Nicolás Cabré maneja como pocos los ritmos de la comedia
En 1960 se estrenó la película norteamericana The Apartment de Billy Wilder –aquí traducida como Piso de soltero– con Jack Lemmon, Shirley MacLaine y Fred MacMurray. Muchos consideran que ese guión se inspiró en Still Life, obra breve (1936) de Noël Coward que luego se transformó en el film Breve encuentro (1945), dirigido por David Lean. Entre todas estas versiones de cine y teatro lo que siempre se mantuvo fue el amor entre dos seres simples. La actual adaptación que lleva la firma del director, actor y docente teatral Carlos Rivas no tiene vestigios cinematográficos y ubicó la acción en la década del 60. Está pensada para el escenario y eso se evidencia.
La dirección de Daniel Veronese imaginó una puesta espectacular con la imaginación de Alberto Negrín para la escenografía, Eli Sirlin para la iluminación y a este dúo se le sumó el vestuario de Mini Zuccheri. La pantalla que permite cambiar en segundos de espacio, juega con el adentro y el afuera de este “departamento” tan requerido. Ya que su propietario lo presta para relaciones clandestinas, hecho que le complicará la vida.
Es muy difícil hacer una comedia sin actores que tengan oficio. Aquí vuelve Nicolás Cabré a demostrar que maneja el “tiempo” de este difícil género teatral. Casi siguiendo
a Woody Allen vive cada momento como si fuera una desgracia y eso es lo que provoca la risa de los espectadores. Hay en escenas físicas una notable perfección, lo que aparenta despiste o torpeza está sumamente ajustado y esto es resultado del trabajo de dirección e intérprete. A su lado, Laurita Fernández también pone en juego la presencia de una comediante, compone a su protagonista desde el cambio físico hasta su seguridad escénica. El terceto se cierra con Martín Seefeld, quien se afirma y convence en cada secuencia. No hay personajes menores y así lo demuestran desde Gonzalo Urtizberea, Paula Ituriza, Pablo Finamore, Daniela Pantano hasta Pablo Fusco.
Departamento de soltero es una comedia “blanca” y romántica, donde incluso lo sexual que aparece nunca es agresivo. Los desencuentros de este empleado que se enamora de la mujer “ocupada” son universales y en esta puesta se los enfundó con notables recursos visuales. Es subrayable la sincronización técnica que hará que el público recorra con sus ojos los distintos ámbitos de acción. Solo es objetable el uso de micrófonos cuando no es un musical. El elenco se entrega al gran juego –de entretener sin tentarse– y logra conquistar tanto la risa como la complicidad, de quienes los observan.