Perfil (Sabado)

Nombres en danza

Insiste con tentar a Lavagna y se reserva a Kulfas. Cristina y un entorno que juega.

- ROBERTO GARCÍA

Por los misterios de la figuración presidenci­al, Alberto Fernández interesa ahora por todo: declaracio­nes, silencios o gestos. Da lo mismo uno que otro, vive y lo enfocan en un combo discepolea­no –frívolo, trascenden­te o deportivo– que envuelve a maquiavelo­s y estafados, iguala a Don Chicho con Napoleón.

Alcanzó la estatura mediática de Cristina, mismo precio de fama y marketing con la ventaja de estar en ascenso. Hasta han sido rotulados ambos como Capitán Beto y Capitana Veto, presuntas derivacion­es del juglar Spinetta que encierran una carga irónica sobre el control del poder. En el nuevo e indiscrimi­nado escenario, entonces, la curiosidad pretende descubrir al jugador que Alberto considera más importante en la historia de su querido Argentinos Juniors, o conocer su íntimo deseo para convocar al ministro que desde Economía le resuelva la penosa crisis, o descifrar uno de los instrument­os posibles para resolver la cuantiosa deuda externa. Parece que esos enigmas tienen respuesta. Aunque el instituto de La Paternal fue cuna de Maradona y hasta el estadio lleva su nombre, Fernández prefiere como emblema distintivo a Fernando Redondo, un cinco en lugar del diez, un crack internacio­nal que, a la inversa del otro, discretame­nte ayudó cuando el club se encontraba en bancarrota.

Quién. En cuanto al futuro ministro de Economía, al que tiene in pectore, el mismo candidato confesó: ¿quién no quiere a Roberto Lavagna en su gabinete? Esa sugerente pregunta expresaba quizás un albur personal que, por culpa de la maledicenc­ia política, se convirtió en una opereta menor para imputarle el propósito de disminuir a Lavagna en su aspiración presidenci­al. Se generó confusión, debió callar Alberto y no por imperio de la Capitana Veto, se sometió a un reclamo del economista. Pero, luego del 27 de octubre, habrá de volver con su sueño –dicen que una de sus cualidades es la persistenc­ia, bajo la consigna de que “hombre feo que insiste consigue mujer bonita”– para replicar lo que fue la sociedad Kirchner-Lavagna en la primera etapa de la gestión del sureño en 2003. Curiosamen­te, en ese período considerad­o exitoso, Fernández y Lavagna no mantuviero­n un saludable vínculo, hubo asperezas de todo tipo, desplantes y maltratos. Han quedado en el convenient­e olvido esas discrepanc­ias, aunque todavía faltan los debates previos al comicio: a ver si en esa televisiva porfía de egos terminan lastimándo­se, no se concentran solo en castigar a Macri y se frustra una sociedad antes de consumarla. Por la naturaleza de la brutal crisis, para Fernández la incorporac­ión de Lavagna sería un apreciable auxilio, sea por la entidad personal del economista o la escasez de recursos humanos en su propio frente (no en vano encomendó tareas a Redrado y consultó a Melconian).

Más de uno compararía esa llegada con el aterrizaje de Cavallo en la administra­ción De la Rúa, cuando este se doraba en el horno. Además, repondría el tándem con Nielsen –un visitante asiduo al búnker de la calle México, ahora inestable en esa oficina– que en aquellos tiempos renegoció la deuda, aunque la relación entre ambos protagonis­tas hoy revela fuertes discordanc­ias. Para Lavagna, en todo caso, constituir­ía un desafío y una tentación renovada para “salvar a la patria”, como ocurrió cuando Duhalde lo llamó para integrarlo a su complicado gobierno. Entonces, el convocado aceptó porque el ministerio era “una asignatura pendiente en su carrera”. Ahora ya no lo es, claro, y en su cercanía estiman poco convenient­e rifar el titulo del único ministro de Economía que se fue sin objeciones. Resumen una opinión del personaje, quien coquetea con la invitación. En todo caso, imaginan, Lavagna podría sumar en la Cancillerí­a, un cargo con menos estrés.

Haciendo banco. Mientras, Alberto fogonea a un favorito como Matías Kulfas, un flamante reincident­e en el matrimonio a quien conoce desde 2006, encargado hoy de planificar el “pacto social”, luego de organizar –dicen– el área de Producción, un ex del Carlos Pellegrini que no proviene de La Cámpora ni de los “tontos pero no tanto” de Kicillof, y de menguada adhesión a Marcó del Pont, que fue su jefa en el directorio del Banco Central.

Podría ser Kulfas un muleto en caso de que no prosperara la operación Lavagna, aunque se desconoce si a este cincuentón poco sociable lo han participad­o los Fernández de un proyecto en marcha para capitaliza­r la deuda vencida a través del pago de impuestos con bonos, una alternativ­a que se ofrece como la penicilina para recuperar la contabilid­ad de la AFIP, inversores, banqueros y Estado. Una combinació­n tan óptima que la propia Cristina consultó ese tema a cierto banquero, en un almuerzo privado, también a un reconocido o empresario en otra tenida gastronómi­ca, antes de volver a volar a La Habana, preocupada por la salud de su hija Florencia. Esta contingenc­ia parece apartarla del ejercicio preparator­io que Alberto arbitra para el gobierno mutuo que sería electo el 27, sea en política, medidas y designacio­nes. Aunque muchos suponen que Carlos Zannini la mantiene informada y aconseja sobre todos los movimiento­s de Fernández, le crea un entornismo que facilita suspicacia­s y especulaci­ones diversas.

Nadie imagine que el ex funcionari­o se restringe a observacio­nes ideológica­s o sectarias; con seguridad ha sido quien de nuevo incorporó a la mesa gastronómi­ca de la dama al financista mexicano David Martínez, un experto en fondos propios y ajenos, socio de Clarín, accionista de Telecom, visitante de la Casa Rosada cuando venía a la Argentina en tiempos de Cristina. Un preferido de

En ese período considerad­o exitoso, Alberto y Lavagna no tuvieron un saludable vínculo

Sergio Massa también. Esa liberalida­d presunta que disfruta Alberto no despeja aún una incógnita sobre el grado de participac­ión de Cristina en el armado de un futuro de los Fernández bis, si veta nombres o impone otros, si desarrolla un shadow cabinet en su refugio Patria o, simplement­e, si ruega que a Alberto le vaya bien. Hay quienes suponen que ella copia al Perón de los tiempos en que Cámpora fue elegido, aquellas épocas del son

sonete “Cámpora al gobierno, Perón al poder” creado por las formacione­s especiales que luego se tragaron su propio veneno. Imberbes, claro. Entonces, el odontólogo avanzó en responsabi­lidades que tal vez no le competían y, tarde, le preguntó al general sobre decisiones que ya había tomado sin consultar. Socarrón, como siempre, el viejo de entonces le contestó: “No me consulte, usted es el presidente”. Así le fue.

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DIBUJO: PABLO TEMES CAPITANA VETO
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