar en bar. Empiece por sentarse en una mesa en la banqueta en WineHouse, un establecimiento pequeño con muchos vinos locales en el menú, incluyendo algunos servidos por copa (prueba el vino espumoso brasileño, que está en un buen momento). Luego diríjase a CoLAB, un lugar de moda que en parte es un bar, en parte un café y en parte un recinto para conciertos. Ahí encontrará barriles de cerveza artesanal pale ale estadounidense y de trigo, música en vivo, y gente joven y conversadora en las mesas comunales. Cerca de ahí, Comuna ofrece sandwiches, cocteles y música electrónica relajada perfecta para pasar las primeras horas de la madrugada.
Día 3. La misa del domingo
Todos los domingos a las diez de la mañana, el Mosteiro de São Bento (gratis) del siglo XVII le da la bienvenida a un templo lleno de feligreses que asisten a su misa dominical, que incluye cantos gregorianos admirables. El interior de la iglesia espectacular está repleto de oro; una serie de arcos conduce a una plataforma elevada donde los monjes cantan y a su vez predican. Puedes seguir las lecturas en portugués gracias al panfleto que contiene el programa de la misa. Es extraño que incluso en una ciudad con una población tan diversa, todas las estatuas en la iglesia tengan rostros de piel clara. Desplegado a lo largo de un costado de la Plaza de Paris todos los domingos por la mañana, el Feira da Glória es uno de los mejores y más coloridos mercados de comida en la ciudad. Disfrute de un brunch de panqueques de tapioca rellenos de jamón y queso derretido, un plato de piña rebanada, jugo de caña de azúcar, o sushi, y pasee por las hileras de puestos cuyos dueños anuncian a todo pulmón su colorida variedad de verduras frescas, frutas, especias y flores. En un extremo hay una tienda de peces y un mercado que vende ropa vieja de segunda mano, además es común encontrar música en vivo (que puede incluir una banda de bateristas muy talentosos). Puede que la fama de Copacabana la haya convertido en un cliché, pero sigue siendo una de las mejores playas urbanas del mundo. Los quioscos sirven cervezas de barril, caipiriñas y bolsas de Globos (aros crujientes hechos de almidón de yuca) directamente en la arena, grupos de hombres en trajes de baño minúsculos juegan vóleibol de playa, los comerciantes venden pareos blasonados con la bandera de Brasil, y todos están ahí para divertirse. Una caminata de diez minutos hacia el sur le llevará a la playa Arpoador, donde a menudo verá surfistas flotando en el agua como gaviotas en espera de la ola perfecta. Si estás ahí antes de la puesta de sol, únase a los grupos que escalan las rocas en el extremo este de la playa para obtener la mejor vista. *The New York Times / Travel.