Pierde sin la voz de Louis C.K., y la irreverencia de la primera
Si se considera que llegan las vacaciones de invierno, las semanas con más ventas de tickets en nuestro país, entonces no debería sorprender el regreso de La vida secreta de tus mascotas, un éxito en el año 2016. A pesar de su tropiezo en Estados Unidos (¿tendrá que ver con que su protagonista tenía la voz del ahora prohibido Louis C.K. y ahora es Patton Oswalt?), vuelve la saga que muestra lo que hacen las mascotas de departamento de Manhattan cuando nadie las mira.
Seguro es un recorte muy específico pero siendo una creación de Ilumination, estudio responsable de la vida e invasión de los Minions, ese marco sirve más para crear una serie de viñetas, de relatos cortos desparramados a lo largo de la historia.
No se busca aquí una seriedad a lo Toy Story (algo bienvenido) pero su comedia radica más en situaciones y diseños de personajes antes que en un real sistema nervioso que la contenga y agigante. Cada sonrisa o ternura o gesto narrativo están supeditados por un diseño
que lo dice todo de una simple mirada: un cachorrito será tan tierno que no cuesta imaginar el peluche que acompañe a ese producto y así la lista de situaciones, personajes y cajitas felices.
Eso no implica torpeza: la animación enorme, la industrial, ha llegado al punto donde cada pelito de un peluche puede verse. Ya no hay vuelta atrás. Pero si se logra esa definición, ese detalle, cuando aparece un villano que habla mal en inglés, casi como un villano de película de los años 80, las cosas quedan muy expuestas, muy obvias y hasta rancias. No por ofensivas (el rubro villano animado geométrico en sus formas que habla mal rankea alto en la comedia desde Los autos locos) o alguna categoría igual de amplia y vacía: su problema, ese villano deja en evidencia cierto modo holgazán de construir. En un planeta donde Cartoon Network es un cantero de autores e ideas, ver a perros y gatos explotados por sus mañas reconstruidas de modo realista puede generar una sonrisa o una carcajada, pero uno creía que podía tener una ejecución que conllevara una idea más sólida, más dueña de una columna vertebral que la sostenga y no tan pendientes de sus ojitos de gatito que hagan que todos se derritan con sus diseños.