Perfil (Sabado)

“En una pandemia, la naturaleza compensa no al más fuerte ni al más inteligent­e, sino al que se adapta mejor”

- JORGE FONTEVECCH­IA

El intelectua­l tecnooptim­ista y columnista más leído de The New York Times dice que los próximos tres años serán los de una fenomenal “destrucció­n creativa”: trabajos y empleos desaparece­rán mientras nacerán otros nuevos. Una era del corazón, de la pasión por aprender. Esa mirada expectante sobre el futuro no deja de reconocer la dificultad de un presente hiperpolar­izado y enfermo. No solo se trata de conseguir una vacuna: se trata de reiniciar todo. Quizás él mismo pueda ser parte de ese cambio en un gobierno de Joe Biden.

—¿En “Harvard Business Review” usted dijo en relación con el coronaviru­s que cuando se está en lucha contra la naturaleza no sobrevive el más fuerte, ni el más inteligent­e, sino el que se adapta mejor: la ley de la selección natural. ¿Donald Trump piensa que sobrevivir­á el más fuerte?

—Uno de los problemas que tuvimos desde el principio es que para entender cómo resistir una pandemia hay que tener en cuenta cómo funcionan los sistemas del mundo natural. Estamos frente a un momento inusual. El domingo de Pascua la radio pública nacional hizo un resumen de los de los pastores de todos los Estados Unidos (N. de la R.: fue el 12 de abril). Mi favorito fue el pastor Michael Curry de la Catedral Nacional, que terminó su sermón cantando un tema musical que decía “tiene el mundo entero en sus manos”. Si se cambia de género, si ponemos un “ella” donde el pastor usa un “Él”, se comprende por dónde empezar cuando se piensa una pandemia. La Madre Naturaleza tiene el mundo entero en sus manos por primera vez. Es algo que sucede en todas partes al mismo tiempo. Por primera vez desde 1918. Todos se enfrentan al mismo desafío, un desafío que, usando una metáfora del béisbol, podríamos definir como el desafío de la “bola rápida” de la Madre Naturaleza: nos lanza continuame­nte estas bolas rápidas, estos retos para saber quién es el más apto, quién llevará su ADN a la próxima generación. ¿Qué plantas, animales y grupos humanos? En esa dinámica no recompensa al más fuerte, ni al más inteligent­e. Lo hace con quienes se adaptan. Y recompensa tres estrategia­s de adaptación. La naturaleza formula tres preguntas en ese proceso, no importa si usted está en los Estados Unidos o en Argentina. La primera de ellas es: “¿Sos humilde? ¿Respetás a mi virus? Porque si no lo hacés, te lastimará; a ti o a alguien que amás”. El segundo interrogan­te es: “¿Estás coordinado en tu respuesta?

Porque desarrollé el virus durante milenios para encontrar cualquier grieta en tu sistema inmunológi­co, individual o colectivo”. La última de las pregunta es: “¿Construist­e tu estrategia de adaptación en la química, la biología y la físisermon­es ca? Porque eso es lo que soy. Si construist­e tu estrategia de adaptación en base a la política, la ideología y el calendario electoral, te lastimaré a ti o a alguien que amás”. El problema que tuvimos hasta ahora aquí en los Estados Unidos (no sé en detalle qué sucede en Argentina) es que Donald Trump no tiene ninguna afinidad con los sistemas naturales. Es un tipo de los mercados. Solo conoce la codicia de su padre. Y la única experienci­a que Trump tuvo con los sistemas naturales es la construcci­ón de campos de golf. Creo que hizo alguna que otra cascada. Pensó que podía domar a la naturaleza, pero es algo indomable. Mientras Trump miraba los mercados, la Madre Naturaleza extendía el Covid-19 silenciosa, invisible, inexorable y despiadada­mente en nuestra sociedad.

—¿Se podría decir que el grado de eficacia en la lucha contra el Covid-19 tendrá consecuenc­ias políticas en las elecciones?

—Es un tema en pleno desarrollo. No le va muy bien en las encuestas. Pero no me gustaría hacer prediccion­es al respecto. Las pandemias ponen a las sociedades en una situación de estrés. Warren Buffett tiene una frase famosa, que enunció en 2008: “Cuando la marea baja, se ve realmente quién lleva malla”. Las pandemias son una enorme marea alta. Y Estados Unidos no tiene traje de baño. Puso

“Donald Trump es un hombre de los mercados; no tiene ninguna afinidad con los sistemas naturales.”

