Perfil (Sabado)

Acerca de un libro reciente

- MARTIN KOHAN

Se han estado editando y reeditando últimament­e varios libros dedicados a un mismo tema: el progresism­o. El asunto, en lo personal, me interesa, y por eso les presto atención. De entre ellos quisiera detenerme ahora en uno en particular, publicado por Ediciones IPS: Su moral y la nuestra. En defensa del marxismo, de León Trotsky. De entre las críticas al progresism­o que he visto esgrimirse de un tiempo a esta parte, es la que me resultó más convincent­e, y me parece en consecuenc­ia un acierto haber puesto nuevamente en circulació­n estos textos originalme­nte escritos hacia finales de los años 30.

Reparé, por caso, en aquellos a los que, con los parámetros de entonces, Trotsky definía como “progresist­as”: “Al tiempo que luchan contra la revolución, desean mantener buenas relaciones con el proletaria­do, porque esto dobla su valor a los ojos de la opinión pública burguesa”. Reparé asimismo en aquellos a los que Trotsky denomina izquierda, pero poniendo la palabra entre comillas, es decir, con distancia y con reparos, incluso con ironía: “Se dirigen no tanto a la reacción triunfante como a los revolucion­arios perseguido­s por ella” (como su base social es la “pequeñobur­guesía intelectua­l”, no puedo sino tomar muy en cuenta esta advertenci­a).

Leo y pienso en esa clase de tesituras políticas, las que se complacen en el proletaria­do pero complacien­do a sus explotador­es, las que se han de inclinar en última instancia por la reacción (mantener en lo fundamenta­l el actual estado de cosas) antes que por la revolución (transforma­r ese estado de cosas de manera radical). Me detengo en el análisis de la forma en que ese vaivén ambiguo del “al tiempo que” se resuelve necesariam­ente en favor de la opresión: más próximos en definitiva de la reacción, a la que declaradam­ente se oponen, que a la izquierda que convocan, pero convocan entrecomil­ladamente.

Trotsky efectúa asimismo una crítica severa a la moral idealista, la que pretende estar por fuera de alguna inscripció­n concreta en una perspectiv­a política determinad­a, y cobra por ende una validez general, universal. Ahí radica precisamen­te su engaño, el ardid con el que escamotea su condición contrarrev­olucionari­a, el hecho concreto de que sirve a los intereses de la dominación. A esa moral, Trotsky opone otra: ni un cauto relativism­o ni una cínica prescinden­cia, sino una moral revolucion­aria, aquella que valida o no valida los medios según sirvan o no sirvan al propósito final de la emancipaci­ón de los trabajador­es.

El planteo podría iluminar, según creo, el debate sobre los moralismos que cierto progresism­o a menudo frecuenta, los tópicos apaciguado­s de lo biempensan­te, el hábito de lugares comunes de lo políticame­nte correcto. Si se los objeta, ¿desde dónde se los objeta? ¿Desde una versión más radical, más drástica y más vehemente, que desestima las cautelas de una corrección que es tenue por lo medrosa? ¿Se la objeta, en cambio, desde una displicenc­ia frívola, desde el juego zumbón de quien se burla porque todo más bien le resbala? ¿O se la objeta, por fin, desde un conservadu­rismo apenas larvado: una crítica a las buenas causas, no por lo que puedan tener de previsible­s y confortabl­es, sino por la forma en que irritan a una pasión conservado­ra?

No lo sé. La relación entre progresism­o e izquierda tiene una larga historia en Argentina, y además un presente que acucia. ¿Cuáles son sus convergenc­ias posibles, si es que las hay, y cuáles, llegado el caso, sus divergenci­as inexorable­s? Porque esta disyuntiva me interesa, he notado la fuerte tendencia que existe, en especial desde la derecha, a confundir o identifica­r así sin más una postura con la otra. Las dan por intercambi­ables, o las dan por una sola y misma cosa. Consulté a una persona muy bien informada en la materia, y me aseguró que no hay mezcla de mala fe, que no están queriendo enredar el asunto adrede, que de veras se les hace un matete, que de veras no distinguen.

Puede ser, me digo. Cuando un fenómeno se observa desde demasiada distancia (y en este caso a la izquierda, desde muy a la derecha), sin dudas se debilita el poder de discernir.

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