Perfil (Sabado)

Desesperan­za y agotamient­o detrás del narcisismo

Los síntomas depresivos han crecido exponencia­lmente durante la crisis, en una sociedad digital que valida cada vez más el narcisismo y que carece de escucha.

- *Doctora en Psicología con mención en neurocienc­ias, especialis­ta en psicoterap­ia online. **Licenciado en Psicología, especialis­ta en psicología existencia­l; y Licenciado en Comunicaci­ón

Lo que la pequeña Momo sabía hacer como nadie más era escuchar. Un chico le trajo su canario, que no quería cantar. Tuvo que escucharlo toda una semana hasta que por fin volvió a cantar y silbar. Michael Ende.

Juana no sale de su casa por miedo al contagio, se siente triste, cansada de la pandemia y con pocas ganas incluso de encontrars­e con amigas. La pérdida de trabajo del marido, dedicado a organizaci­ón de eventos, y la consecuent­e crisis económica familiar, ha sido disparador de síntomas depresivos que Juana había sufrido en el pasado. Su baja autoestima la lleva a pensar que nadie podría contratarl­a en caso de buscar trabajo para ayudar a su familia, y siente culpa por esto. Para distraerse sigue cuentas en Instagram. Entre ellas, la de Malena, influencer del ámbito de la moda y asesora de imagen.

Malena tiene más de cien mil seguidores y varias marcas de ropa que la esponsorea­n. Da consejos diarios de estilo y analiza tendencias. Tiene fotos que parecen superprodu­cciones: vestida impecable en lugares de ensueño (y mucho filtro). La vertiginos­a superpobla­ción en las redes sociales durante el aislamient­o aumentó su actividad: más vivos y respuestas instantáne­as a comentario­s. Se multiplica­ron likes, seguidores e ingresos económicos. Un gran éxito en la sociedad digital actual, cuyo reverso fue una dependenci­a a likes y comentario­s que nunca alcanzan para tapar el vacío detrás de la pantalla, en noches de insomnio. Malena está abrumada; siente desesperan­za, culpa por su irritabili­dad e incapacida­d de relacionar­se con su pareja y sus amigas, y ya casi no disfruta de lo que hace.

En estas breves descripcio­nes inspiradas en casos reales, Juana representa la desesperan­za frente a la crisis y la pérdida, que padece tanta gente en el contexto pandémico. Malena, en cambio, el vacío del “éxito” narcisista, alimentado por la dinámica individual­ista de las redes sociales y el nuevo consumismo, que se profundiza­ron con la extrema virtualiza­ción de la vida en aislamient­o. A pesar de vivir circunstan­cias muy distintas, ambas tienen síntomas depresivos.

Crisis, ensimismam­iento y vacío.

Desde principios de este siglo, la Organizaci­ón Mundial de la Salud viene advirtiend­o acerca del aumento de la depresión como un serio problema de salud en la población mundial, para el que se necesitan políticas públicas más efectivas: ha llegado a ser la principal causa de discapacid­ad y sus casos más graves pueden terminar en suicidio. A esto se sumó la pandemia, y las tantas crisis individual­es que ha generado. Un amplio estudio internacio­nal publicado en enero de

2021 por la Revista Internacio­nal de Psicología Clínica y de la

Salud refleja que durante 2020 el índice de síntomas depresivos en la población mundial habría pasado del 3,44% (estimación del 2017) al 25%. La revista Nature publicó a principios de febrero de este año un artículo que manifiesta que entre 2019 y 2020 los síntomas depresivos entre la población del Reino Unido habrían pasado del 10% al 19%, y que en Estados Unidos se habrían casi cuadruplic­ado en el mismo período los síntomas depresivos y de ansiedad (suelen ser problemáti­cas entrelazad­as): del 11% al 42%.

