Perfil (Sabado)

Un faro para la vida llamado Bruce Springstee­n

- JUAN MANUEL DOMÍNGUEZ

En una clasificac­ión apurada, casi de mudanza urgente, se podría poner La música de mi vida en la misma caja, reciclable, donde están ahora la exitosa Bohemian Rhapsody o el fracaso de Rocketman. Es decir, podría considerar­se parte de la nueva ola de films que toman una figura musical real, su obra, y la hacen epicentro de su dinámica, su estética y su parámetro de expectativ­as. Pero aquí la variante es que la música de Bruce Springstee­n funciona como marco de referencia y como motor argumental, y aunque tiñe todo el relato (por momentos asemejando ideas de musical en potencia), lejos está del biopic mediocre que se encuentra más cerca de Wikipedia que de cautivar con su falsa verdad.

Aquí Springstee­n aparece casi como un santo en la vida de un joven hijo de pakistaníe­s que vive en un suburbio del Reino Unido a finales de los años 80. Javed (Viveik Kalra) descubre su música justo cuando empieza a entender que su familia no esta ahí para entenderlo. Y de repente, como un rayo, las canciones de Bruce Springstee­n iluminan su vida,

y la película de la directora de Bend It Like Beckham (otro film que creaba una presencia luminosa de un figura de la cultura popular) se tiñe toda de esa obra musical. Pero su principal virtud, una que no esconde sus intenciona­les deseos de ser grasa, es capturar con un anzuelo romántico un poco edulcorado ese instante donde algo, sin importar que haya nacido en los Estados Unidos, nos habla. Ese instante en que descubrimo­s quiénes somos a partir de lo que escuchamos; en que el arte nos ayuda a cincelar el tipo de persona que necesitamo­s ser cuando el mundo pareciera ser todo lo opuesto a una canción. Es en ese sentido donde Chadha realiza el camino opuesto a tanta biopic demagógica: demuestra todo lo que el arte puede ser cuando es algo que descubrimo­s nosotros, que nos llega cual botella flotando en el mar, casi por un designio que no es otra cosa que suerte. Entonces, sí, de forma ligera, sí, de forma adolescent­e (de esa forma que el cine tan solo puede serlo) y orgullosa, La música de mi vida exagera felicidade­s, altas fidelidade­s y límites de aquello que uno siente que lo define cuando en la realidad solo permite que nos descubramo­s y nos descubran.

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WARNER DISTINTOS. La directora se aleja del biopic de moda y triunfa.

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