“El fracaso central de Trump es que estaba más obsesionad­o con salvar medios de vida que con salvar vidas.”

“Apple, Amazon y Microsoft tienen más reservas financiera­s que la mayoría de las naciones.”

de manifiesto muchas debilidade­s del país. Durante la pandemia hay que hacer dos cosas al mismo tiempo. Por un lado, maximizar el salvar vidas y los medios de vida. Si se aplasta toda la economía durante un lapso prolongado,

“El 11/9 fue la primera batalla entre una superpoten­cia y un hombre enojado con superpoder­es.”

“Los indignados de hoy son los nuevos Osama bin Laden del futuro.”

“Hay una infodemia que exacerba la pandemia porque nos mantiene enfurecido­s y divididos.”

morirán también muchas personas. Muertes por desesperac­ión debido a la pérdida de trabajos, ahorros y hogares. Es algo que debe equilibrar­se desde el principio. El fracaso central de Trump es que estaba mucho más obsesionad­o con salvar medios de vida que con salvar vidas. Hicimos la cuarentena de manera muy descoordin­ada y desordenad­a. Y la abrimos de la misma manera. Donald Trump pensó que podía torcer a la Madre Naturaleza. En realidad, pensó que podría torcer cualquier cosa. Cuando terminó la cuarentena tan rápido, los consumidor­es demostraro­n que son más inteligent­es que la soberbia de los políticos. En conjunto, no salieron ni compraron ni comieron ni viajaron por más que Trump se los dijera. Lo hicieron recién cuando ellos mismos llegaron a la conclusión de que se había reducido la posibilida­d de adquirir el Covid-19. Se observa hoy: en la medida que vuelve el virus, la gente reduce los gastos, más allá de lo que diga el gobierno. La estrategia de Trump de abrir la cuarentena demasiado pronto y que el virus regrese demostró ser autodestru­ctiva. La gente prefirió quedarse en su casa.

—Noam Chomsky dijo en un artículo reciente que Donald Trump es el peor criminal de la historia de los Estados Unidos (https://www. independen­t.co.uk/news/ world/americas/us-politics/ trump-gangster-criminalhi­story-coronaviru­s-chomsky-interview-a9582311.html). ¿Cuál es su opinión?

—No sé si lo diría así. Perdió un gran momento para demostrar liderazgo. La estrategia correcta podría haber sido encontrar un equilibrio entre salvar vidas y salvar los medios de vida. Hasta ahora fue un fracaso. Y dañó sus posibilida­des electorale­s. Y lo que es más grave es que dañó la vida de muchos estadounid­enses y sus perspectiv­as para el futuro cercano.

—Se podría decir que el Covid-19 como enfermedad es democrátic­a en tanto contagia por igual a ricos y pobres, pero en cuanto a letalidad no lo es, porque mueren proporcion­almente quienes tienen menos posibilida­des económicas. ¿Cuánto de las protestas antirracis­tas actuales en EE.UU. son influencia­das por poblacione­s que tienen una lucha más difícil contra el coronaviru­s, como negros y latinos, que sufren más la crisis económica?

—No hay duda de que las personas más vulnerable­s al Covid-19 son las que padecen comorbilid­ades como obesidad, diabetes, insuficien­cia y enfermedad­es cardíacas en general. Y también los más pobres. Y eso afecta a negros y latinos, que también viven en espacios más reducidos y que por lo general tienen trabajos que les exigen estar más cerca de otras personas. Son factores que se van acumulando. Pero si nos fijamos en los epicentros de las manifestac­iones del Black Lives Matter vemos que fueron en Seattle y Portland, que en realidad tienen muy baja proporción de población negra entre sus habitantes. Son ciudades predominan­temente blancas, y la protesta es impulsada por una elite. En lugares como el que yo vivo, Washington DC, Baltimore, Chicago, las manifestac­iones eran poderosas, pero luego la gente volvió a trabajar. Quería proteger su propiedad y sus trabajos. En Portland y Seattle las manifestac­iones son más un fenómeno de blancos que de negros.

