“No estamos solos”: las redes de la comunidad venezolana en Argentina
Al margen de las políticas de turno, migrantes y refugiados apuntalan su integración a través de asociaciones propias e influencers que se coordinan para asistir a los más vulnerables.
“No estamos solos”. Lo afirma Vincenzo, que vive en Argentina, desde hace 17 años, cuando le abre la puerta de la asociación que preside a cualquier migrante o refugiado, sin importar si viene de Venezuela, como él, o de cualquier otro lugar. Lo transmite Wil, con menos tiempo en el país, en cada uno de sus posteos de Instagram. Y Daniela, al aceptar cruzar algunos mensajes vía Whatsapp, mucho más reservada. También algo más vencida que sus compatriotas. Su historia, como la de tantos que se fueron de su tierra, es una de sueños truncos y una lucha de meses, en plena pandemia, por no perder el techo bajo el cual duerme junto a su marido y tres pequeñas.
Al margen de los gobiernos y sus políticas, la diáspora venezolana aprendió a remendar su comunidad al otro extremo del mapa, a través de una vasta red que se despliega entre el territorio y la virtualidad. Algunas organizaciones precedentes a la emergencia migratoria de los últimos tiempos se reconvirtieron para donar abrigos y alimentos o asesorar en nuevos emprendimientos. Grupos de Whatsapp que funcionaron como fuente de interconsultas durante la travesía ahora sirven para cruzar datos sobre alojamiento y empleo. Nacieron nuevas aplicaciones digitales, foros de Facebook con consejos para completar trámites migratorios y ‘panas’ que se volvieron influencers por su facilidad para comunicar y acompañar.
“Las redes han generado lazos humanos nuevos que muchas veces son unilaterales”, comenta Wil Vasquez, más conocido en Instagram como @ gochitoenba . Recuerda una vez en la que una de sus seguidoras lo sorprendió con un mensaje: “Gracias por responderme cuando me iba a suicidar”. Lo shockeó: “Me dijo que estaba deprimida, que su marido la había dejado por otro hombre y yo me acuerdo que busqué la forma de aconsejarla y le dije que busque un psicólogo. Y el hecho de que me haya tratado con tanto cariño, que se sintiera tan agradecida, dije, bueno, vale la pena lo que uno hace.”
En la Argentina, los venezolanos constituyen el primer grupo por origen entre los solicitantes de asilo, con el 39% del total. Son 3.698, según la Plataforma Regional de Coordinación Interagencial para Refugiados y Migrantes de Venezuela (R4V), una estructura digital de alcance regional que combina información de ACNUR y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). Apenas una pequeña porción del grueso que arribó desde 2015, producto del desplazamiento incesante, y que ya supera los 210 mil, concentrados, mayormente, en la región metropolitana.
Al igual que Vasquez, muchos otros venezolanos se convirtieron en puntos de referencia en Instagram, Facebook y You tube. Desde @unpanaenarg, Fernando Guaiña combina afiches —a veces humorísticos, otras con mensajes positivos —con
una amplia gama de servicios, como opciones médicas a cargo de otros venezolanos. El artista, ilustrador y comunicador Quintín Rodríguez eligió contar su propio camino de sensaciones y miedos como migrante a partir de las bellas viñetas que componen El Diario de Emi. Fiorella La Rosa, con “Una chama en Argentina”, y Claudymar Orozco, con @tuguiaenarg, también intercalan sugerencias con sorteos y promoción de servicios de variado tipo. Y esos son solo algunos ejemplos.
Lo más interesante, sin embargo, sucede tras bastidores virtuales, en un grupo de Whatsapp privado en el que algunos influencers y emprendedores venezolanos se comparten casos de compatriotas en situaciones de vulnerabilidad. Entre sus miembros, conviven comerciantes que compiten con sus productos en la Ciudad pero cooperan para dar una mano a terceros. Y todo lo hacen con discreción. Como una vez que un joven venezolano, que trabajaba como delivery en la pandemia, fue arrollado por una moto y sufrió múltiples fracturas en toda la pierna. Necesitaba 90 mil pesos para operarse y los juntaron en dos horas, con el aporte de todos.
Puntos de partida. Muchos de los caminos desde Venezuela arrancan con Google. Preguntando en grupos que se establecen en Facebook con un destino, ruta y día tentativo de partida. Grupos de Whatsapp a los que se accede por recomendación. Se aprende a navegar entre links, algunos más confiables que otros. “Al llegar, te van a pedir esto.” “Ojo, no digas aquello.” “¿Cómo repercute el precio del dólar en Argentina?”. Intercambian referencias sobre dónde alquilar en destino.
