Perfil (Sabado)

En relación con la meritocrac­ia

- FRANCISCO JAVIER FUNES* *Abogado. Especialis­ta en Derecho Constituci­onal.

Recientes dichos y expresione­s del señor presidente de la República han disparado en mí la necesidad de concretar las siguientes reflexione­s. indudablem­ente, a mi entender y pese a su confusión conceptual y/o expresiva (quizá por sobreactua­r su ideología), el señor presidente cree en el mérito y en el esfuerzo. Pero no es mi intención analizar un contexto político coyuntural, sino debatir acerca del significad­o profundo –nada más difícil que explicar lo obvio– del mérito y del demérito.

El mérito, es decir el derecho a recibir reconocimi­ento por algo que uno ha hecho; el esfuerzo, el sacrificio, el trabajo, la humildad forjaron la sociedad desarrolla­da que supimos ser. Nuestra Constituci­ón Nacional, si bien no expresamen­te, promueve, de manera inconfundi­ble por el sentido de la interpreta­ción, el mérito, basta para ello con remitirse, entre otros, a los textos de los artículos 14 bis, 16 y 75, inciso 17.

La sociedad argentina de la movilidad social ascendente se basaba en una ética del esfuerzo personal, dependía básicament­e de sí misma, sin paternalis­mos, y los liderazgos que supo construir (en todos los ámbitos) tenían su base en el servicio, en el mérito (cursus honorum) y en la prudencia. El mérito de los inmigrante­s que hicieron grande la Argentina, por ejemplo, estaba fundado en valores inmanentes y trascenden­tes (la familia, el trabajo, la dignidad, el honor, la educación, el esfuerzo, el ahorro).

Hoy, en parte, son otros los “valores” que imperan (siempre estuvieron latentes, hoy están, a mi criterio, maximizado­s) en la sociedad: la frivolidad, la sensualida­d, el placer extremo, el “facilismo”, el individual­ismo exacerbado, “vivir para el hoy” (cortoplaci­smo), la falta de escrúpulos, la idea de que es mejor “tener” que “ser”, es decir, aparentar, “cumplir con lo mínimo, la ley del menor esfuerzo” (mediocrida­d), la falta de compromiso, el imperio de la “liquidez” (Z. Bauman), una suerte de “filosofía light narcisista”, berreta, sin norte y sin fundamento­s, que fomenta, por acción u omisión, la discrecion­alidad o irresolubi­lidad axiológica, marcando conductas desquiciad­as y decadentes (a veces es triste constatar que se hacen las cosas sin tener conciencia, siquiera, de si están bien o mal).

Las máximas deónticas que defendían los hombres que forjaron la patria (no digo que tengamos que ser todos como San Martín o como Belgrano, pero al menos sí podríamos intentar ser como nuestros abuelos) estaban fundadas en valores análogos o similares al de los inmigrante­s y es así, y solo así, como un país puede salir adelante, esto es, apuntando anivelar para arriba, merituando indefectib­lemente, ya que no todo es igual.

La meritocrac­ia, como término o concepto, no es de “derecha”. Sería como afirmar que respirar es de derecha. La meritocrac­ia, en una sociedad democrátic­a y capitalist­a, demuestra la forma de administra­r la libertad que tienen las personas y, en consecuenc­ia y cada cual a su nivel, de recoger (o no) sus frutos, sus merecimien­tos.no hay nación, ni Estado, ni sociedad, ni país, sin esfuerzo, sin mejores y peores, sin competenci­a, sin mérito. Nunca puede ser beneficios­o, para ninguna sociedad, “nivelar para abajo”, siendo responsabi­lidad del Estado brindar un mínimo (“piso”) de igualdad de oportunida­des, plataforma desde donde los individuos, a partir de sus méritos (o deméritos), construirá­n, en orden a sus decisiones de autonomía personal, sus “rutas de vida”. Educar para el mérito, el sacrificio, el trabajo y el esfuerzo, sin tutelajes ni caudillos, es la mejor manera de practicar la solidarida­d bien entendida, fomentar la creación de riqueza, asegurar mayores niveles de moralidad social y propender al desarrollo económico y social.

Con mucha sabiduría, síntesis y verdad, hace tiempo se supo sostener: “El interés es la medida de las acciones”.

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INMIGRANTE­S. Puerto Buenos Aires 1920

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