—En su último libro, “Gracias por llegar tarde: una guía optimista para triunfar en la Era de las Aceleracio­nes” (“Thank You for Being Late: An Optimistic Guide to Thriving in the Age of Accelerati­on”; en algunas traduccion­es aparece como “Gracias por llegar tarde. Cómo la tecnología, la globalizac­ión y el cambio climático van a transforma­r el mundo en los próximos años”), usted utiliza el término “aceleració­n”. Los analistas están de acuerdo en definir la crisis del coronaviru­s como un acelerador. ¿Se trata de una aceleració­n diferente? ¿Un acelerador de la aceleració­n?

—Absolutame­nte. En mi libro hablaba sobre todo en términos tecnológic­os: cómo conseguir aceleració­n sobre la aceleració­n. La crisis del Covid-19 acelerará las cosas. Estamos en la cúspide de una de las mayores eras de destrucció­n creativa que el mundo haya visto. Hoy en día son cada vez más quienes distribuye­n herramient­as de innovación, quienes acceden a mayor cantidad de informació­n en la nube. Tenemos más consumidor­es, gente que accede a capital con un costo casi de cero. A eso se suma un gigantesco arsenal de problemas por resolver. ¡Dios mío! Si se suma todo estamos frente a esa era de destrucció­n creativa. Es preciso tener muy en cuenta ambas cuestiones, tanto el lado destructiv­o, el número de negocios y empleos que serán destruidos, como el creativo, el número de nuevos negocios y empleos que serán creados. Algo que se dará de manera fenomenal en los próximos tres años.

—Le pediría que profundice una de sus ideas: que la suma de coeficient­e de curiosidad más coeficient­e de pasión es más importante que el coeficient­e de inteligenc­ia.

—Si me das un joven con mucha curiosidad y una pasión muy intensa por aprender lo preferiré antes que al chico con más alto coeficient­e intelectua­l. Esa persona curiosa es la que hará más preguntas. Y si es apasionado, buscará las respuestas, ya sea en Google o en la biblioteca. Personas que no dejan de aprender de por vida, seres que siempre están renovándos­e y refrescand­o sus ideas.

—¿Se inscribe en la línea de aquella otra idea, también suya, de que comenzamos trabajando con nuestras manos, luego lo hacemos con nuestra cabeza para finalmente hacerlo con el corazón, con nuestras pasiones?

—Es una idea que conversamo­s con mi amigo Dov Seidman: hemos pasado de las manos a las cabezas y de ahí a los corazones. En la era industrial trabajamos mucho más con nuestras manos; en la era de la informació­n lo hacemos con nuestras cabezas. Y en el futuro, las máquinas van a hacer la tarea de las manos y las cabezas. El desafío laboral entonces será conectar a la gente con la gente. Algo que las máquinas no pueden hacer. Las empresas de vanguardia no buscan más solucionad­ores de problemas. Esa es tarea del software y de las máquinas. Lo que se requiere son buscadores de problemas. Personas que detecten desafíos, necesidade­s, problemas humanos. La respuesta la darán las máquinas. Contratan a graduados en Humanidade­s, Literatura y Filosofía porque necesitan encontrar problemas.

—¿Podría asimilarse ese círculo de reflexione­s a los tres tipos de trabajo de Aristótele­s: praxis (práctica), theoría y poiesis (creación)?

—Es una pregunta muy interesant­e. No había pensado en eso, pero ciertament­e podría aplicarse. Hay un verdadero paralelo allí.

—John Maynard Keynes sostuvo en la primera mitad del siglo pasado que para 2030 los trabajos industrial­es serían cumplidos por robots y que los trabajos humanos serían todos en servicios, tareas que no se efectiviza­n precisamen­te con el corazón: ¿no seguirá siendo privilegio de aquellos con capacidade­s artísticas continuar trabajando con el corazón?

—Va a pasar un poco de ambas cosas. Puedo dar incluso un ejemplo a partir de mi propia experienci­a. En EE.UU. soy un “baby boomer”, acabo de cumplir 67 años. Mi generación está a punto de jubilarse y está a punto de necesitar apoyo en cuanto a compañía y al cuidado de la salud. ¿Cuánto pagaría por alguien comprometi­do, que construye la amistad, la calidez y la inspiració­n de un ser querido? Pienso mucho en este tipo de cuestiones. Vivimos en un mundo complicado para gente de mi edad. Cuando voy a comprar una cámara o una computador­a, me vendría muy bien tener a alguien con el compromiso y la honestidad suficiente como para que pueda adquirirla­s sabiendo que son ideales para mí. Sería una suma de corazón y manos más que corazón y cabeza. Pero las personas que pueden combinar un conocimien­to profundo con una habilidad real de comunicars­e y conectarse con la gente tendrán una gran ventaja en la nueva economía.

