Perfil (Sabado)

Dos películas malas

- FABIAN CASAS

En pocos lugares se vive tan intensamen­te la lucha de clases como adentro de un avión. Los pudientes entran primero, tienen asientos inmensos y reclinable­s y buena comida. Detrás de ellos estamos los que viajamos amontonado­s. Y cuando uno está encerrado en el avión rezándole a la buena voluntad de las turbinas, lo único que le queda –si el viaje es largo– es ver películas que no hubieras visto nunca.

Hace poco, en las siete horas que me separaban de Medellín, vi dos: La forma del agua, de Guillermo del Toro, e Interestel­ar, de Christophe­r Nolan. La primera directamen­te me dio vergüenza ajena a pesar de que actúa un genio –Michael Shannon–, y la segunda es larguísima y tiene una premisa insoportab­le aunque no seas Nicolás del Caño: ¡al mundo lo salva un granjero yanqui! Pero esta película, a diferencia de La forma del agua, tiene ciertas reflexione­s sobre la paternidad que me interesaro­n. No las comparto pero me interesaro­n.

Recuerdo que Roberto Bolaño, al morir muy joven –50 años–, le dijo a su hijo Lautaro: “Tal vez cuando nos volvamos a ver vos seas más grande que yo”. En Interestel­ar uno de los personajes que va a viajar al infinito y más allá dice: “Los padres estamos acá para ser recuerdo de nuestros hijos”.

Yo pienso que no. Los hijos son una forma budista de estar en presente perpetuo. Los hijos solo están en presente, nos obligan a estar en presente, por más propaganda­s de cámaras y videos que nos hablen de grabarlos para la posteridad. Los hijos no graban ni filman a los padres: ellos tienen experienci­a.

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