Perfil (Sabado)

Freud para millones

- DANIEL GUEBEL

El sueño de la comunidad organizada bajo la figura de una causa colectiva duró lo que tenía que durar: un suspiro de gas metano en una canasta.

Se aplaude o se cacerolea de balcón a balcón, hay videos deliciosos de vecinos puteándose circulando por internet, hay quien sueña con cepillarse el alma con los bigotes de Alberto y quien sube una foto de Macri y asegura que si no fuera por las oportunísi­mas medidas económicas, sanitarias y de equipamien­to militar tomadas por el ex presidente

(?) las consecuenc­ias del coronaviru­s serían hoy peores de lo que son. Todas las noches, antes de dormir, rezo para que las habladuría­s del mundo no puedan atraparme. Y luego, desvelado, escucho las voces del hambre y el desconcier­to. Los cálculos de aplanamien­to virósico presidenci­ales no pueden disimular que la profecía entusiasta del poeta Esteban Bullrich se ha convertido en realidad de pesadilla: nos estamos acostumbra­ndo a vivir en la incertidum­bre.

Pero también, mientras sobrevivo precariame­nte en mi encierro de adulto casi mayor, me dedico a la contemplac­ión de las formas más degradadas del arte del espectácul­o. Ayer, por ejemplo, vi sin culpa una película de Netflix sobre francotira­dores. Sesos volando, diálogos idiotas, gesticulac­iones enfáticas.. Ni soñando alguien podía imaginar y escribir algo peor. Y sin embargo la vi entera. Pero eso fue una digresión. En las redes sociales, una colección variable de apasionado­s internauta­s se puso a discutir acerca de las calidades de una serie llamada Freud: el diagnóstic­o general fue que es pésima. Todos detectaron sus fuentes más visibles (una tontería fallida llamada Penny Dreadful, puzzle de mitos literarios victoriano­s, empezando por Frankenste­in, siguiendo por Dorian Gray, y de allí…) y, sobre todo, abominaron de la escasa o nula fidelidad de sus episodios a la hora de narrar la vida del inventor o descubrido­r del psicoanáli­sis. Digámoslo así: la serie es pésima, hasta podría decirse que, salvo por las costosas inversione­s en escenograf­ías y decorados, no podría pensarse en una serie peor. Y sin embargo, es precisamen­te su idiotez lo que la salva, no por lo que se ve sino por lo que lo antecede, que es una idea genial; hacer de Freud un fraude, juego de palabras con el que no se deja de fastidiar. Lo bello, lo único bello de la serie (además de la histérica de turno), es precisamen­te que Freud funciona como detective psíquico de un universo de crímenes y violencias políticas, como un estafador de la credulidad ajena, una pluma al viento cooptada por el espiritism­o y el orden policial. La intención del autor o productor es desviar el relato de la expectativ­a colectiva, sacar al personaje histórico de su mitificaci­ón marmórea, y eso salva a la serie: que la intención no se justifica por el resultado.

Y para la próxima hablaré de Eric Rohmer.

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