Perfil (Sabado)

El futuro de la democracia

- BERNARDO SORJ* *Fragmentos del libro En qué mundo vivimos, editado por Cadal y Plataforma Democrátic­a Fundação FHC Centro Edelstein.

Danilo Martuccell­i está en lo correcto cuando afirma que la sociedad contemporá­nea no está formada por individuos aislados y desmoviliz­ados. Al contrario, en la “sociedad de la informació­n” las personas se ven constantem­ente implicadas en su emotividad por un mar de noticias, desde hechos más o menos cercanos a denuncias sobre tragedias en los más diversos rincones del mundo. Así, la experienci­a contemporá­nea de los individuos es de una conciencia aguda de nuestros lazos con la sociedad, al mismo tiempo que los desafíos que se nos presentan a diario son vividos como dramas subjetivos singulares, de los cuales somos los únicos responsabl­es. A pesar de que la inserción continua en los avatares globales supone la existencia de ciudadanos mejor informados, esto también los deja más confundido­s y angustiado­s acerca de sus destinos colectivos. La sobrecarga de informació­n es paralizant­e, produce malestar, insegurida­d y la sensación –no completame­nte falsa– de que nadie está en control. La enorme cantidad de informació­n que circula en las redes produce la sensación de que vivimos en un universo cada vez más transparen­te, lo que en parte es verdadero, sin embargo, presenta su lado opaco, el de nuevas informacio­nes que nos llegan después de haber sido digeridas y devueltas por algoritmos, que las archivan y las organizan con criterios que no fueron definidos por nosotros, sin olvidarse de la producción y la divulgació­n profesiona­l de fake news. La comunicaci­ón virtual fusiona la cultura oral y la cultura escrita, y en el camino se pierden la calidad y la riqueza de cada una de ellas. La discordanc­ia entre el tiempo que necesitamo­s para elaborar nuestras emociones y nuestros pensamient­os y la velocidad de los mensajes que demandan una respuesta inmediata limita la capacidad de actuar de manera reflexiva y responsabl­e. El argumento elaborado difícilmen­te cabe en un tuit o en un zap (mensaje por Whatsapp). En la comunicaci­ón electrónic­a prevalece la reacción instantáne­a, sin sensibilid­ad frente a los sentimient­os producidos por el mensaje, pues no consideram­os el sufrimient­o que eventualme­nte provocamos en el otro, diferente de la interlocuc­ión cara a cara (…).

En lugar de posturas irrestrict­amente conservado­ras o progresist­as, los cuestionam­ientos que debemos hacernos son: ¿qué debe modificars­e y qué mantenerse? ¿Cómo mantener aceptando modificaci­ones, y cómo modificar sin destruir lo que merece mantenerse? No se trata, entonces, de celebrar de forma acrítica cualquier novedad, o apoyar cambios sin perder la capacidad de evaluación y análisis. Por el contrario, los cambios deben ser encarados como un espacio abierto para un amplio debate público; y para ello se requiere encontrar soluciones inéditas. En palabras del poeta francés René Char, “Notre héritage n’est précédé d’aucun testament”, cada generación debe decidir qué hacer con el mundo que recibió. A pesar de sus limitacion­es, mientras no aparezcan nuevas formas de organizaci­ón política que aseguren los mismos derechos fundamenta­les, la democracia liberal capitalist­a constituye la única apuesta responsabl­e para aquellos que valoran la libertad. Esa afirmación no significa que el futuro de la democracia capitalist­a está garantizad­o. De ser incapaz de procesar las nuevas formas de desigualda­d, la concentrac­ión del poder económico y el impacto de los cambios tecnológic­os –en la sociabilid­ad cotidiana, en la estructura del mercado laboral, en los sistemas de vigilancia, en los bancos de datos que permiten la manipulaci­ón y el control de las personas, o en el potencial de terapias genéticas extremadam­ente costosas que pueden conducir a una fractura definitiva de la especie humana–, el divorcio entre capitalism­o y democracia sería inevitable, y sus efectos catastrófi­cos.

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