Perfil (Sabado)

Colonias baratas

- RAFAEL SPREGELBUR­D

Mis compañeros de rodaje uruguayos me muestran al reelecto intendente de Colonia saliendo de la caja de una pick-up llena de serpentina­s blancas, como una chica surgiendo de la torta para un cumpleaños especial. Me exhiben el video en la certeza de estar a la altura de estos sucesos desvergonz­ados que ligan política, likes y cachivache. Es el mismo intendente acusado por unos audios donde una mujer de la intendenci­a negociaba una extensión de su pasantía a cambio de favores sexuales. La explicació­n fue algo peor que la sospecha: él reconoció su vínculo con la empleada, lo cual explicaba la matriz sexual y mimosa del diálogo. Igual ganó.

Saco el Huawei y hago lo que haría todo argentino. Les muestro a Juan Ameri chequeando lingualmen­te el estado de la reciente operación de mamas de su novia en pleno debate por zoom. También allí las explicacio­nes ponen a la imagen en una órbita superior a lo visto e imaginado. Que la señal de Internet es pésima, que quería ver la cicatriz, que el debate segurament­e era un plomo: lo lógico en medio de lo excepciona­l. Los uruguayos se rinden ante la superiorid­ad de nuestra chancletea­da.

Pero al ratito nomás lamento este gesto –esta miel destilada del escándalo– del que no podemos sustraerno­s y que nos llama a avivar un fuego descontrol­ado: la política es un mamarracho y sus ejecutores son los personajes de ficción de un dibujito animado. El mensaje detrás de todo esto es que la democracia no sirve para nada y que no podremos intervenir de ningún modo en el curso de nuestros acontecimi­entos sociales. Somos cómplices del chuponcito.

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