Perfil (Sabado)

Bestiario de invisibili­dades

- RAFAEL SPREGELBUR­D

Ojo que la danza sabe ser más política y más crítica que las palabras. Desmiembra lo real. En todo relato, su superpoder emana del entramado; imágenes, personajes, acciones, circunstan­cias, deseos, diálogos, citas y retóricas se nos presentan todos a la vez. De la imposibili­dad de separarlos surge el verosímil de cualquier relato armado: la novela, el drama, el posdrama, las fake news. Pero hay un lugar (tal vez solo uno) en el que el relato se suspende mientras el tiempo pasa. Es en la danza, la hermana fustigada de las artes, la chucky capaz de charcutear­lo todo. Cada vez que los cuerpos se resisten al tiempo pero no arman este entramado narrativod­iscursivo, empezamos a ver otras cosas. El complejo ojo-cerebro-cuerpo llama a otra acción.

Susanne Langer afirmó que la danza crea una virtualida­d única; en ella el gesto humano está virtualiza­do. Despojado de su utilidad mecánica, laboral, prensil o expresiva, el gesto deviene algo sublime, digno de conmoción estética.

Como un catálogo de las otras cosas que vemos cuando no hay relato, Leticia Mazur arma un laboratori­o para el ojo en Phantastik­ón. Suspendien­do el devenir argumental y su eje causa-efecto aparecen otras presencias. Por ejemplo, la luz. Que la luz blanca surge de la suma de los colores primarios ya lo sabemos, ¿pero lo vemos? Hace falta un dispositiv­o de virtuosism­o, de ritmos, de jeroglífic­os, para que sus tres intérprete­s (Leder, Lugones y Roces) hagan aparecer lo que no se ve. Ellos no bailan: tironean de la energía. No proyectan sombra: la habitan. No presentan color: lo invocan. No producen ritmo: lo dictan y lo subtitulan.

Sobre el escenario, seres normales se transforma­n en superhéroe­s y sus poderes son el color, el nylon, el acrílico, el malambo. Y lo mejor: son poderes que no sirven para nada; nada narran. Ocupan el espacio del goce inexacto y rellenan esos huecos del alma a los que no llegan las palabras, tan poco fluidas, tan espesas.

Un buen ejercicio sensible consistirí­a en observar el mundo real como lo observa Leticia Mazur. Aislar uno por uno los elementos fundidos en la percepción, en el juicio, sirve para entrenarse en el arte de desbaratar, por ejemplo, la farsa de la política, una goma pegajosa que nos llega en bloque y que nos reclama discutirla en sus propias categorías ya domesticad­as.

Por lo demás, hordas que bailan una coreografí­a simple y viral como un karma han tomado la ciudad. Son felices en ese baile. Y su efecto propagandí­stico es inmediato. Bailar reúne.

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