Perfil (Sabado)

La neurosis de destino argentina

- JORGE FONTEVECCH­IA CEDOC PERFIL

El estilo conservado­r de empresario­s y sindicatos refleja sus melancolía­s por lo que ya no existe En el inconscien­te colectivo integrarse al mundo es una amenaza a la idea de paraíso protegido

“La columna ‘Morfología de la cultura política argentina’ (contratapa de PERFIL el domingo pasado: http:// bit.ly/cultura-politica-argentina) es una exploració­n que abre las puertas al para qué y el por qué de un argumento que transita la cultura para salir de una supuesta determinan­te natural o genética. ¿Cuál es la construcci­ón artificial que se convirtió en natural para inmoviliza­r una cultura y hacerla transitar por un solo argumento o melodía?”, me escribe un amigo psicoanali­sta a quien prometí tratar de construir una hipotética explicació­n en esta columna.

Si la respuesta a la frase de Nietzsche sobre que “verdad es aquella clase de error sin la que determinad­a especie de los seres vivos no podría vivir” fuera nuestra “verdad peronista”, porque muchos sesgos peronistas son caracterís­tica permanente de la cultura política argentina, gobierne quien gobierne, y constituye­n su morfología, o sea, la única forma dentro de la cual puede desarrolla­rse la política en nuestro país, habría que pasar a conjeturar cuál es la utilidad de esa narración estructura­nte que la hizo tan potente y duradera.

Una hipótesis de ese “para qué” puede revelar su génesis en una Argentina que fue poblada por inmigrante­s, durante el siglo XX, que buscaban un refugio de un mundo en crisis, por guerras, conflictos religiosos, falta de trabajo e incluso hambre en algunos casos.

Hasta que la tecnología de comunicaci­ón redujo la distancia facilitand­o la globalizac­ión, Argentina estuvo lejos y en el despoblado hemisferio sur, haciendo de ella una isla que con la breve extensión de Chile limitaba al este con Africa y al oeste con Oceanía, tras miles de kilómetros con solo agua de dos océanos.

Argentina, con su octavo mayor territorio del planeta, era el paraíso naturalmen­te protegido por estar en “el fin del mundo”, rico en recursos naturales, despoblado y donde todo estaba por hacer, y atrajo a quienes vieron la oportunida­d de tener que padecer menos restriccio­nes y obtener más premio por su esfuerzo que en el hemisferio norte, desde donde venían.

El célebre libro del economista A ldo Ferrer Vivir con lo nuestro, publicado en 2002, todavía rescata en el siglo XXI esa nostalgia por aquella Argentina de mediados del siglo pasado prolífica, autosufici­ente, vacía y llena de oportunida­des.

Pero nuestra realidad actual es otra: la tecnología nos hizo menos remotos, la demografía nos informa que entre 1970 y 2020 Argentina duplicó su población, y al mismo tiempo en este medio siglo las demandas de todas las clases sociales se incrementa­ron por la aparición de nuevos bienes y servicios que progresiva­mente pasaron de ser aspiracion­es a convertirs­e en necesidade­s. Vivir con lo nuestro, por mejor administra­do que estuviera, dejó de alcanzar.

La solución para quienes están menos influidos por la cultura política argentina (“cipayos” para algunos), ya sea porque estudiaron en el exterior o en universida­des privadas con mayor relación internacio­nal, o trabajaron en empresas multinacio­nales (dos tercios de nuestro producto bruto es generado por empresas multinacio­nales con asiento en Argentina), resulta obvia: pasar a competir con el resto de países. Pero así Argentina dejaría de ser ese paraíso lejano y aislado para integrarse al mundo del que quiso aislarse.

La mayoría de sindicatos y empresario­s se oponen a la terapia de invertir el doble de esfuerzo para obtener un veinte por ciento más de resultado y encima cruzar un período de espera para recoger los frutos. A sí, fina lmente, desaparece­ría la ventaja de vivir en Argentina que hizo a padres, abuelos y bisabuelos elegirla para vivir.

Y como rechazo al duro duelo que implicar ía reco - nocer la pérdida de ese paraíso de quienes nos precediero­n, se desarrolla el mecanismo de defensa de la negación. Hay una economía en el origen de todo síntoma porque al comienzo siempre son menos costosos los problemas que genera el síntoma que el precio de enfrentar la situación. Progresiva­mente el síntoma se va haciendo cada vez más demandante hasta convertirs­e en mayor que el problema que vino a tapar.

Una explicació­n a la compulsión al fracaso la desarrolla Freud en su idea de la neurosis de destino, en la que se confunde repetición con destino: “Repiten siempre a través de toda su vida, sin corregirse y para su daño, las mismas reacciones, o parecen perseguido­s por un destino implacable, mientras que una investigac­ión algo minuciosa nos muestra que son ellos mismos los que sin saberlo se preparan tal destino”, escribe Freud.

En Chile y en Brasil, nuestros mayores vecinos, hubo dictaduras y democracia como en Argentina pero, mientras en nuestro país fracasan los gobiernos de centroizqu­ierda, de centro y de derecha, en nuestros vecinos sucede lo inverso: en lo económico, tanto las dictaduras como la democracia t uv ieron éxito. Y países más chicos como Bolivia y Uruguay pasan a ser ejemplos a seguir para Alberto Fernández, quien elogia el modelo de Evo Morales y propone como receta para nuestra deuda la forma en que renegoció su deuda Uruguay.

Si fuera la sobreabund­ancia de recursos en el pasado la causa consuetudi­naria de nuestra menor disposició­n a determinad­as acciones, se le agregaría a quien le toque conducir el país a partir del 10 de d iciembre la tendencia mundialmen­te creciente hacia el hedonismo, por la cual se valora más el tiempo libre.

El próx imo gobier no, para tener éxito, precisará reformular la narrativa de Argentina país rico que puede atraer lluvia de inversione­s o permitir cerrarse para vivir holgadamen­te con lo nuestro. El “para qué” de ese error convertido en verdad fue servir de anestesia del dolor que produciría el ya no ser.

Un final optimista: cuando el costo del síntoma es mayor que enfrentar el problema, hay esperanza.

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