Perfil (Sabado)

De Niro, el pasante

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El hombre tiene 70 años, es viudo y como durante un tiempo fue un gerente de empresas, tienen un buen pasar. Su casa es hermosa, clásica y él se viste con traje y corbata para ir a un nuevo trabajo que acaba de conseguir: una pasantía para personas de la tercera edad en una casa donde se diseña ropa. El tipo es Robert de Niro y la película se llama, Pasante de moda.

Cada noche de la semana pasada, cuando llegaba al hotel de Santiago de Chile donde estaba, me tiraba en la cama y encendía la tele y aparecía en el mismo canal la misma película, casi siempre la agarraba en el exacto momento en que la dejaba la noche anterior. Sentí que estaba envuelto en un loop, como le pasa a Bill Murray en el Hechizo del tiempo. Me di cuenta de que la repetición de la película consistía en darme tiempo a que pudiera entender qué me quería decir el film.

Me tiraba en la cama y encendía la tele y aparecía en el mismo canal la misma película

Muchas cosas: Travis, Max Cady, habían sido finalmente domesticad­os por el sistema y a los 70 años solo aspiraban a tener un buen puesto productivo en el hipercapit­alismo cool americano. Hay una escena significat­iva: De Niro –que está agradecido a la vida por tener esta nueva oportunida­d de estar activo– le habla al espejo del baño antes de salir al trabajo: dice cosas como “Vamos, vas a hacerlo bien”. Pensé que en algún momento un guionista juguetón le podría haber hecho decir: Are you talkin to me?

También me di cuenta de que si siempre estaba sintiendo que el que actuaba era De Niro y no su personaje, la actuación fracasaba. Cuando un actor la rompe, el personaje se lo devora, algo que se critica en la vida, pero es muy bueno en una película.

En la película se desarrolla una amistad entre De Niro –el pasante– y Anne Hathaway –la dueña y creativa de la firma– la diferencia de edad borra cualquier posibilida­d sexual latente. De hecho, en un momento ambos duermen con piyamas puestos en la misma cama. Pero, como dice en un poema Reinaldo Arenas: no se pierde el deseo, pero sí las oportunida­des.

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