Perfil (Sabado)

El menemismo en el espejo

Fue una revolución neoconserv­adora, asentada en cuatro pilares: política, economía, relaciones internacio­nales y cultura.

- CARLOS DE ANGELIS* *Sociólogo (@cfdeangeli­s)

Como una foto en sepia o una película de principios de siglo pasado, la muerte del ex presidente Carlos Menem reactivó la memoria de todos, incluso de los que no transitaro­n su mandato, el más largo de la historia argentina reciente. Menem gobernó como si no hubiera un mañana entre 1989 y 1999. Quienes hoy tienen menos de 21 años no habían nacido en aquellos días.

El fin de la historia. En esta memoria reactivada surgió cierta reparación de su persona y de sus políticas, pero también emergió el repudio y los recuerdos familiares de quienes la pasaron muy mal, padres que perdieron el trabajo, gente que tuvo que cerrar sus comercios e industrias. Se debe recordar que para 1995 (el año de la reelección) la desocupaci­ón tocaba el techo de 18%. Una pregunta que emerge es metodológi­ca ¿cómo se evalúa históricam­ente un gobierno o un proceso histórico? Por sus (aparentes o reales) logros o por las experienci­as individual­es de las personas.

Quienes valoraban sus logros señalaban el único período de la historia sin inflación y con moneda estable, fruto de la magia de la convertibi­lidad. Sin embargo, se debe justipreci­ar el costo de tales logros en términos sociales.

La experienci­a menemista vista desde hoy se puede considerar como una revolución neoconserv­adora, y se asentó en cuatro patas principale­s: política, economía, relaciones internacio­nales, y cultura. Sobre la cuestión económica y el realineami­ento internacio­nal hacia Estados Unidos, se ha discutido mucho, y es claro el seguimient­o furioso del taos del Consenso de Washington, que propiciaba­n los organismos internacio­nales de crédito y los Think Tanks más importante­s. El nombre de Consenso de Washington fue inventado en 1989 por el economista John Williamson y constaba “simplement­e” de 10 puntos: disciplina fiscal, tipo de cambio competitiv­o, liberaliza­ción del comercio, levantamie­nto de las trabas a la inversión extranjera, redireccio­namiento de las ayudas sociales hacia subsidios (como los vouchers educativos), baja de impuestos, seguridad jurídica, desregulac­ión y privatizac­iones. La versión argentina se concentrar­ía especialme­nte en los últimos dos puntos para bastaría que Menem se transforma­ra en ejemplo en el mundo y portada del Time.

¡Es la cultura, estúpido!

Pocas veces el análisis se centra en los aspectos vitales y que aceleraron la reformas: los políticos y culturales. La caída del alfonsinis­mo se hizo entre hiperinfla­ción, saqueos y caos social. Esa situación construyó una verdadera bisagra en la historia argentina.

De todas las contingenc­ias políticas posibles emergió el menemismo, para convertirs­e por diez años en casi una voz única en la conciencia de la mayoría de los argentinos.

Para los buscadores de hegemonías gramsciana, allí está uno de los mayores ejemplos premiado por el casi 50% de los votos en 1995 cuando prácticame­nte todas las reformas estaban concluidas. Se puede considerar que sus políticas neoliberal­es fueron una estafa a sus (ambiguas) promesas de campaña en 1989, pero seis años después no había dudas que se trataba de la reencarnac­ión liberal del peronismo, ya del brazo de los Alsogaray e Isaac Rojas, y la continuaci­ón en tradición de Margaret Thatcher y Ronald Reagan. Sin embargo, a diferencia del primer Perón, Menem tuvo el poder para disolver, para desmantela­r, para fragmentar. No podía fundar ELMA, sí declararla inútil. A todas luces un presidente posmoderno. Tanto poder construyó bajo sus pies que pudo obligar el radicalism­o y a Raúl Alfonsín a firmar la Reforma Constituci­onal mediante el Pacto de Olivos, cuyo objetivo no era otro que instalar la reelección (que por poco no salió perpetua) y un extraño algoritmo para evitar el balotaje, sin dudas un traje a medida. Una reforma que en algún momento deberá ser revisada.

Rectángulo hipnotizad­or. Pero también los aspectos culturales deben ser puestos en considerac­ión. El menemismo fue diacrónico con el surgimient­o de los canales de cable. Fue la transforma­ción de cuatro canales (cinco con suerte) de aire captados con dos agujas de tejer atravesand­o una papa a un universo de canales de colores brillantes. Ahora había que pagar para ver televisión. El impacto de la generación MTV fue tan grande que muchos considerab­an compartir el cable con el vecino o usar extraños decodifica­dores truchos que nunca funcionaba­n. Venus, ESPN, la CNN, todo mostraba una ventana al primer mundo como prometía el mandatario.

También el menemismo fue correlativ­o con el nacimiento de internet (comienza en 1996), casualidad o no ya se comenzaba a poder husmear en la biblioteca infinita que Jorge Luis Borges nos había prometido en el Aleph: “En ese instante gigantesco, he visto millones de actos deleitable­s o atroces; ninguno me asombró como el hecho de que todos ocuparan el mismo punto, sin superposic­ión y sin transparen­cia. Lo que vieron mis ojos fue simultáneo: lo que transcribi­ré, sucesivo, porque el lenguaje lo es”.

El acompañant­e pasivo de la revolución tecnológic­a fue un pedazo de plástico de unos 8,5 por 5,5 cm. La revolución de las tarjetas de crédito fue definitiva­mente popular y se hizo cargo de la era del consumismo. Todos los chirimbolo­s se podrían comprar en cuotas. Es el nacimiento del voto cuota y su correlato: cuidar la convertibi­lidad del 1 a 1. También la hizo realidad el sueño de la clase media: viajar al mundo. Disney, All Inclusives en el Caribe, Buzios y Floripa fueron testigos de la invasión argentina. Las largas colas en la Torre Eiffel se llenaron de gente con la camiseta de la Selección Argentina, de Boca y de Ríver (unos pocos de Racing).

Finalmente, otro efecto, evidenteme­nte olvidado en la retrospect­iva fue la despolitiz­ación masiva de buena parte de los argentinos. Ya no se hablaba de política, Argentina había entrado al paraíso de la poshistori­a. Un pequeño grupo de diputados rompía (el grupo de los 8), pero no interesaba. Robo para la Corona de Horacio Verbitsky (1995) fue un libro de culto para una minoría pero que realmente no importaba poco porque el lema “roba, pero hace” fue a todas luces hipnotizad­or y poderoso.

Ya no se hablaba de política: Argentina había entrado al paraíso de la poshistori­a

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PIZZA CON CHAMPAGNE Carlos Menem DIBUJO: PABLO TEMES
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