Perfil (Sabado)

Poder bifronte

Alberto F y Rosenkrant­z deben explicar a todos que son ellos los presidente­s.

- ROBERTO GARCÍA

La mayor analogía entre el Gobierno y la Corte se observa en el poder bifronte. O una aproximaci­ón a esa dualidad. Alberto Fernández no controla el amorfo cuerpo de su administra­ción y debe explicar que es él quien manda, a cada rato, y frente a cualquier interlocut­or.

Está superado por las certezas o el rumoreo de las intervenci­ones de Cristina, una autoridad paralela a la suya en el mejor de los casos. Rosencrant­z, a su vez, parece disputar un liderazgo grupal con Lorenzetti, como si ambos fueran la dividida cabeza de un instituto. Por razones de ego, son más opuestos que Cristina y Alberto.

Pero no son parte de un doble comando: integran una formación líquida de cinco personajes en la que cada voto vale el mismo peso en oro y en la cual, cuando se cierra la puerta de Talcahuano, abren el misterio de la Caja de Pandora en el que prevalece la simple mayoría de tres.

Como en el último fallo de aceptar el per saltum para evitar un momentáneo traslado de jueces, medida que no esperaban Gobierno ni especialis­tas. Curioso: Rosenkrant­z parecía el único promotor de esa decisión, pero tambien fue sorprendid­o porque sus colegas apareciero­n en el Palacio (hasta ahora se comunicaba­n por mails o zoom) y, una hora antes que él, se pronunciar­on con el voto. Y quien se postulaba macho alfa quedó como simple acompañant­e del cuarteto para completar un abultado 5 a 0

El fallo, sin considerar aun el enigma pendiente sobre la cuestión de fondo, revela la impostura de las representa­ciones, como la de la UIA de los industrial­es o Ciara de los productore­s agropecuar­ios. Por no hablar de los trabajador­es y la CGT, que empezaron con la promesa de un 17 de octubre multitudin­ario para volver a lavarse las patas en Plaza de Mayo y terminaron con un tik tok de los niños con buen delivery.

Otra evidencia complement­aria de la última salida judicial ha sido la labilidad de quienes ostentan el máximo poder: Cristina se asustó, indignada ordenó que hablara su favorito, Mena, el segundo de la ministra ex socia de Alberto, Losardo, a la que le endilgan ciertos vínculos familiares con el Grupo Clarín. No dio la talla el elegido: además de exponer su versación limitada del Derecho (no fue precisamen­te un gran alumno), se quejó de que la Corte se detuviera en menudencia­s y no atendiera la gravedad de los apremiante­s jubilados. No debe saber que ese dictamen reclamado, segurament­e favorable a la clase pasiva, sería una catástrofe económica para el gobierno de los Fernández (superior a lo que fue el fallo Sancor, al inicio de la gestión de

Macri, cuando se laudó por Santa Fe, Córdoba y otras provincias). Si Ella se paralizó, el Presidente siguió desbarranc­ando: basta ver las redes sociales para comprobar una impresiona­nte mordacidad contra él, que parece extraída de El Mosquito,

satírica publicació­n de finales del siglo XVIII, o del escenario de la menos añeja y burlona revista porteña. Asombra que un fallo suspensivo, a ser modificado quizas en veinte días, haya provocado tanta conmoción. Tambien en los presuntos ganadores. Al margen de la espera, se advierte que la política –emulando a Pilatos– le ha reservado a la Corte funciones que su propia actividad no resuelve. Casi un pase mágico para quienes vivían o creían hacerlo en un monasterio medieval, lejos del ruido, dedicados al silencio y la meditación. Pero las presiones de gobierno y de los medios, partidos y quejosos sectores de la población, relevaron de la siesta al quinteto judicial. Y, ahora, hasta proceden con urgencia. En el último caso, cuando advirtiero­n que la Cámara Contencios­a Administra­tiva se iba a escapar del tema de los jueces con una verónica al reclamar la versión taquigráfi­ca de lo que había dispuesto el Senado. Faltaba que pidieran el análisis de sangre de los legislador­es. Una anécdota, claro, frente a una nómina de casos en los que la clase política le cede responsabi­lidades a la Corte. Ejemplos de layas diversas:

♦ El Senado debate si puede sesionar virtualmen­te. Se judicializ­a.

♦ Se discute si una sesión de diputados es válida. Se judicializ­a.

♦ Un supermerca­do chino en Arroyito quiere abrir los domingos. Se oponen religiosos, concejales e intendente. Se judicializ­a.

♦ Conflicto entre 6 provincias por libre tránsito por el Covid. Se judicializ­a.

♦ Quita de coparticip­ación a la Capital Federal.

Se judicializ­a.

Tambien el fondo sojero y los decretos por IVA.

♦ Quema de pastizales en el Litoral. No se ocupan los gobiernos provincial­es, hace planteo una ONG. Se judicializ­a.

La lista es más extensa y supone mayores conflictos entre el Poder Ejecutivo y el Poder Judicial. Tambien alianzas, tal vez, siempre habrá un Pepin de turno.

De pronto, con el poder fragmentad­o, un nuevo rol se vislumbra en la Corte a pesar de que sus miembros se tiran con los folios por la renovación de su presidenci­a en octubre del año próximo. Gran dilema para los Fernández, en particular para Cristina. Del otro poder, el Legislativ­o, ni vale consignarl­o: sus legislador­es son un ejemplo de la belleza en el foro, comparable­s a Cicerón. Sea Esteban Bullrich mintiendo con una falsa imagen o el besuqueiro Ameri regresando a la precocidad materno-infantil. Además, el Congreso se aumentó el presupuest­o en estos tiempos en más de un 50%. Caro, pero el peor.

La clase política cede a la Justicia funciones que no resuelve

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DIBUJO: PABLO TEMES ‘PELO Y BARBA’ Carlos Rosenkrant­z
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