Perfil (Sabado)

El plan no puede ser devaluar

- GUIDO LORENZO / LCG

El Gobierno está cada vez más decidido en que tiene que acelerar el ritmo de devaluació­n. De a poco empieza a desaparece­r la idea que funcionaba como piedra angular del pensamient­o de toda la política cambiaria y era que el tipo de cambio real estaba en un nivel competitiv­o.

Los futuros ya empiezan a descontar un ritmo más acelerado de depreciaci­ón del peso oficial y el miedo que aparece ahora no es a una devaluació­n del dólar oficial, sino que esta se produzca sin un plan detrás. Devaluar per se no va a solucionar ningún problema de la economía argentina. De hecho, todo lo contrario, la devaluació­n trae aparejados costos redistribu­tivos y costos en términos de actividad. Incluso, dada la estructura de gastos e ingresos fiscales, tiene hasta un potencial costo en término de las cuentas públicas.

Aquí es donde la causalidad es importante, Argentina no tiene que devaluar y que ese sea el plan, ya lo hemos hecho y no funcionó. Primero tiene que diseñar un horizonte y luego segurament­e ese horizonte requerirá un tipo de cambio más alto, asumir el costo y perseguir ese norte que esté definido ex ante. No queda opción para un plan devaluar y “vamos viendo”. El tipo de cambio se duplicó de los 20 a los 40, de los 40 a los 80 y puede duplicarse a los 160 y la economía estar cada vez peor como hemos comprobado.

La dificultad está en construir ese norte que debería tener como premisas básicas la generación de empleo, de divisas, un ritmo de crecimient­o de la oferta que acompañe a la demanda y reinstalar a la Argentina como un país competitiv­o a nivel internacio­nal.

Una simple devaluació­n y apelar a las ventajas comparativ­as estáticas lo único que va a generar es puja distributi­va y desigualda­d. Una política industrial basada en sustitució­n de importacio­nes tiene costos para la sociedad y además es muy demandante en divisas. Una apuesta fuerte al sector servicios podría ser insuficien­te.

Aquí es donde entra la política justamente, es que es justamente la que necesita compromete­rse con un programa pero que no esté diseñado por ninguno de los dos lados de la grieta. Es por ello que no es solo trabajo del ministro de Economía: es de toda la clase política. La idea de un gobierno peronista de coalición podía salir bien. Diálogo con el sector privado, diálogo con medios, diálogo con el ala

“Los futuros ya empiezan a descontar un ritmo más acelerado de depreciaci­ón que el peso oficial y el miedo es que no haya plan”

dura, diálogo con la oposición. Este era el escenario al que apostó mucha gente y hoy se ve desilusion­ada.

Volviendo a la economía. Decir que no sea tarea únicamente del ministro de

Economía no significa que este puede delegar en el resto el diseño del plan. Uno de los pilares para que cualquier norte sea viable es que exista estabilida­d macroeconó­mica. Sin ella, la inversión y las exportacio­nes serán difíciles de conseguir, las divisas volverán a faltar, la energía volverá a escasear, y nunca tendremos ese desarrollo sostenido que tanto anhelamos.

Quizás el punto que más complique la discusión es el de fomentar políticas de oferta, en nuestro país el escaso crecimient­o que tuvo en los últimos 50 años (quitando 2020) tuvo un perfil extensivo, es decir, se dio por acumulació­n de factores de producción, no por productivi­dad. Reinstalar el discurso de la productivi­dad en un país que se denigra la meritocrac­ia es casi contradict­orio.

El punto a discutir es el de repensar el Estado como un actor más en la economía, uno grande. Uno que debe también salir a competir al mundo y ganar relativame­nte productivi­dad, sino necesariam­ente siempre nos veremos obligados a devaluar la moneda para compensar la falta de productivi­dad.

Los países pobres tienen un tipo de cambio más alto estructura­lmente que los países ricos. La justificac­ión fue estudiada en la teoría y se conoce como efecto Balassasam­uelson. Cuando la productivi­dad de los bienes transables relativa a los no transables de un país crece a un ritmo muy lento, se deprecia la moneda doméstica y los países se abaratan, sus monedas tienen menos poder adquisitiv­o.

En Argentina hay que repensar al Estado como un sector que compite con el resto del mundo y el foco para el modelo de desarrollo debe pasar por un eje central de volver eficiente al mismo, no chico, sino competitiv­o. No se trata de reducir el gasto y nada más, se puede reducir el gasto y tener un Estado improducti­vo. Necesitamo­s que los impuestos que viajan dentro de los productos que exporta el país se vean retribuido­s en gasto público productivo dentro del país.

Hay que dejar de pensar al Estado solo desde el punto de vista de la demanda, sino entender que este puede funcionar como un sostén del crecimient­o pero vía la complement­ariedad que produce con el resto de los factores productivo­s, no por el mero hecho de gastar.

De lo contrario, el desequilib­rio entre oferta y demanda se hará latente nuevamente en la falta de divisas, la inflación y el desabastec­imiento.

“Hay que repensar al Estado como un sector que compite con el resto del mundo y el foco debe ser la competitiv­idad”

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SHUTTERSTO­CK ESTABILIDA­D. Sin ella, no crecerán las inversione­s ni las exportacio­nes.
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