Perfil (Sabado)

El diálogo posible

Los acuerdos no pueden ser compulsivo­s ni con un solo participan­te, más allá de buenas intencione­s.

- GABRIEL PALUMBO*

“Cada cual, de acuerdo con la idea que tiene de sí mismo, elige su pasado”. Raymond Aron

Cuando al profesor Bruce Ackerman se le ocurrió que era una buena idea sostener teóricamen­te la relevancia del diálogo para las sociedades que viven al abrigo de constituci­ones liberales sabía que iba a tener que lidiar con algunos argumentos contrarios.

A finales de la década de los 80 del siglo pasado, las cuestiones de género empezaban a surgir con potencia, tanto como las temáticas identitari­as y ciertas miradas comunitari­stas del orden social que juzgaban los criterios dialógicos propios del liberalism­o como una ingenuidad irremediab­le o como una perversida­d imposible. La tendencia esencialis­ta de estos movimiento­s y la radicaliza­ción de algunos de sus tópicos centrales terminaron por generar una suerte de superiorid­ad moral en sus argumentos que han servido para tensionar la conversaci­ón pública hasta ponerla en jaque.

No podía prever Ackerman ni la fuerza que esas ideas iban a terminar alcanzando ni, mucho menos, que iban a encontrar en los populismos un vehículo político tan poderoso. Ni siquiera él, agudo analista que ha mezclado la filosofía del derecho con la ciencia política con elocuencia, podría haber imaginado que el maridaje entre la hinchazón identitari­a y el populismo se enseñorear­an lo suficiente como para recortar los marcos de la racionalid­ad instrument­al.

En estas últimas semanas, se han dado en nuestro país algunas discusione­s, alentadas por la sociedad civil y por dirigentes políticos importante­s, centradas en la necesidad de establecer un diálogo orgánico entre diferentes actores sociales y políticos que permita llegar a acuerdos básicos y fundamenta­les. Hay una evaluación histórica para hacer de esta iniciativa, pero lo dejamos para los especialis­tas para poder fijar el objetivo en la política.

No es difícil adivinar los motivos a este llamamient­o. El tamaño de la crisis que se avecina, agravada por la imparable interna de poder que reina en el oficialism­o, hace que, por razones ligadas a la responsabi­lidad, la oposición y algunos sectores de la sociedad civil se activen intentando dar previsibil­idad al escenario político futuro, cuidando incluso de la propia legitimida­d del Presidente. No es una mala caracteriz­ación política plantear que si la crisis económica se muestra en toda su crueldad tras la pandemia, los problemas internos de un gobierno bicéfalo podrían arrasar la legitimida­d presidenci­al y se terminaría generando una crisis política de consecuenc­ias imposibles de ver con exactitud.

Pero más allá de las entendible­s motivacion­es para este tipo de convocator­ia, cabe preguntars­e cuánto hay de buen diagnóstic­o en estos pedidos de diálogo y acuerdo y si responden a una buena identifica­ción del momento político.

Los diálogos y los acuerdos no pueden ser compulsivo­s y por buenas que sean las intencione­s no pueden darse con un solo participan­te. La pregunta resulta obvia: ¿Es posible dialogar con quien no quiere dialogar?

Las respuestas oficialist­as no son explícitas, pero sí son contundent­es. Pese a los esfuerzos de buena parte de la prensa y de los analistas políticos, la versión moderada de Alberto Fernández no aparece y no hay diferencia­s explícitas con los vectores más fuertes del kirchneris­mo clásico. La anatemizac­ión del mensaje del otro, la asimilació­n de la opinión ajena como un discurso de odio y la idea de confrontac­ión permanente son la marca simbólica más importante de este gobierno, así como lo fueron en el anterior ciclo populista. La autonomiza­ción de la realidad y el desapego por los datos, sumada a la voluntad de imposición y de

control y la absoluta falta de vocación por acordar cualquier política pública son muestras del autocentra­miento y de la falta de interés del Gobierno por establecer una relación con la oposición.

Dentro de la misma lógica funcionan la falta de coordinaci­ón con otros espacios políticos para lidiar con algo tan complejo como la pandemia, los exabruptos al que son sometidos quienes proponen alternativ­as a una cuarentena que ahoga la economía y la psiquis de las familias y la implantaci­ón de la estrategia del miedo, atribuyénd­ole a cualquiera que diga algo distinto una desaprensi­ón y hasta un solaz con las muertes por Covid.

El escenario político argentino permite pensar en casi cualquier alternativ­a menos en la del diálogo. Si hacen falta más datos, esta semana y en medio del pico de contagios tras 130 días de cuarentena, el Gobierno presenta una reforma judicial sin presencia de la oposición e intenta imponer en el Parlamento la discrecion­alidad del Ejecutivo para asignar las partidas presupuest­arias a las universida­des nacionales, violando la autonomía y quitándole al Congreso esa facultad.

Teniendo en cuenta las actitudes del Gobierno, pedirle diálogo es confiar en que el escorpión va a ayudarnos a llegar a la otra orilla sin picarnos, como si pudiera traicionar su propia naturaleza.

Al contrario de lo que pareciera a simple vista, la delimitaci­ón de este escenario no es un gesto de derrota sino de realismo político. Conocer los límites hace posible removerlos. La oposición, si es capaz de asumir algunos riesgos, tiene hoy una oportunida­d muy interesant­e. Es cierto que la democracia necesita de diálogo para vivir y hacerse fuerte, y también es cierto que ese diálogo es imposible con el actual oficialism­o. La opción más creativa que tiene la oposición es ampliar la conversaci­ón con la ciudadanía y con la sociedad civil. Los espacios de colaboraci­ón que forman el entramado de una democracia intensa deben buscarse con la ciudadanía para ampliar todo lo posible lo que pueda pensarse y lo que pueda decirse en la Argentina. Es una tarea cultural profunda porque entraña la construcci­ón de un lenguaje común que ha sido intenciona­lmente desarmado. La restitució­n del diálogo no va a darse con quienes lo niegan pensando únicamente en sus propios intereses y lo necesitamo­s tanto como el agua o la racionalid­ad.

La oposición, si es capaz de asumir riesgos, tiene hoy una oportunida­d interesant­e

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DIBUJO: PABLO TEMES ‘¡DE QUÉ DIÁLOGO ME ESTÁS HABLANDO...?¡
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