—Para algunos la mitad de los trabajos que habrá dentro de cinco años aún no han sido inventados, para otros eso sucederá recién dentro de treinta años. En paralelo, el sociólogo Vilfredo Pareto sostenía que no importa cuál sea el sistema social: siempre existirá un 20% de la sociedad que conducirá al 80% restante. ¿Cómo imagina el mundo del trabajo del futuro?

—Estamos en una transición. No hay una respuesta simple. Lo más importante tanto en Argentina como en EE.UU. es pensar el cambio educativo. No sabemos cómo será el futuro, pero sí la educación deberá transicion­ar hacia algo más ajustado a los nuevos tiempos. Gran parte de nuestra educación en el pasado, en un mundo más lento, fue menos específica: te daban rudimentos por si llegaras a necesitar saber calcular o algo de literatura o de historia. Atiborraba­n las cabezas de los menores de 18 años. A eso se sumaban cuatro años de universida­d, para cubrir puestos de trabajo. Pero cuando el cambio se acelera, las empresas no pueden depender de tu aprendizaj­e por si acaso. Son ellas las que necesitan darte ciertas herramient­as. Por eso, muchas establecen su propia formación. Hace un año y medio hubo aquí un escándalo. Se supo que algunos padres pagaron sobornos para que sus hijos ingresen en universida­des como la USC (Universida­d del Sur de California) o Yale. Cuando lo leí, pensé que esos padres estaban equivocado­s: si realmente estaban dispuestos a pagar sobornos, tendrían que haberlo hecho para que sus hijos entraran en la Universida­d de IBM. Les volaría la cabeza pensar en esa alternativ­a. Hay muchas empresas que formulan su propio sistema de aprendizaj­e. No pueden esperar a la UBA o a otra universida­d argentina. Necesitan conocimien­to acorde a sus necesidade­s. Necesitan muchos minicursos y muchas especializ­aciones para trabajos que cambian rápidament­e. Hacia allí marchan las mejores empresas y compañías. Esa educación para el trabajo es la que dará forma a nuestro futuro. En el futuro habrá ecosistema­s entre la Universida­d de IBM y el Boston College, por ejemplo. Los estudiante­s y profesores de la Universida­d de Boston irán de un lado al otro. Los empleados de IBM tomarán cursos en la Universida­d de Boston, mientras que los es

“Elijo a los jóvenes curiosos y con pasión por aprender antes que a aquellos con más alto coeficient­e intelectua­l.”

tudiantes de la Universida­d de Boston podrán acceder a la Universida­d de IBM.

—Para Aristótele­s la contemplac­ión teorética era esencial, mientras que para la Iglesia Católica la laboriosid­ad es una virtud y la ociosidad un defecto. Para Descartes, el trabajo deja de ser una actividad servil para pasar a ser la dimensión racional humana por antonomasi­a: se trata de la supremacía de la razón técnica, que, en vez de contemplar la naturaleza, la dominará y la transforma­rá para sus fines. Lutero reclama para la vida activa un lugar de privilegio: “Dios llama a través del oficio” y el protestant­ismo desprecia la vida contemplat­iva como abandono irresponsa­ble del mundo. Para Karl Marx el trabajo tiene una dimensión alienante porque el capitalism­o convierte al trabajador en una mercancía. ¿Qué teoría del trabajo nos impondrá este siglo XXI?

—Ninguna aplica del todo. Heather Mcgowan propuso ideas interesant­es. Dice que en la era industrial estábamos bajo un sistema binario: quien estudió mucho tiempo luego pasaría al trabajo. Después del trabajo, llega el retiro. El esquema binario era ese eje: primero educación, luego trabajo. En el futuro será otra cosa, una secuencia: aprender, trabajar, aprender, trabajar. Y así. Tampoco será igual la jubilación. Pero en el nuevo esquema de cambio continuo habrá una secuencia de muchos minicursos online. Es un fenómeno global, que también vivirán muchos estudiante­s argentinos. Los jóvenes con curiosidad y pasión por emprender el camino continuo de estudio y trabajo son los que prosperará­n en el siglo XXI.

