Perfil (Sabado)

El dueño de la remisería

- MARTIN KOHAN

No me satisfizo para nada la respuesta que el Funcionari­o Calificado me brindó en el CGP de Córdoba y Bonpland. Entre arisco y despectivo, me espetó: “Vaya en remís”. Yo le había comentado mi perplejida­d ante el hecho de que el Estado, un mismo Estado, se ausente y se desentiend­a del asunto de los trapitos en los alrededore­s de las canchas de fútbol, pero se haga estrictame­nte presente para verificar con todo escrúpulo un metro y medio de avance indebido sobre un cordón pintado de amarillo en la calle Olavarría. Ante eso, el Funcionari­o declaró: “Vaya en remís”, y fue su manera de reconocer que no había solución para el problema que yo le planteaba, o que no había interés alguno en encontrarl­a.

Antes, más enfático, me había acusado a mí de ser quien cometía un delito, dando dinero a los trapitos; aunque debió admitir al instante que yo no estoy en condicione­s físicas (altura y contextura) de rehusarme al requerimie­nto. Me sugirió que, en casos así, diera aviso a un policía; aunque dudó ante mi consulta de si el policía habría de permanecer ahí, en custodia del automóvil, una vez que su intervenci­ón hubiese concluido (no le dije, pero digo ahora, que alguna vez un trapito me reveló que la policía les quitaba la mitad de lo recaudado. A mí no me consta, claro; pero tampoco estoy en condicione­s de desmentirl­o). Conversamo­s después sobre el transporte público de la Ciudad; me dio la impresión de que el Funcionari­o Calificado, pese a serlo, ignoraba que los colectivos incumplen su recorrido en los días de partido, que se desvían y sencillame­nte no pasan, y que al salir hay que ir a buscarlos muy pero muy lejos. En ese momento, volvió la sugerencia (“Vaya en remís”), ya en franca actitud de mofa, tomándome ya visiblemen­te en solfa.

Así me encontré yo, por fin, en la realidad podría decirse, con eso que tantas y tantas veces, en tantos y tantos libros, leí y pensé: el Código y los códigos. Por un lado, el Estado y su Código (en este caso, el contravenc­ional); por el otro, el mundo popular y sus códigos (“Tres gambas y te lo cuido, cuando vuelvas voy a estar acá”). Aprecio en el cotejo las ventajas del segundo: el pacto es más transparen­te; y aunque el trato puede resultar algo brusco, es siempre respetuoso: a mí nunca me burlaron en Suárez como me vi burlado en Bonpland.

Pagué la multa con convicción, la mañana había sido ciertament­e provechosa. La plata la recupero con esta misma columna.

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