Y VANCOUVER LA DESPRECIO
El gran conquistador de la región canadiense de British Columbia pasó por alto toda una franja costera de fiordos, aguas claras y bellezas vírgenes que le parecieron poca cosa. Las tribus orginarias la protegieron y se puede visitar. Es la Costa del Sol.
Aunque se encuentra en tierra firme y un ferry la une con la ciudad de Vancouver, en la Columbia Británica de Canadá, “Sunshine Coast”, la costa del sol canadiense, la porción de paraíso casi salvaje que se encuentra entre Gibson y Lund, aún más al norte que Vancouver, parece no interesarle a muchos. Por eso mismo, es el destino ideal de los que buscan estar en contacto con la naturaleza y bien lejos de la especie humana.
Ni siquiera George Vancouver, que descubrió esta zona, se conmovió con esta belleza virgen del lugar. Llegó a odiar los fiordos, en donde prácticamente no soplaba –ni sopla– viento que empujara las velas de sus barcos y las aguas eran tan profundas que le resultaba imposible anclar. Aquel oficial de la flota de expedición británica incluso anotó en su bitácora, hacia fines del siglo XVIII, que allí no había “ni un rincón que agradara a la vista”. Vancouver decidió bautizar a ese brazo recién descubierto del Pacífico con el nombre de “Desolation Sound”, algo así como “El canal de la desolación”, y lo anotó en el mapa. Hoy lo vemos y nos damos cuenta que es un paraíso natural. Y un secreto para entendidos.
La metrópoli canadiense que hoy lleva el nombre de aquel descubridor y su cercana isla Vancouver estallan de gente en el verano, en cambio en la “Sunshine Coast”, apenas 180 kilómetros al norte de aquel gentío, los días transcurren en paz y a puro relax. Hay tres modos de llegar: en una avioneta acuática, en una avioneta de la aerolínea Pacific Coastal o en automóvil. En este último caso, hay que cruzar el agua en ferry en dos oportunidades y demorará unas cinco horas. “Estar aislado del resto del mundo puede ser una
ventaja”, asegura Lance Holroyd sonriendo. El también es capitán, pero a diferencia de George Vancouver le encantan los fiordos que se abren al norte de los poblados de Sechelt, Roberts Creek, y Powell y River.
“En la época pico del verano, cuando el agua es apta para bañarse, los canales están llenos de botes, pero cuando pasa ese período el silencio es celestial”, dice mientras timonea el Pacific Bear, un pesquero remodelado que va saliendo del puerto de Lund como crucero. Holroyd cuenta que no es raro ver allí orcas, ballenas jorobadas y lobos de mar.
Por las laderas en picada caen cascadas, mientras por otras trepan bosques llenos de árboles que contrastan con el azul del cielo. ¿Qué le habrá caído tan mal por aquel entonces al capitán Vancouver?
Unas mil fotos y tres horas después, el Pacific Bear atraca en el “Homfray Lodge”, una cabaña al pie del monte Denman, de casi 2 mil metros de altura. Esa cabaña es casi un hogar para los cruceros de Pacific Coastal. Unos 16 pasajeros saltan del barco y se encaminan hacia el lodge, donde podrán salir
a dar paseos en kayak para ver orcas y osos grizzly. Las orcas a veces se aproximan muchísimo a los botes, llegan a estar a tan solo unos metros de distancia, y los grizzlys también llegan a estar espantosamente cerca, sobre todo en Toba Inlet, una zona de observación de fauna sobre un río de destellos verdes llamado Klite River, en British Columbia. Todo esto es llevado adelante por “First Nations”, que es como se denominan los habitantes nativos de Canadá. Algo así como “pobladores originarios”.
“A lo largo del río hay cuatro torres de observación”, comenta Alesta, una aborigen que además de estudiar en la isla Vancouver trabaja como guía especializada en osos. Apenas llega a ubicarse con su grupo en un puente sobre el Klite River y ya aparece el primer grizzly, paseándose con total calma por esas aguas serenas.
“Es una hembra de tamaño medio”, comenta Alesta, que promete algo más: “Seguro que enseguida caza salmón”. Doscientos metros río abajo volvemos a toparnos con la osa, que alza una de sus patas justo delante de una de las torres y con una destreza asombrosa para su tamaño caza un salmón tras otro del río. “Los osos necesitan comer 20 mil calorías por día, y para eso cazan unos veinte peces”, explica la guía, que es parte de la nueva generación de los aborígenes canadienses. Está bien formada, siente orgullo por el lugar al que pertenece y es muy abierta con los visitantes. Es una de los tantos guías de la costa del so sol que les enseñan a los turistas a apreciar la naturaleza y la cultura propia del lugar. La “Sunshine Coast” es un enclave artístico, o al menos parece serlo a juzgar por la densidad de artistas por habitante. Los más impresionantes son los escultores de tótems.
Lo único que no tiene mucho que ver con la población local, es decir, con los “First Nation”, es el nombre que se la ha dado a esta región. Uno de los primeros colonos intentó ponerle el nombre de “The Sunshine Belt” (El cinturón donde brilla el sol) en 1914 para atraer a los veraneantes hacia esas costas. Cuando en 1951 se puso en funcionamiento la primera conexión de ferries, la compañía retomó la idea y publicitó el lugar con el nombre de “Sunshine Coast”. Al capitán Vancouver eso nunca se le hubiese ocurrido. La costa puede conocerse de varias maneras. De junio a octubre, hay un tour de cinco días, The Powell Forest Canoe Route is, que recorre 57 km y ocho lagos. Por otra parte, en Sarah Point, en Desolation Sound, comienza una ruta de trekking de 180 kilómetros que finaliza en Saltery Bay y es gratuita. Y finalmente, hay tres senderos para ciclistas. Sprockids Mountain Bike Park es apto para los menos experimentados y no es nada monótona. Es accesible en Langdale.