El “goyete” del asunto
En una época en donde la dificultad de sostener una experiencia compartible ya comenzó a ser una marca antes de la pandemia, la llegada de la oportunidad para dirigir esta película no podría haber sido más oportuna. Rivera 2100 involucra a un grupo de artistas que sobrellevaron la experiencia autogestiva en un contexto amenazador como fue en los años 70 y propuso un desafío de construcción de una narrativa en donde esta gesta estuviese representada.
Conocí a la familia Vitale y al grupo MIA durante la época de la dictadura, cuando colaboraba como fotógrafo de la revista El expreso imaginario y asistí a sus increíbles recitales siempre llenos, convocados a puro correo, por carta -no e-mail- y sin afiches en las calles. Me entusiasmé, tomé clases de piano con Lito Vitale y visité varias veces la casa de Villa Adelina, así surgió la ocasión de un préstamo de un teclado para un concierto: el “mini moog”que yo tenía, todo un privilegio para mí.
Esta anécdota está ligada a algo que no hubiese imaginado: dirigir una película sobre MIA.
Aquel encuentro facilitó el reencuentro. La idea de Lito de hacer la película junto con los productores Marcelos Schapces y Mariana Erijimovivh se puso en marcha. Lo primero fue regresar a Villa Adelina. La primera sorpresa fue encontrarnos con una imprenta que parecía estar en sintonía con sus antiguos ocupantes ya que con la otra locación, la casa en San Telmo -lugar actual de residencia-, nos enteramos que anteriormente también allí había una imprenta. Entonces empezó a alinearse el planeta de la familia Vitale.
La oportuna entrevista a Esther Soto, madre de los Vitale,
antes de su partida marcó el norte de la película. El libro que me obsequió “Siwa, literatura geográfica, un Islario que incluye ínsulas y archipiélagos que no existen” del cual ella fue parte como productora y escribiente fue la señal de lo que estaba por venir y ya estaba siendo. Así lo compartimos con las coguionistas, Paula Romero Levit y Alicia Beltrami. Esther Soto, antropóloga y arqueóloga, además de productora de MIA, nos mostraba que la casa era un filón de materiales valiosos, un enorme archipiélago que invitaba a navegar.
Con Fede Bracken -director de fotografía- registramos materiales variopintos y con Nico
Giusti, un sonidista afilado para capturar esa música cotidiana, encontramos los puentes de unión entre todo lo que descubríamos. Había innumerables carpetas que Donvi, el padre, que siendo un matricero automotriz, lector empedernido, filósofo, y pedagogo, guardaba en un mueble que él mismo diseñó para atesorar sus ideas, pensamientos, notas o artículos que conformaban un gran collage a ser descubierto, incluyendo diapositivas escondidas de la época.
Había que dejarse contagiar por la atmósfera de la casa, con ensayos que se escuchaban en la lejanía, de Liliana cantando o de Lito tocando el piano, o por los magníficos almuerzos que nos encontraban a todos juntos, los habitantes de la casa, el equipo técnico y en charla con los productores para ir coordinando el día a día. Nos fuimos instalando y casi que la sentimos nuestra. Luego llegaron los integrantes de MIA para celebrar un reencuentro e invitados con invalorables aportes, Pipo Lernoud, Miguel Gringberg, Mex Urtizberea y Salvador Gargiulo, editor del libro sobre Donvi, Siwa. y de poemas de Esther.
La película “apareció” cuando Liliana y Lito nos cuentan la importancia de un concepto que había surgido de Donvi, la revelación del “Goyete”. Se trata, ni más ni menos, que del sentido mismo en lenguaje musical, sellado en un enchapado de color oro en el piano que construyó Donvi, ese que uniría las diversas islas. Así lo experimentamos todos los que participamos. Entre otras cosas, el cine sirve también para indagar en los puntos ciegos de nuestra existencia. De allí el agradecimiento a la convocatoria de los Vitale y la productora, por acompañar a que esta idea llegue a su mejor concreción y, por sobre todo, para que tenga Goyete.