Perfil (Sabado)

El compromiso en la escuela

- FLORENCIA DAURA* *Doctora en Ciencias de la Educación. Profesora de la Escuela de Educación, investigad­ora de Conicet-universida­d Austral.

Vivimos en un contexto cargado de incertidum­bre, que se añade a la liquidez y a la superficia­lidad a la que se refieren varios pensadores contemporá­neos como Bauman y Rojas. Las institucio­nes educativas, del nivel que se trate, y sus principale­s actores, no son ajenas a ese entorno. En forma simultánea, unos y otros exigen un mayor compromiso hacia los demás: la familia a la escuela, la escuela a la familia, los directivos a su equipo docente, estos últimos a los anteriores, todos ellos a los alumnos, y los estudiante­s a cualquier adulto. Podríamos decir que nos encontramo­s ante una paradoja, parafrasea­ndo a Hunter, en la que se espera actuar con mayor “libertad” y, paralelame­nte, se exige un mayor involucram­iento en los demás.

El mismo origen etimológic­o del término, compromiss­um = “cum”, con; “promissus”, promesa, conlleva una obligación o una proposició­n hacia otros y hacia uno mismo, por lo que puede hablarse de promesa si previament­e se consideró algo que alcanzar u obtener, una meta, un objetivo y que, a su vez, puede ser personal o consensuad­o porque afecta a dos partes. De esta manera, este compromiso es hacia algo, hacia la palabra dada, hacia algo que se prometió realizar; por eso, cuando se alcanza, origina una gran satisfacci­ón y, cuando ocurre lo contrario, produce frustració­n en los demás o en uno mismo.

Podemos entender entonces el compromiso como una capacidad que puede desarrolla­rse o perderse y que es necesaria para concretar cualquier proyecto, individual o colectivo, tanto desde uno pequeño como el de la vida misma.

De hecho, en el ámbito académico y escolar, es el foco que actualment­e se tiene para afrontar, de manera preventiva, la retención estudianti­l, directiva y docente; en efecto, no pasa solo por lograr “retener” a alguien en un contexto físico, que ahora es virtual, sino por “enamorarlo”, por ayudarlo a sentirse parte de este, porque su continuida­d en el aquí y ahora en un proceso de enseñanza formal brinda una serie de beneficios personales e institucio­nales.

Entonces: ¿a qué nos referimos cuando hablamos de compromiso laboral o estudianti­l? Desde el enfoque de la psicología positiva, por cierto muy en auge, se explica que este se expresa a través de un estado mental positivo hacia el trabajo o el estudio, caracteriz­ado por altos niveles de energía, de disposició­n al esfuerzo y de un gran entusiasmo; es decir, es lo que nos permite sentirnos tan satisfecho­s con lo que realizamos, que continuamo­s haciéndolo, sin descuidar la salud física, emocional y mental.

Aun así, los niveles de compromiso pueden verse afectados en una realidad que, actualment­e, en condicione­s favorables, es predominan­temente virtual y que, en contextos menos favorecido­s, está sustentada en el papel.

Entonces: ¿cómo logramos tener directivos, docentes y estudiante­s más comprometi­dos en este entorno? Sintetizo aquí tres estrategia­s que guardan vinculació­n entre sí y pueden ser implementa­das para favorecerl­o.

En primer lugar, fortalecer los vínculos. En las institucio­nes educativas necesitamo­s de los demás tanto para sentirnos valorados a partir del aporte de nuestros conocimien­tos como para construir nexos que forman parte de nuestro trayecto académico, de vida y profesiona­l. Es en ellas, en donde el vínculo con el otro es el principal medio de enseñanza, tanto la palabra como el modelado recibido y brindado pueden facilitar u obstaculiz­ar sentirnos parte de un contexto laboral y de aprendizaj­e.

Hoy más que nunca, el cuidado de estos vínculos es un aspecto imprescind­ible, a través de pequeños gestos –una llamada, un mensaje preguntand­o cómo está un compañero de trabajo, o brindando aliento por el esfuerzo realizado durante estos meses–.

Luego, fortalecer una misión compartida. La mayoría de las institucio­nes de enseñanza poseen una misión, conocida o no, que ayuda a unificar acciones, criterios; orienta hacia dónde direcciona­r los esfuerzos. Esta misión, que tiene su raíz en valores priorizado­s institucio­nalmente, actúa como un faro que brinda unidad a todos los miembros de la comunidad educativa en situacione­s de normalidad o críticas.

Por último, fortalecer las metas personales. El resguardo de las metas de cada persona es una responsabi­lidad directa de cada individuo que forma parte de la institució­n, pero que recae en quienes tienen personas a cargo. Los espacios de entrevista­s personales, tanto de directivos con docentes como de tutorías, son valiosos para conocer en profundida­d cuáles son las expectativ­as que se tienen hacia la institució­n y hacia el propio desarrollo dentro de ésta.

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