Cuando no alcanza con querer hacer una de terror
La premisa de Bruja es seductoramente eficaz: una historia de venganza, urbana y familiar, pero ejecutada antes que por un/una Charles Bronson genérica, por una bruja local, de pueblo, de familia, con una situación económica complicada y con una hija rebelde y adolescente. Es una fórmula que, claro, hay que testear cómo funciona en el campo de nuestro cine pero que al menos en sus ingredientes ya de por sí sorprende. O al menos soprende en los papeles hasta que la vemos en acción. Bruja confía a ciegas en un cine que hace rato hace
escuela en Argentina: el fantástico dispuesto a no tener miedo a nuestras idiosincrasias y límites. En ese sentido, sabe lo que hace a cada paso, sabe a qué tic del género responde pero también tiene perfecta noción de cómo lo reconfigura desde el híbrido y desde la mutación (a la que se le suma el radiactivo factor “pueblo chico, infierno grande” y una idea muy presente, real, documentada sobre la trata de blancas en Argentina y el sistema corrupto que permite su existencia).
Los problemas de Bruja comienzan cuando deja de pensar en formularios, en recetas, en ADN, y comienza a tener su propia personalidad. Allí es donde el riesgo que toma, que corre y que le da valor, necesita otra forma, una más consistente, una menos endeble. Erica Rivas le pone el cuerpo a su bruja, y lo hace de una forma que mezcla perfectamente el tono que parece buscar el asunto (una clase B orgullosa, casera y ambiciosa, con denuncia real) y el que se le escurre de las manos (algunos recursos usados ponen en evidencia cierta factura más cruda, que deja las intenciones liberadas al azar). En esta segunda instancia es cuando Bruja comienza a adquirir una identidad más relacionada con sus tropiezos antes que con su voluntad, dejando a la luz de esta noche de venganza varias actuaciones, situaciones y hasta una narración de escenas en offside, revelando que no ha logrado ser ni copia feliz, ni invento hereje, ni tributo poderoso. De hecho, lo que revela es que en esos tres posibles objetivos, esos tres modelos de posible vida, lo que se percibe es una falta de brújula y que la película resiste en pie y en camino gracias a Rivas, quien entiende la apuesta que se llevó a cabo y le pone el cuerpo como nadie dentro de esta ficción.