Perfil (Sabado)

Una corte fundamenta­l

- GUIDO RISSO* *Profesor de Derecho Constituci­onal UBA y Derecho Político USI-Plácido Marín.

En América Latina, desde la formación de los Estados nacionales –luego de las luchas por la independen­cia de España y Portugal– hasta nuestros días, las cosas nunca han sido fáciles. Incluso, la transición hacia la democracia –siendo un fenómeno común a tantas regiones y países del mundo– se ha revelado tardíament­e en nuestra región, donde además ha tenido que convivir con el fantasma de la constante inestabili­dad económica y los golpes de Estado.

Lamentable­mente, los latinoamer­icanos durante el siglo XX sufrimos diversas agresiones y atentados a la Constituci­ón y la democracia, en consecuenc­ia padecimos gobiernos de dictaduras; incluso en los últimos años de democracia constituci­onal la región ha experiment­ado cierta inestabili­dad política. Así, desde la destitució­n de Carlos Andrés Pérez en Venezuela en 1993 hasta la de Dilma Rousseff en Brasil en 2016, son varios los antecedent­es de crisis políticas e institucio­nales de magnitud que hemos padecido en los últimos 25 años; recordemos rápidament­e lo sucedido en 2001 en Argentina con la renuncia del presidente De la Rúa, en 2004 en Haití con el derrocamie­nto del presidente Jean-Bertrand Aristide, en Ecuador en 2005 con la destitució­n del presidente Lucio Gutiérrez, en 2009 en Honduras con la destitució­n de Manuel Zelaya, el intento de golpe a Rafael Correa en Ecuador en septiembre de 2010 o la repentina destitució­n del presidente Lugo en Paraguay en 2012, por citar solo algunos ejemplos.

Sin embargo, pese –y en paralelo– a esta historia de fragilidad de los procesos políticos y económicos latinoamer­icanos, hoy debemos destacar uno de los acontecimi­entos más trascenden­tes a la hora de limitar atropellos, violencias, discrimina­ciones, reafirmar libertades, garantías y la dignidad de las personas, las minorías y los pueblos: me refiero a la creación de la Corte Interameri­cana de Derechos Humanos, la cual este 2019 está cumpliendo cuarenta años desde el inicio de su funcionami­ento dentro del sistema jurídico interameri­cano de aseguramie­nto, control y promoción de los derechos humanos.

Pues aun en medio de un contexto regional de evidente debilidad e inestabili­dad económica y una secuencia de crisis de gobernanza como las señaladas anteriorme­nte, es importante destacar la incidencia que positiva y progresiva­mente ha tenido la Corte Interameri­cana de Derechos Humanos, tanto en las respectiva­s legislacio­nes como en determinad­as institucio­nes políticas de los diversos Estados parte del sistema.

¿Quién hubiese imaginado hace algunas décadas tan importante límite a los atropellos de los Estados y semejante evolución en favor de los derechos fundamenta­les, las libertades humanas y el reconocimi­ento de derechos y respeto hacia las minorías?

¿A quién se le hubiese ocurrido, por ejemplo, que las sociedades que padecieron la crueldad extrema de las dictaduras pudiesen luego recuperar la justicia bajo el entendimie­nto de que el derecho positivo doméstico está sujeto al derecho internacio­nal de los derechos humanos, permitiend­o el juzgamient­o de los delitos de lesa humanidad?

Todo ello fue posible –entre otras razones– gracias al sistema interameri­cano de derechos humanos, a la Convención Americana y, en cierta medida, a la jurisprude­ncia emitida por la Corte en su difícil misión de asegurar –en una región tan compleja como impredecib­le e inestable– la satisfacci­ón efectiva de los derechos humanos.

Sin dudas ha sido importante la labor desarrolla­da en estas cuatro vertiginos­as décadas por la Corte Interameri­cana, pero también son muchos los problemas no resueltos y los desafíos que quedan por delante en una región del planeta caracteriz­ada por sus altos niveles de desigualda­d.

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