Acorde a la Evaluación Regional sobre Necesidades de Información y Comunicación, de noviembre 2019, en base a encuestas en 15 países de Sudamérica, el 70% de los venezolanos encuestados tiene acceso a un teléfono móvil y, en la mayor parte de los casos, se trata de un dispositivo inteligente (76%). Todos los venezolanos consultados con acceso a servicios de conectividad mencionaron que Whatsapp (36%) y Facebook (32%) son los principales canales de información y comunicación.
Entre 2016 y 2018, arribó a la Argentina el grueso de los migrantes y refugiados venezolanos, alentados por ciertos beneficios que les otorgó el gobierno de Mauricio Macri para iniciar sus trámites de regulación que no siempre pudieron completar tan fácil. Se creó, acorde a los especialistas, un doble espejismo. Dentro del país, la idea de una migración exclusiva de “médicos, ingenieros y profesionales”. Hacia afuera, en ocasiones alimentada por las propias redes sociales, la representación de Argentina como un destino idealizado. El desplome económico de 2019 pulverizó el sueño de muchos venezolanos y venezolanas. Sobre todo quienes se hallaban en situación más precaria.
Daniela Carias y su marido arribaron en enero de 2019 junto a sus dos hijas mayores y una buena promesa de empleo en la firma petrolera donde trabajaba su cuñado. El objetivo era montar un emprendimiento entre ambas hermanas en
“Los últimos que llegan son gente grande. El hijo vino hace tres años. Y ahora trae a los papás”
paralelo. Hasta que la crisis se lo devoró todo: su proyecto, el empleo de su marido y hasta el del esposo de su hermana. Embarazados de una tercera nena, a Daniela y su familia ya no les alcanzaba para regresar a su tierra. Los pocos ahorros se evaporaron en los meses siguientes en alimentos, pañales y alquiler.
“Afortunadamente una amiga tenía un monoambiente alquilado por dos años y, para no dejar el contrato, me lo pasó a mí. Es donde vivimos actualmente”, cuenta Daniela. Su marido se las ingenió para salir adelante gracias a pequeñas ‘changas’ que surgían de los grupos de Whatsapp a los que se sumaron. Así consiguieron también que les donaran unas frazadas para pasar el invierno en Buenos Aires. Se quiebra cuando reconoce que hubo semanas en las que tuvieron que decidir si pagaban el gas o la comida.
“Los últimos que llegan ya no son tan jóvenes sino familias con gente grande. El hijo vino hace tres años. Y ahora trae a los papás, que no son profesionales, en su gran mayoría, sino gente que se dedicaba a oficios. A la vez que hay un grupo de adultos profesionales mayores que están en una suerte de limbo porque no pueden ejercer en un mercado laboral, aunque esto es un tema que excede a los venezolanos”, señala Vincenzo Pensa, presidente de la Asociación de Venezolanos en Argentina (Asoven).
Por años, la principal función de Asoven fue el reencuentro de la comunidad a través de los festivales de nacionalidades organizados por los gobiernos. La crisis migratoria de refugiados primero y la pandemia después le significaron un titánico desafío para reconvertirse. Sus miembros —migrantes venezolanos que hoy rondan los 50 a 60 años y argentinos que vivieron en Venezuela—se sintieron interpelados cuando la tragedia desfilaba ante sus ojos.
Primero inauguraron el proyecto Ropero Solidario.
Le siguió el espacio de contención. “Que empezó como uno emocional hasta que nos dimos cuenta que no se trata solo de la psiquis: contener es, asimismo, ayudar a capacitar a las personas para que sean emprendedores y que reúnan las condiciones. No es solo saber hacer una arepa , es también cómo vas a generar el mercado para que se venda”, ilustra Vincenzo.
Pero el tiempo desnudó las primeras debilidades de la red: así como probó ser muy activa y eficiente en la comunicación digital, no mostró la misma ductilidad para bajar al terreno. Ni para cooperar con otras asociaciones de compatriotas ni para sumar esfuerzos con otras comunidades ante similares problemáticas. Para apuntalarla fue clave el apoyo de ACNUR a través de su nueva área de Relacionamiento con la Comunidad, creada en 2019 con el modelo de trabajo que esta misma oficina realiza hace tiempo en lugares como Colombia. Su premisa: que las respuestas se generen desde la propia sociedad.
Así nació el Operativo Bien Abrigados 2020. Asoven se unió a Alianza por Venezuela, Baires de Libertad y Lazos de Libertad con el fin de ampliar el campo de acción. Naciones Unidas donó las prendas y un software capaz para mapear las necesidades a partir de los formularios de entrega que recolectaban las organizaciones para evitar la duplicación de beneficiarios. Y mediante una red con 30 nodos cubrieron Ciudad de Buenos Aires, el sur del conurbano y algunos partidos del Oeste, como el de Tres de Febrero. La campaña fue un éxito, no solo por haber alcanzado a un mayor número de personas que en 2019 sino porque, al final, cumplió el propósito de tender puentes dentro de la comunidad y fortalecerla como tal.