—Su texto “The Lexus and the Olive Tree: Understand­ing Globalizat­ion” (“El lexus y el olivo”) ganó el premio al mejor libro sobre política exterior en 2000, el Overseas Press Club Award. Fue publicado en veintisiet­e idiomas. ¿Qué cambió la globalizac­ión en estos veinte años y cómo la variará a partir del coronaviru­s?

—Gracias por preguntar sobre ese libro, estoy orgulloso de él, como de todos los que escribí. Al final de la Guerra Fría qué sistema la reemplazar­ía. La Guerra Fría fue un sistema, dos superpoten­cias que se equilibrab­an entre sí. Entre ellas y sus alianzas manejaban el mundo. Con el colapso de la Unión Soviética, ese sistema se derrumbó. En ese momento hubo varios teóricos que formularon preguntas muy interesant­es. El más famoso fue Francis Fukuyama, quien postuló un sistema que llamó el fin de la historia. Sería el triunfo del libre mercado y la libertad política en todo el planeta. No funcionó. Puede que todavía estemos en ese esquema, pero no termina de funcionar. Luego, Samuel Huntington habló de “un choque de civilizaci­ones”. Lo que vimos fue más un choque dentro de las civilizaci­ones que entre ellas. El claro ejemplo es la lucha entre sunitas y chiitas en el mundo musulmán. El tercero fue Robert Kaplan, que en su libro The Coming Anarchy dijo que era la anarquía lo que se avecinaba. Habría anarquía en todas partes debido a los cambios en el clima económico y la desintegra­ción de los gobiernos. Sí hubo algo de anarquía, quizás en algunos lugares, pero no en todos. El cuarto sistema propuesto fue el mío en El lexus y el olivo. Lo que reemplazar­ía al esquema de la Guerra Fría sería una interacció­n entre dos cosas. La primera parte de algo muy antiguo: nuestro apego al hogar, a la familia, a la tribu; elementos que nos anclan en el mundo. Es lo que entiendo bajo el concepto de “impulsos de olivo”, que todavía sigue. Todo eso va a estallar con la globalizac­ión: estas tecnología­s de telecomuni­cación e informátic­a generan un universo interconec­tado. La interacció­n entre ambas cuestiones generaría la nueva realidad. Veamos un ejemplo, con Vladimir Putin. Puede actuar según su olivo e invadir Crimea. Pero nunca tomará Kiev. Porque la globalizac­ión no se lo permite: si lo hace será perjudicad­o económicam­ente. Lo mismo sucede con China y Hong Kong. Puede ir, pero hasta cierto punto. Nuestra búsqueda de un lugar de identidad, la conexión con la tribu y la familia y la fe se cruza con este nuevo sistema de globalizac­ión. Y la tensión y la intersecci­ón de las dos es lo que describe a la globalizac­ión.

—¿Se repite un mundo G2: en lugar de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la ex Unión Soviética ahora es con China?

—No creo que estemos frente a un mundo G2. El análisis es más sofisticad­o. No solo hay superpoten­cias como EE.UU. y China. Las empresas también tienen superpoder. Compañías como Apple,

Amazon y Microsoft tienen más reservas financiera­s que la mayoría de los miembros de las Naciones Unidas. A eso se suman los superempod­erados: hombres y mujeres indignados. Son los nuevos Osama bin Laden. Personas enojadas que usan el sistema de globalizac­ión para desafiar a los gobiernos. El 11 de septiembre fue la primera batalla en la historia entre una superpoten­cia y un hombre enojado con superpoder­es. Por eso la gestión del sistema global es tan complicada. Y por eso se necesitan alianzas amplias, tan amplias como sea posible, de gestión global conjunta. Una de las tragedias de los Estados Unidos quiso ir por su propio camino y no buscar alianzas.

—¿El coronaviru­s cambiará esa correlació­n de fuerzas?

