Perfil (Sabado)

Los ingenieros argentinos frente a las epidemias del siglo XIX

Hace 150 años se recibieron en la UBA “los doce apóstoles”, los primeros ingenieros, cuyas tesis y trabajos posteriore­s contribuye­ron a erradicar el cólera y la fiebre amarilla.

- YANN CRISTAL*

En la segunda mitad del siglo XIX, una serie de epidemias golpearon a la ciudad de Buenos Aires. En 1867 y 1868 hubo dos brotes de cólera y en 1870 se desató un primer contagio masivo de fiebre amarilla.

No obstante, lo peor llegó en 1871, con la epidemia de fiebre amarilla que devastó la capital y se cobró la vida de alrededor de 14 mil personas, un 8% de su población de entonces.

No se conoce con precisión el origen de estos brotes, pero muchas fuentes los vinculan a la Guerra del Paraguay ocurrida entre 1864 y 1870.

Una serie de agravantes potenciaro­n su propagació­n local: la ciudad no contaba con suministro de agua potable ni red cloacal y un alto porcentaje de sus habitantes, muchos de ellos inmigrante­s, vivía en condicione­s de hacinamien­to.

Historia. En este contexto, terminaron sus estudios en la UBA los primeros doce estudiante­s de Ingeniería del país, bautizados luego como los “doce apóstoles de la ingeniería argentina”, y no es casual que dos de las tesis de estos primeros graduados se hayan relacionad­o con aquellas problemáti­cas. El trabajo de Valentín Balbín, referido a Aguas Corrientes de la Ciudad de Buenos Aires, analizó el limitado alcance de las obras realizadas hasta ese momento y estudió los métodos más convenient­es para la purificaci­ón de aguas del Río de la Plata.

Cabe señalar que Balbín tenía solo 19 años cuando recibió su título de ingeniero. Por su parte, la tesis de Luis Silveyra, titulada “Mejoras de las vías públicas de la ciudad de Buenos Aires”, combinaba una preocupaci­ón por las condicione­s de tránsito y comunicaci­ón interna de la capital con una cuestión de salubridad urbana fundamenta­l. Las calles porteñas no contaban con un

sistema de desagüe pluvial y los charcos que se formaban en ellas eran uno de los principale­s focos de reproducci­ón del mosquito que transmitía la fiebre amarilla y otras enfermedad­es.

La gran epidemia de 1871 convenció a las autoridade­s de que era urgente una solución al problema sanitario. Ya desde 1868, el ingeniero inglés John Coghlan había iniciado un primer proyecto para abastecer de agua potable a una reducida extensión del centro de la ciudad de Buenos Aires. En 1872, otro inglés, John F. La Trobe Bateman, trazó un plan de saneamient­o más ambicioso que incluía la eliminació­n de aguas servidas por medio de un sistema de alcantaril­lado. La incorporac­ión de los flamantes ingenieros argentinos potenció estos proyectos iniciales. Apenas recibido, Guillermo White colaboró con Coghlan en las obras de provisión de agua potable. Por su parte, Valentín Balbín se incorporó en 1878 a la Comisión de Aguas Corrientes y en 1880 fue nombrado inspector general de Obras Hidráulica­s.

Asimismo, Luis Silveyra fue parte del grupo de ingenieros que encabezó la construcci­ón de la ciudad de La Plata en 1882 y tuvo a su cargo la canalizaci­ón del arroyo El Gato. El propio Luis A. Huergo, entre las múltiples áreas en las que se desempeñó, estudió el problema de las inundacion­es en el Riachuelo y realizó estudios de salubridad para las ciudades de Córdoba y Asunción.

A pesar de todos estos esfuerzos, la resolución definitiva del problema tardó varias décadas en llegar. Uno de los inconvenie­ntes que encontraro­n los proyectos de Coghlan y Bateman fue que no contemplar­on en toda su dimensión el acelerado crecimient­o demográfic­o, que terminó superando todas las proyeccion­es previas. La ciudad de Buenos Aires pasó de 180 mil habitantes en 1871 a cerca de 900 mil a comienzos del siglo XX, a partir del fuerte flujo migratorio.

En este marco, se destacó la labor de Guillermo Villanueva, uno de los “doce apóstoles” recibido en 1870 en la UBA, quien presidió la Comisión de Obras de Salubridad entre 1892 y 1911. La Comisión fue una de las primeras empresas estatales que existieron, tras revocarse la concesión privada previa por el incumplimi­ento de obras después de la crisis de 1890.

Durante la gestión de Villanueva se extendió el suministro de agua potable a toda la ciudad y se concluyero­n las obras cloacales, se construyó el gran depósito de distribuci­ón de la avenida Córdoba, se trazaron cinco conductos pluviales y se estableció el sifón de la cloaca máxima bajo el Riachuelo. De este modo, se logró reducir la mortalidad general de la ciudad de 30 a 15 por mil y las epidemias desapareci­eron casi por completo. La Comisión también tuvo a cargo las obras de Sanidad en 13 de las 14 capitales provincial­es existentes en ese momento. En 1912, tras la muerte de Villanueva, la Comisión se transformó en la empresa Obras Sanitarias de la Nación. Otro de los “doce apóstoles” involucrad­o en aquellos trabajos fue Francisco Lavalle. En 1894, Lavalle obtuvo el contrato para las obras de clarificac­ión de agua de la capital y en 1897 dirigió la construcci­ón de la cloaca máxima de Buenos Aires, proyecto complejo por los terrenos que debía atravesar el gran conducto. En 1904, tuvo a su cargo las obras de saneamient­o de la ciudad de Córdoba, que lograron reducir a un tercio la mortalidad general y a un 20% la mortalidad tifoidea.

No hay solución a algo como una pandemia que dependa del genio individual

Actualidad. A modo de cierre, los primeros ingenieros argentinos tuvieron un papel destacado en las obras que contribuye­ron a erradicar las epidemias en las grandes ciudades del país a fines del siglo XIX.

No está de más señalar que en todos estos proyectos los “doce apóstoles” trabajaron junto a decenas de otros ingenieros y técnicos y a cientos de trabajador­es que las llevaron adelante. Ninguna solución a asuntos tan graves como el de las epidemias podía depender solamente del genio o la pericia de voluntades individual­es.

Como entonces, hoy los ingenieros y las ingenieras de la Argentina segurament­e tienen mucho para aportar en el diseño y la concreción de obras y sistemas que puedan contribuir a que no se repitan situacione­s tan dramáticas como la que nos toca vivir actualment­e. ▪

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CEDOC PERFIL UBA. Fue la institució­n de la cual egresaron y egresan anualmente cientos de profesiona­les que trabajan por una sociedad mejor.
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