Colonias baratas
Mis compañeros de rodaje uruguayos me muestran al reelecto intendente de Colonia saliendo de la caja de una pick-up llena de serpentinas blancas, como una chica surgiendo de la torta para un cumpleaños especial. Me exhiben el video en la certeza de estar a la altura de estos sucesos desvergonzados que ligan política, likes y cachivache. Es el mismo intendente acusado por unos audios donde una mujer de la intendencia negociaba una extensión de su pasantía a cambio de favores sexuales. La explicación fue algo peor que la sospecha: él reconoció su vínculo con la empleada, lo cual explicaba la matriz sexual y mimosa del diálogo. Igual ganó.
Saco el Huawei y hago lo que haría todo argentino. Les muestro a Juan Ameri chequeando lingualmente el estado de la reciente operación de mamas de su novia en pleno debate por zoom. También allí las explicaciones ponen a la imagen en una órbita superior a lo visto e imaginado. Que la señal de Internet es pésima, que quería ver la cicatriz, que el debate seguramente era un plomo: lo lógico en medio de lo excepcional. Los uruguayos se rinden ante la superioridad de nuestra chancleteada.
Pero al ratito nomás lamento este gesto –esta miel destilada del escándalo– del que no podemos sustraernos y que nos llama a avivar un fuego descontrolado: la política es un mamarracho y sus ejecutores son los personajes de ficción de un dibujito animado. El mensaje detrás de todo esto es que la democracia no sirve para nada y que no podremos intervenir de ningún modo en el curso de nuestros acontecimientos sociales. Somos cómplices del chuponcito.