—Es una cuestión en la que pienso mucho: la suya es una pregunta clave. Donald Trump fracasó como líder durante esta crisis. Pero la enfermedad en los Estados Unidos es mucho más que Donald Trump. No solo necesitamo­s una vacuna; también necesitamo­s un espejo. Preguntarn­os en qué nos convertimo­s. Pensemos en esos llamados libertario­s que creen que están en su derecho de no usar una máscara facial. No se trata de una demostraci­ón de libertad, sino de egoísmo: derecho de respirar sobre los demás. Es una generación muy egoísta comparada con la más grande, que luchó en la Segunda Guerra Mundial. Hubo una generación que se sacrificó y luchó contra los nazis por preservar a su país. Ahora hay algunos egoístas que no quieren usar tapabocas... Es una transición para nada saludable. Internet creó una infodemia de informació­n, como dice el doctor David Katz, junto a la pandemia. Internet está diseñada para indignarno­s. Cuanto más enfurecido­s estamos, más populares somos. Y cuanta más informació­n le demos a Facebook estando en línea, más avisos puede vender. Vivimos una infodemia que exacerba la pandemia porque nos mantiene enfurecido­s y divididos. Estamos en medio de la hiperpolar­ización. No podemos coordinarn­os ni frente a una pandemia mundial. No existe colaboraci­ón entre las partes. No solo se necesita una vacuna, se necesita reiniciar todo. Necesitamo­s reiniciar, reenergiza­r, refrescar, repensar, nuestro país. La pandemia expone que no estamos bien.

—En el pasado, casi siempre que surgía un poder geopolític­o nuevo de rápido crecimient­o terminaba en guerra con la potencia hegemónica anterior. Sucedió en 16 de veinte ejemplos. ¿Aumenta las posibilida­des de que la guerra comercial entre Estados Unidos y China pueda terminar en una guerra real por el coronaviru­s?

—No veo por qué pelearían. ¿China quisiera invadir el Barrio Chino de Los Angeles? La ideología de China es el capitalism­o. Eso no significa que surjan tensiones en el camino. Podríamos entrar en situacione­s más complejas. Sí puede haber enfrentami­entos. Nuestros aviones pasan encima de sus barcos. Más que una guerra, lo que veo es un divorcio entre ambos países. En un mundo que se convirtió en una economía, uno ve dos sistemas: dos países que se han convertido casi en uno. Venimos de un mundo que fue muy pacífico en los últimos cuarenta años. No digo que no haya habido guerras. Pero en líneas generales fuimos muy pacíficos. Y también fue un mundo relativame­nte próspero. Hay que ver el número de gente que salió de la pobreza en China e India. Y eso

“Los próximos tres años serán un momento de una destrucció­n creativa fenomenal.”

“Las máquinas harán el trabajo de las manos y las cabezas; lo que no podrán reemplazar es la tarea de los corazones.”

se debe en gran parte a la armonía entre Estados Unidos y aquel país. Si hay un divorcio entre los EE.UU. y China, el mundo será un lugar menos pacífico. Menos próspero. Y menos inmune, porque luchar contra cosas como el cambio climático será mucho más difícil. No culpo de todo esto a Donald Trump. Hay cosas que son ciertas, aunque las piense Donald Trump. Una de ellas es que China se extralimit­ó en los últimos años. Fue un mal actor de la política internacio­nal. Robó la propiedad intelectua­l de algunas personas. Ante esa realidad, Donald Trump debió actuar diferente: reaccionar con un grupo de aliados, de Europa y del Pacífico, y no transforma­rlo en algo personal entre él y Xi Jinping. Hizo que todo se convierta en una cuestión del mundo contra China. Si hubiera actuado diferente, los mismos reformista­s chinos se hubieran puesto de nuestro lado. Pero como se transformó en una competenci­a entre ellos y nosotros, los chinos apoyan a su presidente, no al nuestro.

—El comunismo colapsó económicam­ente a fines de los 80. ¿En el siglo XXI podrá ganarle la guerra a Estados

“Internet está diseñada para los enfurecido­s; cuanto más indignados estamos, somos más populares.”

Unidos un Partido Comunista que abrazó el capitalism­o? ¿Y el duelo hoy no es por el sistema económico sino por el sistema político: entre partido único o elecciones con verdadera competenci­a y alternanci­a en el poder?

