Peretti y Nicholson: una dupla inquietante
Alto y con una nariz que es la envidia de muchos, a Sergio Garcés lo apodaban Terminator cuando se dedicaba al cine porno. Ahora, rondando los 50, hace de extra en películas. Garcés (un exultante Diego Peretti, en una de sus mejores interpretaciones) es un perdedor innato, aunque su narcisismo a prueba de balas sueña con morir y quedar en el altar de la fama.
El cree que su suerte va al ritmo de la selección nacional de fútbol argentina (¡pobre!), por eso considera que no le va bien en la vida. Para mejor, un accidente hace que su nariz prominente se salve de milagro. A partir de ahí, sufre las más peligrosas peripecias. Su existencia pasa de transitar por matices más simpáticos a rodar por experiencias siniestras como la que vive en un ascensor junto a un joven (estupendo Francisco Lumerman), que daría para un film aparte.
Es indudable que el guión y la dirección de Rania Attieh y Daniel García se desliza por golpes de efecto que se asocian unos a otros, por instantes de forma anárquica. A partir de un sorprendente primer tercio de película, la historia, que por tramos es narrada en off por Daniel Fanego, se diluye. Aparece un efecto acá, otro allá, pero ya ese ritmo vibrante del comienzo no se recupera más y su final es el golpe de gracia para el público, que tiene la sensación de que los directores se aburrieron un poco de la historia y quieren terminarla.
Un atractivo que se ensambla bien con el protagonista es el papel que cumple la estadounidense Julianne Nicholson (a la que se vio en Yo soy Tonya), que llega a un festival de cine, onda Bafici, dispuesta a enamorar a un argentino y dejarse sorprender con lo que él le propone. Ella pareciera necesitar ser la protagonista de una emocionante producción clase B.
Otra originalidad del guión es haber titulado el film con las iniciales S.G., que también aluden al inimitable francés Serge Gainsbourg –fallecido en 1991–, al que Sergio Garcés intenta imitar grabando un disco con covers de la ex pareja de Brigitte Bardot.
Con resoluciones escénicas que recuerdan al polémico JeanLuc Godard y a su musa, Anna Karina, el relato despierta interés a partir de la dupla Peretti y Nicholson, tan minimalista en su interpretación como poseída por un extraño misterio.