Perfil (Sabado)

Innombrabl­e capicúa

- RAFAEL SPREGELBUR­D

Tuve que aclarar a amigos en el extranjero que no, que no estábamos de luto, que no creyeran en las noticias, pese al decreto oficial y el velatorio en el Senado y los protocolos sin lágrima y con sorna. Sin embargo, como siempre que se trata del innombrabl­e, los hechos me refutan.

Carlos Sául Menem gozó del privilegio de convertirs­e en adjetivo: lo “menemista” signó una época larga y retornable y designó una serie de conceptos en cadena para los cuales no hubo ni habrá palabra otra. La arquitectu­ra que en otros países se llamó “internatio­nal style”, por ejemplo, acá se simplificó como “menemista”, con los dorés y espejitos del Hotel Costa Galana. Ciertos autos, como el Chrysler Neon, también. Muchos salones de fiestas respondier­on al adjetivo, por no hablar de las fiestas que alojaron. Los trajes cruzados de colores brillosos lo son. El menemismo, hecho palabra, hecho adjetivo para pegárseles a las cosas, se les pegó a todas, como un virus. Las personas que discutían acaloradam­ente acusaban a cualquier interlocut­or de “menemista” para desautoriz­ar un argumento equis. Los críticos de teatro encontraba­n obras “menemistas” cuando les parecían malas y los artistas se enfrentaba­n a críticos “menemistas” cuando éstos hablaban mal de sus creaciones.

Pero hay más que lo semántico: Menem logró un salto sobre la grieta que ningún historiado­r podría haber augurado previament­e y que ninguno quiere aclarar a posteriori: se trata del único peronista (y con papeles) votado por la oligarquía y el gorilismo, a quienes por única vez no les importó de dónde viniera, sino más bien a dónde era evidente que iría. Se lo votó en silencio y sin que los vecinos se enteraran. Tengo una obra de teatro de su época en la que aproveché un episodio universal muy parecido para metaforiza­r la situación: el voto checo a la ocupación nazi en 1939, donde nadie podía creer que Hitler ganara el plebiscito en el que se elegía la anexión al Tercer Reich porque nadie lo habría votado abiertamen­te y sin embargo todos lo votarían puertas adentro y con pudores. Yo nunca, nunca, nunca conocí a ningún menemista confeso en mi círculo de acción. ¿Dónde estaban?

De la supuesta traición a sus creyentes poco puede agregarse hoy que el capítulo se pretende cerrado: el rango de movilidad del peronismo es amplio, local y variopinto. También por ello es que el adjetivo “menemista” es sinónimo de “traidor”, de “disfrazado”.

Nos quedará sin develar el secreto mejor oculto en el lacerado pundonor de un pueblo: ¿por qué llegó a donde llegó? ¿Qué hilos automático­s lo dejaron hacer? Siguió siendo nuestro Senador. El menemismo fue ese pacto negro no enunciado que reunió a todo un pueblo, ya herido y ya vejado. El mismo pueblo que ahora se enfurece con el luto y dice que no, no y no.

Ya conocemos las palabras: lo capicúa siempre vuelve, como un boomerang. A cerrar puertas y ventanas.

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