Estar haciendo teatro hoy
Quiero aprovechar este espacio para decir algo sobre el “estar haciendo teatro hoy”. Hablar de vientos y mareas. Y el teatro, lo supuestamente “propio”, me es insuficiente. Quiero evitar la queja “melancolizante” sobre los escollos con los que nos encontramos dada una crisis cuyos efectos repercuten en todos los sectores con impacto dañino. Quiero evitar el tono violento de la denuncia enfática sobre las dificultades que atravesamos a la hora de sostener y desarrollar proyectos de creación o espacios culturales. Porque tan cierto como las pésimas condiciones de producción para el teatro, para los desarrollos artísticos en general, es el hecho de que la indiferencia hacia estas cuestiones se cocina en el mismo recipiente donde los discursos opositores son aceptados en su descripción del estado de las cosas. Se les licua su fuerza con un supuesto sentido crítico y se escuchan los temas del sector como “eso”, como “temas”. Se les obtura su carácter de demanda. Entonces, el malestar es un ítem en una agenda. Siento que por más esfuerzo que haga en dar cuenta del destrato, por más esfuerzo que haga en generar una puesta en valor de la potencia apasionada de quienes a pesar de todo investigan, escriben, actúan, estrenan, estas palabras que escribo serán como mucho el “¡ajá!” de apoyo de les lectorxs amantes de nuestra actividad o la hoja a pasar de largo para otres que se aburren con nuestras disquisiciones pues las leen en clave de inconformismo ñoño, de la sempiterna postura de víctimas o héroes, de unes que en realidad no están tan mal y hasta tienen voz en un diario de tirada masiva para decir lo que les pasa. Luego, el panorama es complejo porque está claro que no se trata de “entonces callemos”. De ninguna manera se trata del mutismo, y el silencio sabio aún no me sale. Solo se me ocurre pronunciar una invitación a inventarnos frente al descontento, intentar la producción colectiva de un conocimiento, inventar otros modos de la acción que excedan el diagnóstico sesudo, el despotricar solipsista, otros modos de estar juntes que no sé cuáles son pero que tendrían que tener la consistencia de un acto cuya radicalidad no pueda ser absorbida por la perversidad de un neoliberalismo –expuesto o escamoteado– que simula atendernos pero que es claro que de atendernos verdaderamente chocaría con los principios sobre los que edifica su lugar de poder, su hegemonía, en una escena que excede esta mirada sobre los hechos puntuales, sobre el teatro, sobre el arte.
Vuelvo a la pregunta sobre cómo habitar un estar en común. Tal vez tengamos que devenir sabuesos de las pequeñas plenitudes y demorarnos allí. Allí detener la vorágine, allí detener el tiempo y hacerle lugar a esas potencias que nos despabilan. Cada tanto en un ensayo, en una charla, en una clase, se hace lugar a alguna fuerza indecible. Una alegría no discursiva. Aunque no estaría mal estar atentos a la disolución entre arte y vida, tanto como para pescar la impronta de lo vivo, de estas fuerzas que a veces la institución artística obtura. Obtura tener experiencias. Advertir lo artístico en guiños que se dan por fuera del sistema canónico del arte. Una alegría que, por un rato, acapara los cuerpos. Se trataría de devenir sabuesos para distinguir esta alegría de la carcajada cínica que quiere imponerse como modo unívoco de la diversión. Ir al rescate de otras comuniones. Cuando la pobreza arrasa, anula la facultad liberadora que la risa o el llanto poseen. Cuando la pobreza arrasa, las sensorialidades se anestesian y los erotismos se administran en dosis efímeras. En algunos casos contemporáneos, erotismos tan efímeros que lo que estimuló una pantalla muere en esa vir tualidad sin haberse enterado de las noticias bellamente estremecedoras que una otra piel tendría para darle.
Dejarnos ver en nuestras fragilidades pareciera ser la estrategia política imposible. Soportar la fragilidad como fortaleza nos murmura al oído una vía poco frecuente ya que se celebra el paradigma del ser duro, fuerte, macho hombre, macha mujer, irónico, canchero, valiente, ganador, número uno, etc. Ya sé, ya conocen la lista, y sé que más temprano que tarde estamos en ella, solo la recuerdo.
Basta… yo quiero decir que a veces tengo miedo. Y que no encuentro sosiego en los proyectos partidarios, todos representan insistencias gastadas y, por sobre todas las cosas, ausencia de creación para pensarnos juntes. ( Y esto, aunque me sea ineludible apoyar unos proyectos por sobre otros que creo peores). Termino declarando una vez más el fracaso de nuestras soledades, invitando a inventarnos y dándome cuenta de que no pude hablar de teatro. A veces “lo propio” no se puede pensar por fuera… *Dramaturgo y director.