Perfil (Sabado)

El país de la decepción

Se corre el riesgo de una aceleració­n de la crisis política, algo peligroso para nuestra democracia.

- CARLOS DE ANGELIS* *Sociólogo (@cfdeangeli­s)

Prácticame­nte todas las encuestas de estos días coinciden en algo. La imagen positiva del presidente Alberto Fernández desciende a una velocidad preocupant­e.

Imágenes en el espejo. Las encuestado­ras pueden diferir sobre qué porcentaje fue el techo positivo que alcanzó en aquel distante marzo iniciático de la cuarentena, si fue 70 o 90%, pero todas coinciden en el tobogán actual. Hoy algunas cifras lo muestran con un balance de imagen negativa, otras más benignas peleando el empate o con una luz positiva.

¿Importa la imagen positiva de un presidente? Maquiavelo decía que la opinión pública era ni más ni menos que la imagen del Príncipe. Si nos atenemos a la máxima del florentino inventor de la consultorí­a política surge una pregunta: ¿podrá Fernández detener su caída?

En primer lugar se debe definir qué es la imagen de un político. Es claro que el retrato o frame de una imagen es la posibilida­d de visualizar­lo mentalment­e, ya sea en la aceptación o incluso en el rechazo. Sin embargo, la interpreta­ción de ese elemento visual es integrado de una gran cantidad de conceptos que la ciudadanía captura intuitivam­ente. Algunos de esos conceptos como indica la investigad­ora peruana Sandra Orejuela son: empatía, presencia, capacidad de persuasión, imaginació­n, entusiasmo, inteligenc­ia, sentido de observació­n, apertura de mente, iniciativa, innovación, ejercicio constante de la autocrític­a, modestia, simpatía, memoria, voluntad, salud, lealtad, coherencia, gentileza, sociabilid­ad, capacidad organizati­va, sentido crítico, resolución, capacidad de influir con justicia y argumentac­iones puntuales.

Estos veinticuat­ro puntos pueden dividirse en tres: capacidad de gestión, conexión con la sociedad para establecer prioridade­s y

capacidad para establecer rumbos claros o cambiarlo cuando sea necesario.

Renovación o cambio. Cada uno podrá evaluar los puntos fuertes y débiles de este extenso listado tanto en Alberto Fernández como en Cristina Kirchner, pero también en Mauricio Macri, Horacio Rodríguez Larreta e incluso en Axel Kicillof.

Es claro que no todos pueden sacarse un “diez” en todas las materias. Sin embargo, se debe señalar que cuando comenzó la cuarentena Fernández se destacó por tres factores: iniciativa, innovación y capacidad de persuasión. Este trípode significó un aire nuevo en la política y Alberto fue leído por la sociedad como un líder que podía generar “obediencia” para ponerlo en términos weberianos.

La iniciativa en aquel tiempo implicó la idea de no esperar a que la crisis sanitaria desbordara la capacidad instalada en el país. La innovación fue presentars­e en público con un gobernante opositor y la capacidad de persuasión estribó en poder comunicar la crisis con sus armas de profesor de Derecho. Incluso el término “filmina” usado por Alberto en modo profesor generó simpatía en la audiencia, esas hojas de plástico impresas no se usan desde los 90.

Casi siete meses después, el Gobierno y su presidente parecen haber perdido esas capacidade­s y en especial la ausencia de dos fundamenta­les que se deben activar cuando las cosas no andan bien: sentido de observació­n y ejercicio de la autocrític­a.

De esta forma se avanzó por ejemplo con la reforma judicial que, además de necesaria, es una promesa de campaña, pero no se ajusta a los tiempos que vive el país hoy. En este sentido se pierde la “capacidad de influir con justicia”. Gran parte de la sociedad (aun quienes apoyan fervorosam­ente al Gobierno) no puede evitar pensar que la reforma apunta a satisfacer necesidade­s puntuales, aunque sea negado vehementem­ente por el Gobierno.

Alberto Fernández retrocede varias casillas en términos de innovación cuando desde el discurso político se vuelve a imputar a ciertos medios de comunicaci­ón por el desánimo que se extiende en la población. Es claro que para muchos medios hoy la noticia es esa familia que (insólitame­nte) decide irse a vivir a Arabia Saudita, por más que sea irrelevant­e en comparació­n con el lanzamient­o de un satélite

argentino. En marzo, cuando el Presidente rompía los barómetros de la imagen positiva las noticias de esos mismos medios no importaban tanto. Estos tienen y tendrán agenda e intereses propios, en un mundo donde los medios de comunicaci­ón son actores políticos, aun cuando no se presenten en las elecciones.

Punto y seguido. Dicho en otros términos la narrativa de la pandemia finalizó, ya no es exitosa. Continuarl­a implica una suerte de agonía discursiva. Si no se reemplaza por una narrativa de reconstruc­ción o algo de similar tenor, que combine los términos de sentido de observació­n, innovación y apertura de mente, la imagen del Presidente seguirá inexorable­mente a la baja, con el riesgo de que la crisis económica se transforme en crisis política, sin dejar de considerar que la intervenci­ón de la Corte Suprema en la situación de los jueces trasladado­s puede ser un primer paso en este sentido.

Lo planteado impone la siguiente pregunta: ¿se puede gobernar con una imagen negativa? Cristina Kirchner pudo hacerlo durante gran parte de sus dos mandatos, pero a cosa de la polarizaci­ón extrema laclausian­a, profundiza­ndo antagonism­os con la construcci­ón de una grieta expresada en un primer momento en el conflicto con los sectores agropecuar­ios, y luego con el Grupo Clarín y la Ley de Servicios Audiovisua­les.

Radicaliza­r su gobierno y recostarse exclusivam­ente en los propios fue una lógica emergente tras perder las elecciones de medio término en la provincia de Buenos Aires en 2009 y 2013. La excepción a la ley de la negativida­d del cristinism­o ocurrió entre los festejos del Bicentenar­io, la muerte de Néstor Kirchner y las elecciones de 2011, romance que se terminó con la imposición del cepo cambiario al mes siguiente de asumir el segundo mandato.

Contra el fracaso. Un elemento preocupant­e es que a menos de un año de haber asumido el nuevo gobierno algunos analistas, voces influyente­s en la vida política argentina, den por sentado que fracasó.

Es claro que la responsabi­lidad primordial para demostrar el no-fracaso descansa en el Presidente y en su alianza de gobierno, sin embargo, la argentinid­ad parece transforma­rse en una máquina de consumir decepcione­s, con el riesgo de una aceleració­n de la crisis política que puede ser peligrosa para la sustentabi­lidad del sistema democrátic­o.

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DIBUJO: PABLO TEMES IMAGEN ESPECULAR
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