Los sueños del amor libre y paz para un mundo nuevo
Hair en Buenos Aires en 2019 viene cargado de la dimensión histórica, simbólica y artística de este musical estrenado en 1967; del recuerdo de su llegada a la Argentina durante la dictadura de Lanusse en 1971, con un elenco lleno de nombres que hicieron carrera, como Valeria Lynch, Rubén Rada, Horacio Fontova; de las melodías, letras y consignas que tuvieron proyección internacional, reforzada por la película de Milos Forman de 1979.
Todo eso es cier to, pero podría diluirse si fuera mero antecedente. Y no es el caso. El Hair de Pablo Gorlero es, como debiera ser todo teatro, una experiencia, de la que el registro fílmico o la palabra solo son un remedo: hay que vivirla, pasarla por el cuerpo, sostener ese pacto ficcional en el que los actores atraviesan a cada espectador, porque lo abrazan, le regalan una flor, le dicen “sos hermoso”, o se entregan a la emoción. Son treinta intérpretes en escena que cantan, bailan y actúan, que hacen una ficción. Sin embargo, ficción no se riñe con verdad. El menudo cuerpo de Belén Ucar, transido por las lágrimas; la masa de músculos de Diego Rodríguez, tensionados; la voz de Eugenia Gil Rodríguez, vibrando todavía más que en las anteriores dos horas de espectáculo: ellos y cada uno de los restantes intérpretes parados en la
enorme boca del escenario, interpelan al público. Esa solidaria masa humana hace que el cliché y el verso archiconocido –“Deja que entre el sol”– se conviertan en indubitable convicción, gracias a un director que privilegia el trabajo interno de los intérpretes, como vía de contacto con la platea.
El argumento no ha cambiado sustancialmente desde el lanzamiento hace medio siglo: un grupo de hippies de Nueva York desafían instituciones añejas, reglas perimidas y enfrentan al Estado bélico que lleva adelante la guerra de Vietnam. Sexo, drogas, amor libre y manifestaciones públicas son vías para constr uir un mundo nuevo. El presente del mundo tacha de naif las consignas pacifistas y también sabe de los efectos nocivos de los alucinógenos. Pero el propio texto lo anticipa: “Esta utopía se va a la mierda apenas nos meten en un avión [hacia el campo de batalla]”. El final no es final feliz, pero eso no cancela la validez de la utopía. En todo caso, la solidez del trabajo en equipo –preciso y lúdico vestuario de Renata Schussheim, diez músicos en vivo, imponente espacio escénico, sonido potente, pero no invasivo, amalgama entre los actores– logra la utopía de conmover. Conmover implica movimiento; mover, sacudir, despertar en el desencantado siglo XXI no es poco. Y Hair lo hace.