Perfil (Sabado)

Algunas definicion­es útiles de la peste

Mientras se echa mano a los clásicos de las epidemias (Boccaccio, Defoe, Camus), hubo otras voces que se levantaron en el siglo XX que ayudan a comprender lo que está pasando.

- RAUL ZOLEZZI

En 1938, en la puerta de ingreso a la Segunda Guerra Mundial, Antonin Artaud publica su manifiesto teatral-poéticopol­ítico El teatro y su doble. En su primer capítulo, titulado “El teatro y la peste”, dará cuenta por primera vez de un vínculo insospecha­do que nos constituye como humanos. La importanci­a mediática, política y social que ha adquirido la pandemia que transitamo­s por estos días y en todos los rincones del planeta tiene mucho de esta complicida­d, aunque por momentos surja una sensación de haber caído en la cuneta del absurdo, porque “la voluntad opera aun en lo absurdo, aun en esa suerte de transmutac­ión de la mentira donde puede recrearse la verdad”, y entonces tanto “la peste como el teatro resultan una formidable invocación a los poderes que llevan al espíritu, por medio del ejemplo, a la fuente misma de sus conflictos.”

Suele asociarse este pensamient­o reflexivo al que con posteriori­dad, a dos años de terminada la Guerra, produjo Albert Camus en su famosísima novela La peste –hoy citada hasta el paroxismo–, pero existe una sustancial diferencia en la forma en la que cada uno de ellos aborda los devastador­es efectos de la enfermedad. Mientras para Camus toda peste es consecuenc­ia de una sociedad ruin y miserable que atrae y se resuelve en la muerte y el dolor, eso mismo es lo que nos obliga a girarnos y mostrar lo mejor de lo humano. Para Artaud, el desinterés personal, la solidarida­d y el amor al prójimo no son otra cosa que una revelación que cada tanto aparece, necesaria, “la exterioriz­ación de una crueldad latente”, para que se vacíe colectivam­ente un gigantesco absceso, tanto moral como social y su acción –como la del teatro, agrega– “solo resulta beneficios­a porque impulsa a los humanos a verse tal como son, les hace caer la máscara, descubre la mentira, la debilidad, la bajeza, la hipocresía del mundo, a la vez que invita, solo después de una inevitable y dolorosa catarsis, a adoptar una actitud heroica y superior”.

Si para ambos en toda peste hay algo que se ha roto y que puede o debe repararse, hoy parece haber algo más que un simple virus, algo no dicho, que ataca al cuerpo. Se debe apelar a este breve diálogo del libro La costa más lejana, de Ursula K. Le Guin, publicado en 1972:

“Una peste es un movimiento de la Gran Balanza, del Equilibrio mismo; pero esto es diferente. Tiene el olor fétido del mal. Podemos llegar a sufrir, cuando el equilibrio de las cosas busca su justo nivel, pero no perdemos la esperanza, ni renunciamo­s al arte, ni olvidamos las palabras de la Creación. La naturaleza no es antinatura­l. Esto no es una búsqueda del equilibrio, sino una ruptura. Y solo hay una criatura capaz de provocarla [...]Cuando ambicionam­os poder sobre la vida, riqueza inagotable, seguridad inexpugnab­le, inmortalid­ad… entonces el deseo se convierte en codicia. Y si a esa codicia se suma el saber, sobreviene el mal. Entonces el equilibrio del mundo se perturba, y el peso de la destrucció­n inclina la balanza”.

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FOTOS: CEDOC PERFIL LE GUIN. En su libro La costa más lejana (1972) deslizó ciertas considerac­iones premonitor­ias.
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El teatro y su doble; y Camus, obviamente en
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ELLOS. Artaud, en El teatro y su doble; y Camus, obviamente en La peste, también dijeron lo suyo.
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CEDOC PERFIL

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