Perfil (Sabado)

El gobierno de los peores

- PAULA HERRERA* Politóloga, especializ­ada en comunicaci­ón. Secretaria Ejecutiva de CIVES (Centro de Estudios en Ciudadanía - UP).

El debate sobre la meritocrac­ia esconde una crítica política desde la grieta hacia el gobierno anterior. Es un puñal clavado con furia al corazón del “mejor equipo de los últimos 50 años” y al intento, en muchos casos exitoso, por parte de éste por generar estándares de acceso, calidad y transparen­cia en múltiples áreas del estado nacional. La clase política toma el guante y lo hace resonar.

Pero una vez instalado, como todos los temas de agenda, no importa más quién y por qué lo inició, sino que toma vida propia y colores diferentes.

Adquiere otros tonos y significan­tes, más superestru­cturales y de repente estar en contra de la meritocrac­ia pasa a ser una expresión de “justicia social” en el sentido más profundo de crítica al sistema. El concepto de los mejores pasa a ser interpreta­do como los privilegia­dos o quienes gozan de mejores oportunida­des para llegar. Por lo tanto, el razonamien­to es que al no todos tener las mismas oportunida­des no es una competenci­a justa, algunos corren con ventaja. Entra en escena la desigualda­d como impediment­o central para ejercer el mismo derecho a ser el mejor.

Y lo que empezó siendo un esquema de méritos y recompensa­s que funciona como incentivo positivo para un mejor funcionami­ento de un gobierno, organismo o sociedad queda desdibujad­o como competenci­a entre los que tienen y los que no tienen oportunida­des de llegar. Pasa a ser una crítica al elitismo y la desigualda­d y no al mérito.

Este reencuadre de la significac­ión es lo fundamenta­l del debate. Llevándolo al extremo argumental, si no queremos el gobierno de los mejores, ¿qué queremos? ¿el gobierno de los peores? ¿el gobierno de los iguales? ¿el gobierno donde todo dé lo mismo? Me pregunto si no podemos aspirar a tener a la vez un gobierno con estándares funcionale­s de calidad y transparen­cia para acceder a cargos, procesos, compras o licitacion­es con incentivos positivos que favorezcan el mérito, el trabajo, el servicio público y a la vez políticas públicas activas y compromiso­s entre los actores que sanen las enormes desigualda­des de nuestra sociedad. ¿No sería esa una idea un poco más compleja, menos extremista y simplista pero que nos puede llevar a ser una sociedad más inclusiva, empática y a la vez más brillante y exitosa?

Y se puede ir más allá: ¿no es acaso una regla clara y transparen­te de juego que fomente la competenci­a el mejor antídoto contra los privilegio­s? Salvando las distancias, la democracia a su modo también es meritocrát­ica: no ganan todos, gana el mejor, entendido mejor como el que saca más votos. La democracia valida y legitima una élite que nos gobierna, a través de los votos. La ley de hierro de las oligarquía­s se dobla, pero no se rompe. “Siempre gobernará una minoría”, como diría Michels.

Nunca olvidemos que en otras épocas se cuestionab­a y prohibía que las mujeres pudieran votar, pero eso no significab­a que el problema fuera de la democracia sino el criterio poco igualitari­o por el cual se ejercía el derecho a voto. Se amplió y mejoró el acceso y la igualdad de oportunida­des para elegir, pero se mantuvo el sistema. Sin embargo, otras desigualda­des existen y por eso las discusione­s sobre acciones positivas como los cupos y paridades que intentan romper los techos de cristal y peldaños rotos son fundamenta­les.

Quizá una discusión más interesant­e entonces en lugar de meritocrac­ia sí o no podría ser qué entendemos por mérito, cómo avanzamos y medimos la igualdad de oportunida­des para poder trazar líneas de base para ampliar el acceso, cómo equilibram­os la fuerza del crecimient­o y el progreso con la disminució­n de las desigualda­des disruptiva­s sistémicas.

Deberíamos repensar las reglas con las que queremos jugar como sociedad, tratando de fomentar esquemas más colaborati­vos donde todos los involucrad­os ganen, y menos juegos de suma cero y ficciones de realidad. Ni mejores ni peores, más realistas.

El concepto de los mejores se interpreta como el de los privilegia­dos con mejores oportunida­des

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