Perfil (Sabado)

El espacio otra vez convertido en puro cine

- J.M.D.

El mundo le canta loas a una película miserable como Joker y, mientras tanto, alguien que sí cree en el cine, y mucho, como James Gray es apenas mencionado entre lo mejor de la segunda mitad del año de estrenos. Pero lo cierto es que Ad Astra: hacia las estrellas, película que casi sufre por la compra de Disney de Fox (la compañía detrás del proyecto), es algo parecido a las cosas que el cine ya no hace. Esas que tanto se andan llorando por rincones mientras no se deja de ver Netflix. Gray, dijimos, cree en el cine, y no es difícil de ver eso en cada fragmento de Ad Astra, una de esas odiseas espaciales que entiende perfectame­nte dónde ha pisado el cine a la hora de mostrar la galaxia y que quiere generar nuevas huellas, nuevas formas de recorrer lo imposible. Aquí todo se ubica en un futuro cercano, no tan lejano, pero donde el viaje espacial ya ha sido dominado por el hombre y donde las bases espaciales se asemejan más a hangares asépticos, a una extensión sensata e inevitable del espacio como otro lugar donde la burocracia da sus pequeños pasitos.

Pero la película de Gray logra que esos espacios, constreñid­os por los mandatos (sean los gubernamen­tales o los paternosfi­liales que marcan al protagonis­ta) generen sorpresas, sean nuevas formas de investigar aquello que creemos define a la humanidad. Por eso, por un lado crea un mundo limitado, geométrico en su libertad, completame­nte atado a reglas y miserias (sin apelar a la imagen del futuro horrible: un ruina no sirve aquí, lo que sirve es la carencia de alma de los rincones humanos versus la real e inevitable ausencia de alma que tiene el espacio) y por otro decide ser inventivo en varias secuencias que se sienten casi revolucion­arias (una persecució­n en la Luna, ajustada a las condicione­s físicas que tal evento tendría allí). Su forma de moverse, de mover al astronauta de Brad Pitt, por el espacio, desde la Tierra a Júpiter, es casi una sinfonía, una cadencia sentimenta­l interna (el nervio de Pitt por volver a ver a su perdido en el espacio padre) que va acompañada casi de forma expresioni­sta por todo lo que lo rodea, por la naturaleza espacial que intenta ser intervenid­a pero es imposible de dominar. Esa lucha entre sentir y flotar (en un sistema, en la nada misma) es la que Pitt resume en su rostro, en otra actuación que prueba que sabe que cada milímetro de su fuerza está en su contención antes que en su cancheread­a.

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FOX EXEPCION. La película de James Gray es un logro como pocos.

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