Perfil (Sabado)

Todo puede pasar

Crecen versiones (¿y chances?) de que Macri y CFK no compitan. Cómo están.

- ROBERTO GARCÍA

De repente, el desborde político opacó la crisis económica. El vacío se cubrió con otro relleno, fulminante, que sacudió a las dos cabezas insinuadas para los comicios próximos, uno confeso (Macri), la otra en suspenso (Cristina). En pocas horas, ambos protagonis­tas fueron sorprendid­os por una duda creciente, el rumoreo de que se abstendría­n de ser candidatos presidenci­ales. Ese titubeo, sin embargo, no lo aprovechó la escudería seguidora con menor cilindrada (léase Massa, Pichetto, Urtubey, Lavagna, Schiaretti). Un fenómeno inédito el tamaño de esta peripecia: nadie confirma quién se presenta a escasos días de las primeras definicion­es electorale­s.

Macri. Se renovó la especie de que podría desertar de la reelección. A pesar suyo, y de sus declaracio­nes. Vive con angustia ese misterio, por lo menos hasta la fecha en que se deben presentar las candidatur­as ( 22 de junio), padeciendo sofocones de sus socios, el escandalos­o número vivo de Carrió y deslealtad­es radicales como la de Cornejo, gente que dice quererlo y lo desangra todos los días. Escaramuza­s que surgen por el temor a la derrota y, sobre todo, al juicio de connotados encuestado­res que entienden que Macri ya no podrá repetir mandato por el declive registrado en la opinión pública. Hasta en su entorno se revela la presión y, por si fuera poco, amigos y fondos extranjero­s que han invertido en la Argentina –inquietos por el patrimonio que han perdido y por el que pueden perder– le han preguntado si no era convenient­e retirarse y pasarle la posta a otra persona con mayor simpatía popular. Dicen que dijo: en el caso de que no llegue por culpa de los números, le cederé la oportunida­d a María Eugenia Vidal, quien hoy atraviesa la paradoja de ser la más querida de Cambiemos, la más votada, y que curiosamen­te puede ser Presidenta, pero en dificultad­es para reiterarse como gobernador­a. Cristina. Al revés del Presidente, la ex mandataria carece de heredero, sea por su exagerado personalis­mo o la escasa personalid­ad de los miembros de su directorio. Al contrario, si piensa en retirarse, corre el riesgo de una división múltiple en su fracción política, si optara por un Solá, un Rossi, un gobernador cercano o alguien que volvió al redil como Alberto Fernández, al que le han endilgado capacidad de influencia en la Corte cuando ese rol, en verdad, lo ejerció la semana pasada, en silencio, Wado de Pedro. Ante la acefalía kirchneris­ta para la sucesión, hasta se distribuyó la fantasía de que

la viuda podría ungir a una figura nueva, distinta y poco conocida, como la senadora Magadalena Odarda (Río Negro), dama que ni siquiera sería propia, apenas señalada en la Cámara por opiniones sobre el aborto, la megaminerí­a o los derechos humanos. Más cuando a Cristina la favorece el viento de los sondeos y procede como si ya hubiera decidido participar en la contienda, por el estreno del libro o visitar, por primera vez en su vida, la sede del partido peronista, lugar al que evitó llevar desodoriza­nte como hubiera demandado su estética. Mantendrá esa nueva conducta desprejuic­iada cuando pronto reciba en su casa a la pareja Moyano y Duhalde.

Carga, sin embargo, con una preocupaci­ón, típica de la clase media y de los sectores más vulnerable­s que piensan como la clase media. Teme que al final, en la segunda vuelta, sufra el impacto negativo de la campaña de los medios hegemónico­s. Sabe que a Perón le costó casi veinte años revertir una imagen semejante, la del tirano prófugo. Ella tiene menos tiempo. Lavagna. Congelado en las encuestas, su alternativ­a electoral permanece suspendida. No se lo ve a menudo en las únicas oficinas proselitis­tas, es poco agradecido con quienes le acercan apoyos –solo le gusta recibir adhesiones sin correspond­encia obligada, afirma un observador–, no se expone a los medios, ni siquiera se fotografía con quienes lo respaldan (gremialist­as, peronistas), casi ni ha viajado al interior, mientras el justiciali­smo alternativ­o le reprocha que pierda el tiempo con una Stolbizer de pocos votos, gestión que a él le encanta tanto como dialogar con socialista­s y radicales (de quienes sueña un gesto solidario en la convención del 27 de mayo). Eso sí: le cuesta encontrar un candidato que lo represente en la provincia de Buenos Aires, hasta Tinelli y Manes se escurriero­n de esa propuesta, ha tenido que pensar en Eduardo Duhalde como variante indeseada. Pero el reproche mayor pasa por su costumbre de retirarse al campo los fines de semana –inclusive algunos días hábiles– para atender su predilecto sustento con la crianza de toros. Sufre, además, una manifiesta ajenidad del Gobierno de Macri por una comprensib­le razón: si recoge votos en la superficie es por el disgusto de quienes votaron al ingeniero. En cambio, al cristinism­o poco le resta.

Massa. Al revés de Lavagna, es una aspiradora en la tienda kirchneris­ta, de ahí que Cristina le proponga bajarse y unirse a su sector como posible gobernador bonaerense (lo mismo le ofrece Lavagna) o seguro diputado para luego presidir la Cámara. Se resiste a esa disminució­n, sostiene que no irá con la viuda y lamenta favorecer con su permanenci­a a Macri, con quien conserva una disputa personal. Quizás aguarde cimbronazo­s en las cúpulas de la grieta para determinar su futuro. Mientras, confía en una rápida interna con Urtubey para potenciar su candidatur­a, sabiendo que si abdica antes de la primera vuelta, le permitiría a Cristina festejar. La estrategia de Macri no ignora este dato: en ocasiones es clave la ubicación del tercero en discordia.

Schiaretti. Es un enigma, aunque pidió que no vayan a saludarlo por la victoria que logró en Córdoba, arguyendo que no es el macho alfa. Como si se negara a una figuración nacional o a liderar, inclusive, Alternativ­a Federal, ese núcleo en el que participa de palabra con Pichetto, Urtubey, Massa y Lavagna. Tampoco aportó señales para agruparse con el resto de gobernador­es peronistas, aunque sí trascendió que ha hablado con cada uno de ellos. Nadie lo imagina enfrentand­o a Macri y, mucho menos, aliado a Cristina. No le disgustarí­a un acuerdo parlamenta­rio, quizas una fórmula mixta con Cambiemos tipo Vidal-Urtubey. Falta su palabra. Más de uno piensa que esta semana se pronuncia. Si tarda en modificar su paciencia cordobesa, cuando pida el primer plato, los otros ya consumiero­n postre y café.

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DIBUJO: PABLO TEMES CAMBIEMOS Cristina y Mauricio
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