Una guerra pasional silenciosa
El primero de los estrenos que se hacen en plena pandemia por la plataforma online Cine.ar (hoy a las 20, ya emitida el jueves, a la que se suma Ni héroe ni traidor) es la película de Franco González y Demián Santander, La creciente. Más allá de esa trivia, la película sigue a un joven con un pasado oscuro que llega, con ganas de olvidar, a unas islas en el río Paraná, un ambiente que dista de la fábula del western, pero los autores se las arreglan para, claro, invertir esa idea. La creciente busca intencionalmente ser un western, uno escueto y crudo, uno más obsesionado con sus personajes, con la ausencia de la ley y la fuerza masculina de sus protagonistas. Ese es precisamente el tono que se logra imprimir, pero eso se logra lejos del clasicismo y más cerca de una crudeza. Esa crudeza es la que también acerca al film a otra decisión autoral: ser un estudio de personajes, un western rudo de cámara, que antes de romantizar la masculinidad y el pasado marginal de sus personajes decide convertirlos en infiernos y en lugares donde tarde o temprano arden sus obsesiones.
La creciente es una película pequeña que aprovecha aquello gigante e infinito que la rodea, que entiende que en su duelo, que es aquí el contraste entre naturaleza y esos hombres (contraste silencioso, nada exagerado), adquieren mayor violencia esas guerras que los mismos protagonistas desarrollan entre sí. Matías es el joven que llega. Lo hace con ganas de reconstruir su vida, pero casi como una condena, lo que encuentra es igual de violento que lo que abandonó, y lo que encuentra es, sí, una ley ausente, y un mundo masculino, opresor y violento; una pesadilla a cielo abierto marcada por un tono impasible.
Ese es otro acierto: lograr que la marginalidad de los personajes no sea un detalle menor, no sea un tatuaje de estilo para aprovechar y generar regodeos estéticos. Al contrario, esa marginalidad va tomando todo aquello que la cámara podría construir como algo poético. Si hay belleza, La creciente entiende que no es algo que sus personajes, en esas obsesiones y su propia incapacidad de verla, sufren, pero sí se da cuenta de la forma en que ellos alteran lo que los rodea. Una gran pequeña película que con poco, y sabiendo esconder sus milagros (como toda película enamorada del clasicismo), aprovecha a sus actores, sus paisajes y su forma de verlos para contar de forma contundente y plena un western hereje.