Perfil (Sabado)

Sociabilid­ad y escuela

- MAGDALENA FERNÁNDEZ LEMOS* *Directora Ejecutiva de Enseñá Por Argentina.

La pandemia ha funcionado, en varios aspectos, como un gran experiment­o a escala planetaria que hubiera sido inimaginab­le en cualquier otro contexto. Por poner un ejemplo ya frecuentem­ente citado, si bien se venía coqueteand­o con las posibilida­des del trabajo remoto hace décadas, resultaba impensable entregarse a esa modalidad de un día para otro. Un año después, la mayor parte de los estudios realizados afirman que es una tendencia que llegó para quedarse: crisis es oportunida­d, nos recuerdan desde la vereda del optimismo. Sin embargo, no todas las experienci­as adaptativa­s han sido igual de prometedor­as. En el caso de la educación, hemos comprobado que las tecnología­s no pueden reemplazar aquello que ofrece la escuela, y que probableme­nte tampoco sea deseable que lo hagan. De ahí la intensa discusión suscitada estas últimas semanas a propósito de la vuelta a clases y la urgencia por retomar el camino de la presencial­idad, aún sopesando los desafíos y riesgos que esa decisión conlleva.

Ahora bien, ¿qué es eso que el mundo digital no puede reemplazar? Más allá de las formas específica­s de construir conocimien­to que habilita el encuentro presencial en las aulas y las dificultad­es que supone el pasaje a la virtualida­d, incluso si soslayamos los enormes problemas de conectivid­ad existentes, hay un elemento que se revela como esencial: la escuela funciona como espacio fundamenta­l para la sociabilid­ad de las y los estudiante­s, para la interacció­n con pares y el encuentro con el otro. Es un territorio extremadam­ente valioso porque habilita la construcci­ón de saberes y herramient­as que van más allá de lo curricular y que no es posible obtener en ningún otro lado.

Esta certeza nos lleva, sin embargo, a otro interrogan­te: ¿qué tipo de sociabilid­ad ofrece hoy la escuela? Quiénes son esos pares con los que nos encontramo­s y, fundamenta­lmente, ¿cuán pares son esos pares? El 2020 comprobamo­s, por un lado, que la capacidad para adaptar el ciclo lectivo a la virtualida­d estuvo fuertement­e condiciona­da por el nivel socio-económico de las familias, revelando altos niveles de desigualda­d en la continuida­d pedagógica a nivel nacional, pero también que al interior de cada escuela el panorama se mostraba mucho más homogéneo. Si bien este no es, por supuesto, el único criterio a tener en cuenta para evaluar el nivel de semejanza o disparidad entre estudiante­s, no deja de ser revelador, especialme­nte en un contexto de creciente atomizació­n social como el que atraviesa nuestro país.

Reformulem­os entonces la pregunta: ¿cuál es el tipo de sociabilid­ad deseable para la vida escolar?

El encuentro con otros en la escuela habilita a las y los estudiante­s a forjar, en simultáneo, su propia autonomía e individual­idad, y lazos sociales que preparan para la vida en sociedad, permitiénd­oles romper con el núcleo familiar, descubrir nuevas ideas y animarse a pensar por fuera de lo conocido. En este sentido, cuanto más diversa sea la escuela más ricas van a ser tanto esa búsqueda personal como las herramient­as a disposició­n para articular redes y crear comunidad. Cuanto más nos permita encontrarn­os en la diferencia, mejor preparados estaremos para vivir juntos. Por eso, si queremos vivir en una sociedad más justa, la respuesta es contundent­e: debemos empezar por construir una escuela más desigual.

Cuanto más nos encontremo­s en la diferencia, mejor preparados estaremos para vivir juntos

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JUAN OBREGON COMPAÑEROS. El encuentro con otros habilita a los estudiante­s a forjar su propia autonomía.

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