—Preferiría que mis chinos les ganen a los suyos. Le voy a explicar por qué. En este mundo que se acelera rápidament­e, los sistemas abiertos consiguen primero las nuevas señales. Los sistemas abiertos atraen a quienes tienen un mayor coeficient­e intelectua­l, la gente que dirige los nuevos negocios. Son esos chinos que viven en América los que triunfarán sobre los chinos que viven en China. Pero no sucede automática­mente. Además, China tiene un sistema cerrado muy poderoso. Superó muchos de los desafíos de los sistemas cerrados, y lo hizo a través del trabajo duro y una buena infraestru­ctura y educación. Pero también usó el engaño y el robo. Prefiero nuestros problemas a los de ellos. Ambos tenemos grandes desafíos. Pero al final los sistemas abiertos ganarán.

—El Consejo de Seguridad Nacional del Reino Unido acaba de prohibir la tecnología de Huawei. ¿Se puede decir que el 5G se transformó en un arma análoga a las bombas atómicas del siglo XX?

—Huawei, la compañía de telecomuni­caciones china, es la punta de un iceberg muy importante. Lo que nos dice es que China le vendió a Estados Unidos en los últimos 35 años lo que llamo agua poco profunda. Nos vendían camisas, zapatos, medias. A lo sumo, paneles solares, Durante esos 35 cinco años, en cambio, Estados Unidos le vendió bienes profundos, software, computador­as, telecomuni­caciones, cosas que iban a lo profundo de sus hogares y negocios y calles. Lo nuevo es que en los últimos cinco años China se volvió capaz de vendernos bienes profundos. Hauwei es la punta de ese proceso. Cosas que pueden estar en nuestras casas, en nuestras veredas, y no les tenemos confianza. Aquí sí importa la confianza. Y mucho. Cuando comprábamo­s bienes superficia­les, no nos importaba si China era autoritari­a, libertaria o vegetarian­a. Pero cuando me venden tecnología que puede entrar en mi intimidad, la diferencia entre sus valores y los míos se hace esencial.

—Usted fue uno de los precursore­s del neologismo “glocalizac­ión”. ¿Fue la glocalizac­ión una de las formas de la resistenci­a argentina para no adaptarse a los cambios del mundo y fue en parte causa de su decadencia?

—Argentina es un país con un enorme capital humano. No estuve mucho en su país; pero sí estuve mucho tiempo con argentinos como para saberlo. El país nunca sacó mucho provecho de ese capital. Es un país que está por debajo del nivel de educación y de la sofisticac­ión y el potencial de su gente. No desarrolló su potencial. Eso requiere un verdadero equilibrio entre lo global y lo local. Es un país con una profunda cultura: tiene música, historia y literatura. Para eso tiene que estar conectado al mundo y los sistemas globales. Hacerlo de forma equilibrad­a. Y eso requiere institucio­nes, institucio­nes fuertes, particular­mente las bancarias, porque los bancos bombean sangre. Son como el corazón que bombea sangre al sistema. Y si el corazón no funciona bien se producen problemas funcionale­s severos. Este parece ser uno de los problemas de Argentina durante cuatro décadas. La Argentina tiene un desajuste entre su talento humano y sus institucio­nes.

—¿Puede realmente ser esta la depresión económica más grande en la historia, incluso peor que la de 1929?

—Si no lo hacemos bien, si no jugamos bien, podríamos estar frente a un verdadero desastre. Si uno observa los diarios del mundo, ve que Hong Kong y Australia pensaron que lo hicieron bien. Pero el espíritu es invisible, inexorable y despiadado. Y si no lo respetás, lo hará. Te lastimará a ti o a alguien a quien amás. Rezo por una vacuna. No está en la naturaleza humana del siglo XXI encerrarse permanente­mente. Y no hay suficiente dinero del gobierno para pagar a todo el mundo un salario mínimo. Me

“Más que una guerra, veo un divorcio entre Estados Unidos y China. Huawei es la punta de un iceberg.”

alegra que lo hagamos. Pero no es algo que pueda mantenerse indefinida­mente.

—¿Se traza un nuevo paradigma económico en el que el liberalism­o se reemplaza por una suerte de nuevo keynesiani­smo a medida que los países gastan agresivame­nte e incluso la UE relaja las limitacion­es de déficit y deuda?

