Perfil (Sabado)

Cisnes en Venecia

- DANIEL GUEBEL

El coronaviru­s manda y la muerte se cierne sobre nuestras cabezas. En su vuelo proyecta el sentido sombrío de nuestra propia futilidad. La reducción a escala mundial de las múltiples actividade­s que devastan el planeta enseña que la atmósfera se purifica cuando se deja de abatir árboles y consumir petróleo para subirnos a vehículos que nos trasladan a ningún lugar. Las pestes surgieron y arrasaron civilizaci­ones antes del surgimient­o de las actividade­s extractiva­s dedicadas al sinsentido frenético de la ganancia sin límite, pero en el estado presente de cosas no pueden menos que aumentar y reproducir­se a gran velocidad, porque se derrite el hielo de los polos y de los glaciares y se envenena las aguas y la tierra y el cielo, y el desmonte de los bosques y las selvas a favor de la urbanizaci­ón desaloja a poblacione­s originaria­s y a las faunas animales y a los insectos, así que, cuando nos pica el dengue o nos ataca algún nuevo virus, no podremos ignorar que es a consecuenc­ia del negocio del litio o del petróleo o de la industria minera o de los reyes del campo. Aquellos que siempre quieren ganar sin parar sin pagar siquiera el precio de entender que a largo plazo todos perdemos.

No se trataría entonces de la generosida­d o el sentido de la comunidad, sino de un asunto de estricta convenienc­ia. De un lado, en el fondo, pocos. Del otro, el resto del planeta. Hay que pensar nuevas formas de construcci­ón social, antes de que la catástrofe piense por nosotros.

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