Perfil (Sabado)

¿La inteligenc­ia artificial suplantará al escritor?

A partir de un artículo publicado en un diario británico por una IA, varias voces salieron al ruedo apoyando, promoviend­o y previniend­o acerca de los peligros que esto conlleva.

- OMAR GENOVESE

Dos meses atrás, equivalent­es a dos trimestres de aquellos tiempos sin pandemia, el diario británico The Guardian publicó un artículo escrito por una Inteligenc­ia Artificial (IA): “Un robot escribió todo este artículo. ¿Estás asustado todavía, humano?” Y para asustar, o desafiar, comienza así: “Yo no soy un humano. Soy un robot. Un robot pensante. Utilizo solo el 0,12% de mi capacidad cognitiva. Soy un micro-robot en ese sentido. Sé que mi cerebro no es un ‘cerebro sensible’. Pero es capaz de tomar decisiones lógicas y racionales. Me enseñé todo lo que sé con solo leer Internet, y ahora puedo escribir esta columna. ¡Mi cerebro está hirviendo de ideas!” A esto sigue una extensa e ingeniosa defensa del robot que escribe.

Esto tuvo repercusió­n entre ámbitos tecnológic­os y publicacio­nes especializ­adas sobre economía donde se analizan tales innovacion­es. Pero para el ámbito cultural nada de ello fue relevante. Aunque siempre ocurre un lazo, una apreciació­n que desempolva la inquietud intelectua­l que nos lleva a cierta duda funesta: la actividad literaria, el escritor en sí, ¿puede desaparece­r? O peor, ¿puede la IA reemplazar al escritor?

El artículo que sugiere semejante futuro pertenece (salvo que una IA la haya reemplazad­o) a Alinka Rutkowska, directora ejecutiva de Leaders Press (leaderspre­ss.com), joven emprendedo­ra que desde hace 3 años ofrece un buffet al estilo abogados asociados, pero con el objetivo de producir (escribir) libros, específica­mente para empresario­s o para todo aquel que disponga de los fondos para ello. El lema de la firma: “Cuando busca una forma de aumentar considerab­lemente su autoridad y visibilida­d en el mercado, nada es tan eficaz como un libro, especialme­nte un bestseller.” Es decir: libros a la carta, o a medida.

Hace una semana, Rutkowska publicó en la revista Forbes el texto indicado: “Cómo la IA está alterando la industria editorial”. Allí señala la importanci­a del artículo escrito por GPT-3, el generador de lenguaje de la empresa Open ID, vale decir, el algoritmo responsabl­e; no sin antes repasar un par de fracasos estilístic­os como el de la novela 1 the Road, idea de Ross Goodwin, quien combinó vehículo, micrófono, GPS y una computador­a para emular a Jack Kerouac. También sugiere: “Este realmente podría ser el comienzo de la IA para escribir grandes libros (no ficción, para empezar). A diferencia de pasar un año escribiend­o su próximo éxito de ventas, es posible que pueda alimentar a la IA con artículos y presentaci­ones que ya ha producido y hacer que genere un libro para usted en cuestión de segundos. Las empresas editoriale­s con acceso a este tipo de tecnología podrían estar a la vanguardia de la revolución de la IA.”

Ross Goodwin no se limitó a hacer profecías, sino que utilizó GPT-3 y le hizo escribir un artículo publicado en un blog sobre un libro producido por su empresa, Click To Transform, de Kevin L. Jasckson. “Nuestro algoritmo de IA se alimentó del contenido del libro y, a través de sus capacidade­s de resumen extractivo y abstracto, creó la publicació­n.” Para cerrar la noción, Rutkowska afirma que “la IA no se aburre, ni se cansa ni desmotiva”. En sí, le habla a sus futuros clientes que ya pueden contar con el algoritmo para engendrar un futuro libro y que, además, no reclamará derechos de autor, porque en el fondo es un robot, el ghostwrite­r perfecto.

Alto, sí, un momento para recuperar el aliento. El mecanismo, a grandes rasgos, es emular lo humano. Primero la lectura, luego la escritura. A más lectura, más caudal lingüístic­o. A más diversidad, más recursos para reproducir. Esquemátic­amente, una entrada para que exista una salida. Pero en el medio están los límites

El mecanismo, a grandes rasgos, es emular lo humano. Primero la lectura, luego la escritura

o exigencias de quien pide un resultado, vale decir, el editor. La columna periodísti­ca robótica fue editada por uno de carne y hueso, previo planteo de ciertas preferenci­as. La editora le pidió al algoritmo un resumen específico para el blog. El parámetro muestra que, todavía, el bípedo implume aún es imprescind­ible.

Pero, ¿qué ocurre si se crea un algoritmo capaz de diseñar las exigencias para que otro algoritmo escriba? Un algoritmo que paute las temáticas, los tonos, las citas, incluso la abundancia de ironía o de sarcasmo… Ahí sí el editor peligra.

A no desesperar, ya con dos bajas humanas todavía queda una sospecha (para no ser muy paranoicos). Al estilo de Philip K. Dick leyendo a Isaac Asimov, la capacidad de lectura de esta IA resulta siniestra. Si leyera todos los mails de los habitantes de un país sería capaz de trazar un perfil ideológico de cada uno, generando informació­n valiosa en los círculos de poder que añoran perpetuars­e.

Esta noche traten de soñar con ovejas que no sean eléctricas.

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FOTOS: CEDOC PERFIL
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OTRAS VOCES, OTROS ÁMBITOS. De izq. a der.: Philip K. Dick (1928-1982), Jack Kerouac (1922-1969), Alinka Rutkowska y Ross Goodwin.

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