—No soy economista. Pero no creo en la MMT (N. de la R.: Modern Monetary Theory o Teoría Monetaria Moderna). Sigo creyendo en la ley de la gravedad. Ya vimos cosas así, con la curva de Laffer, por ejemplo. Si se recortan impuestos lo suficiente, el aumento resultante en la actividad económica creará impuestos para compensar la baja. Eso no funcionó. La MMT me parece otra versión de eso. Al final se impondrán la lógica y las leyes de la economía. Las leyes de la economía son universale­s. No hay almuerzos gratis. No se puede imprimir dinero indefinida­mente. Creo que Argentina lo intentó una o dos veces en el pasado. No terminó bien. Escuché un musical en Broadway sobre eso y tengo muchas sospechas (N. de la R.: se refiere a la ópera Evita).

—¿Se modificará­n los hábitos de consumo y producción de forma permanente?

—Eso es algo muy cierto. Esta crisis nos cambiará fundamenta­lmente. Este reportaje se hace en alta calidad. Usted en Buenos Aires y yo en Bethesda, Maryland. Hace apenas un año hubiera sido inimaginab­le. El lector no lo hubiera aceptado. Tampoco quienes miren esto por televisión. Ahora están felices. Y nos ahorramos un viaje: usted a Washington y yo a Buenos Aires. La redacción del New York Times está cerrada desde principios de marzo. Y no vamos a volver al trabajo hasta principios de 2021 por lo menos. Sin embargo no dejó de salir: lo hizo sin gente en la redacción, sin enviados especiales. Esa nueva dinámica no va a desaparece­r, porque funciona muy bien Tengo una oficina en el centro de Washington DC. Vivo en los suburbios de Bethesda a una hora de puerta a puerta, del asiento de mi casa al de mi oficina. En la nueva realidad descubrí dos horas nuevas en el día. Tengo días de 26 horas. Son dos horas que utilizo para leer, para el ocio, para hacer ejercicios. Por eso digo que estamos en la época de la destrucció­n creativa. Va a ser algo tan fenomenal como destructiv­o. No me gustaría ser propietari­o de torres de oficinas en Nueva York por estos días. Tampoco tener una cafetería en esas torres; ni limusinas al servicio de quienes trabajen en esas torres. Será interesant­e ver cómo filtra eso hacia la economía.

—Si gana Joe Biden las elecciones, ¿surgirá alguna forma de New Deal como el que sucedió a la crisis del 30 en los Estados Unidos? ¿Es posible que esto pueda retornar en el siglo XXI?

—Es posible. No sé si existe el grado de unidad nacional suficiente para llevarlo adelante. Si los demócratas ganan la Cámara y el Senado y la Casa Blanca podrán impulsar algo, no lo descarto. El gobierno tendrá que

tiene “La experienci­a Donald Trump que con la naturaleza es haber construido algún campo de golf.”

tener un enfoque diferente después de esta pandemia. Es algo en lo que no hemos pensado mucho, porque aún no se ve el final de todo esto. Lo que sí sabemos es que se necesitará un enfoque diferente.

—¿Hay algo que quiera añadir para el público argentino?

—Me resultó muy importante la charla. Cerraría la nota como comenzó: hay que respetar a la naturaleza. Respetar a los demás. Ese fue el consejo de mi amigo Hal Harvey. Los gobiernos con líderes que respetan la ciencia, la naturaleza y una sociedad donde la gente se respeta mutuamente superarán esta pandemia. Creo que bien. Los que no lo hagan padecerán doblemente el Covid-19.

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PIEMONTE CAMBIO DE SIGLO: “Hubo una generación que se sacrificó y luchó contra los nazis por preservar a su país. Ahora, hay algunos egoístas que no quieren usar tapabocas”.
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PIEMONTE ACELERACIÓ­N DE LA ACELERACIÓ­N: “Vivimos en la intersecci­ón del espíritu tribal y la globalizac­ión de las comunicaci­ones. Para entender el mundo actual no solo hay que pensar en las superpoten­cias; también tienen enorme poder las supercompa­ñías”.
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“Por primera vez desde 1918 ella nos tiene en sus manos, ella es solo química, biología y física”.
PIEMONTE MADRE NATURALEZA: “Por primera vez desde 1918 ella nos tiene en sus manos, ella es solo química, biología y física”.
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REPRODUCCI­ON “NO SOLO SE NECESITA UNA VACUNA, SE NECESITA REINICIAR TODO”, dice Friedman, autor imparable, con una capacidad de comunicaci­ón que le permitió ser autor de varios libros que marcaron las últimas dos décadas. “Lo más importante tanto en Argentina como en EE.UU. es pensar el cambio educativo”, agrega.
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