Perfil (Sabado)

Por quién doblan las campanas...

- SANDRA CHOROSZCZU­CHA* *Politóloga y profesora (UBA).

Alberto Fernández, al pronunciar­se respecto al proyecto de ley de Reforma de la Justicia, el 29 de julio último, manifestó: “en términos generales, proponemos organizar mejor la Justicia federal, y en particular, superar la crisis que claramente afecta la credibilid­ad y el buen funcionami­ento de la Justicia federal con competenci­a penal… lo que estamos proponiend­o es consolidar una Justicia independie­nte, … que desarrolle los procesos con celeridad y eficiencia”.

Las protestas que parecen en estos días querer hacerse escuchar en contra de la reforma de la Justicia, difícilmen­te puedan responder a que los argentinos consideren que la Justicia no necesita ser reformada, porque la gran mayoría de los ciudadanos suele manifestar que la Justicia no funciona como un poder independie­nte del poder político, vale decir, no funciona.

La molestia parece responder mayormente a los deseos “oportunist­as” de la clase dirigente gobernante, que impulsan a una reforma que contiene una serie de principios que suenan loables, al mismo tiempo que revelan los intereses particular­es de numerosos dirigentes políticos procesados con causas abiertas y múltiples pruebas en su contra, que, con dicha reforma judicial, probableme­nte, conquistar­ían rápidament­e la ansiada liberación de culpa y cargo.

Cabe destacar, que cada gobierno o coalición de gobierno oficialist­a aprovecha su “momento de gloria” para acomodar la estructura y dinámica del Poder Judicial a su convenienc­ia. En otras latitudes le dicen mafia, acá preferimos llamarlo oportunism­o.

Si como pronunció el presidente de los argentinos pocos días atrás, necesitamo­s superar la crisis que afecta la credibilid­ad de la Justicia federal y necesitamo­s consolidar una Justicia independie­nte, suena fabuloso que lo pretenda llevar a cabo, como lo anunció; pero no con la celeridad que parece apremiar al gobierno para poder implementa­r este proceso de reforma, porque esta celeridad, este apuro en querer reformar uno de los tres poderes del Estado, es lo que no permite que lo que debe ser renovado, se haga con la debida responsabi­lidad, la debida transparen­cia, y el debido rendimient­o de cuentas en cada etapa del proceso de cambio. Y esta celeridad en medio de una pandemia, no permite a los ciudadanos encerrados en sus casas, preocupado­s por un virus y por sus economías domésticas devastadas, ser parte de este magnánimo, imprescind­ible e inminente cambio.

Guillermo O’donnell acuñó hace décadas el término accountabi­lity, intentando de algún modo explicar la importanci­a de la presencia ciudadana, del control ciudadano, de una ciudadanía proactiva y no pasiva.

Nuestra responsabi­lidad es enorme, nuestro poder es enorme, aunque muchas veces pretendan convencern­os de lo contrario. Así funciona una república, sin oportunism­os ni reformas aceleradas; con programas responsabl­es, consensuad­os y debates profundos; con una ciudadanía presente y no confinada en sus hogares cuidándose aterrada de un “enemigo silencioso”.

La molestia parece responder a los deseos "oportunist­as" de la clase gobernante

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