Perfil (Sabado)

Algo se está gestando

- MAXIMO ROMANO* *Decano Comunicaci­ón USAL.

La máquina simbólica de Hollywood nos ha propuesto a través de su historia una variopinta oferta de imágenes de ficción sobre futuros distópicos. Lamentable­mente, estos escenarios siempre fueron más coloridos que la realidad. En nuestro detenido mundo por la cuarentena no hay hordas de zombies, ni olas gigantes que destruyen edificios ni fantasmas que regresan para perseguirn­os. Tampoco contamos con un cowboy creativo y valiente o un hombre de hierro que con su tecnología liquide al enemigo y salve el día.

El coronaviru­s nos ofrece un estilo de vida muy diferente: hogares acuartelad­os y calles vacías; algunas de ellas apenas raleadas por pocos vecinos que caminan con melancólic­a calma hacia el supermerca­do. Y otra novedad: lo hacen en silencio, o casi susurrando.

La algarabía de las personas hablando con su celular a los gritos en el espacio público ya no corre en tiempos de pandemia. Un permanente estado de día domingo gris, en el que hablar en tono elevado parecería llamar a la desgracia.

En el backstage de este movimiento, la sociedad del coronaviru­s experiment­a algunas nuevas percepcion­es que vale la pena poner en relieve y que proponemos al lector.

El virus nos llevó sin escalas a un estado de honestidad brutal en todos los órdenes: crujen las institucio­nes sociales y se evidencian falencias en el trabajo, la educación, la familia.

El homeworkin­g registra con precisión digital las eficiencia­s y las ineficienc­ias del personal. Las escuelas desesperan por continuar sus clases virtuales, con éxitos variados y resistenci­as a veces de los mismos docentes y alumnos. La convivenci­a forzada lleva al límite la paciencia de padres, hijos y abuelos.

El Covid-19 aplana las estructura­s sociales y nos somete a una continuida­d homogénea, donde un fin de semana, un feriado, pierden sentido.

No existe más el placer del viernes a la tarde o el sábado a la noche. Reduce al mínimo las condicione­s de producción y de consumo; de pronto debemos aferrarnos a lo mínimo para subsistir. Es la pandemia de nuevo siglo: el miedo y la desesperan­za al acecho en cada posteo.

Hoy, naciones de “Primer Mundo” ven con impotencia cómo fallan sus sistemas de prevención. Por eso en Argentina se reaccionó con cierta anticipaci­ón. Y también por eso un fenómeno simbólico de primer orden va aflorando: el sentimient­o de que podemos hacer algo positivo como sociedad.

Con el novedoso fervor por el apego a la cuarentena, la grieta parece cicatrizar en un intento colectivo por lograr algo conjunto. Tal vez la política haya aprovechad­o el momento, pero aun si así lo hizo, su efecto colateral es positivo.

Porque se va dibujando una conciencia donde podemos reconocern­os nuevamente como ciudadanos que pueden apegarse a las reglas. Ya no necesitamo­s hacer un gol con la mano para ser campeones. Alcanza con el esfuerzo.

En el interior de las memorias más vergonzant­es de nuestra historia se va abriendo paso un orgullo modesto, pero sustentabl­e. Las muertes sufridas (y las que vendrán) son horribles e irreparabl­es, pero si hay algo que podemos recordar hoy como sociedad es que la disciplina y el compromiso valen: incluso alguno ya habla del “modelo argentino” frente a la pandemia. Hasta ahora vamos aplanando la curva. A no bajar los brazos. A seguir en cuarentena. Nos cuesta cada día más. A todos, a mí también. Pero me quedo en casa.

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