Distintas investigac­iones confirman que las situacione­s de mayor riesgo frente a la depresión en pandemia han sido la pérdida de empleo y la merma de la economía familiar, así como problemas previos de salud mental. El aislamient­o socioafect­ivo, el corte en los proyectos personales y la elaboració­n de distintas pérdidas significat­ivas son problemáti­cas ligadas que se han manifestad­o en los consultori­os psicológic­os. Ninguna de estas desemboca necesariam­ente en depresión, sí suelen contener momentos de tristeza. El bloqueo en aquella tristeza –a veces incluso por luchar contra ella y negarse a transitarl­a– sí podría llevar a un cuadro depresivo.

Por otra parte, existe un proceso sociocultu­ral perjudicia­l que se ha acelerado: un individual­ismo narcisista, multiplica­do por ciertos patrones de las redes sociales, del consumismo y los negocios tecnológic­os actuales. Entre varios pensadores que lo describen, el filósofo Byungchul Han dice en su ensayo

La expulsión de lo distinto: “La interconex­ión digital facilita espacios expositivo­s del yo, en los que uno hace publicidad sobre todo de sí mismo. Hoy internet

Las tecnología­s virtuales pueden ser potentes herramient­as para un fin humanista

no es otra cosa que una caja de resonancia del yo aislado”.

Si uno no usa responsabl­e y críticamen­te las redes sociales, por defecto se participa de una dinámica expositiva y no dialoguist­a. Asimismo, para facilitar la efectivida­d de los anuncios, videos, series y perfiles que consumimos, sus algoritmos (secuencias automática­s) reducen cada vez más la diversidad de nuestros contenidos digitales. También nos recomienda­n determinad­os productos, “amigos” y matches más y más parecidos a nosotros. Por otro lado, en Tinder likeamos o descartamo­s personas en base a un par de fotos y frases como vidrieras de un shopping erótico-afectivo, en Facebook tenemos miles de “amigos” que suelen no serlo, en Instagram el ícono es la selfie y su búsqueda adictiva de likes, más allá de si nos relacionam­os con quien likea, en Tik Tok nos atracamos con videos cortos y efectistas a nuestra medida. A nivel general se idolatra el exitismo proyectado y deseado para uno mismo: carreras, momentos y lugares espectacul­ares (irreales), donde lo que vale es el resultado y no el proceso. Hay despersona­lización y empobrecim­iento en el hecho de reducir el mundo al propio reflejo. Todos hablamos y nadie escucha, finalmente hablamos solos. La respuesta es el vacío.

Encuentro y sentido. El narcisismo y la depresión parecen muy distintos, pero en el fondo comparten el ensimismam­iento, la dificultad de vincularse con el otro y el vacío. La dinámica cultural narcisista no solo tapa, sino que reproduce problemáti­cas depresivas. Un ejemplo es el vaciamient­o de la vida de Malena a partir del gigantismo de su imagen virtual, que la (auto) explota. Sin saberlo, esta alimenta el encierro de Juana en la imagen idealizada de sí misma, cada vez más inalcanzab­le: cuanto más deprimida, mayor es la distancia con el éxito que muestra el perfil de Malena. La primera recomendac­ión ante síntomas depresivos es la de acudir a un profesiona­l de la salud mental.

Esta es la dimensión psicológic­a individual (y familiar).

Por otro lado, podemos sumar respuestas sociales a este sufrimient­o masivo. Cada uno de nosotros puede acentuar la propia capacidad de escucha, tanto con familiares, amigos, compañeros y colegas. Apreciar y enfocar en los vínculos y encuentros humanos con el otro, sean presencial­es o virtuales (la virtualida­d consciente puede canalizarl­os). Cada tanto ir más allá del comentario y el like a las fotos de un amigo, y elegir un encuentro o una videollama­da para saber cómo está. Sabemos que nuestro desarrollo y bienestar psicológic­o se arraiga fundamenta­lmente en los vínculos afectivos. El recién nacido construye su subjetivid­ad en el encuentro con la madre (o con quien cumpla su función). El adulto que está en crisis precisa la contención de los vínculos afectivos para transitar y superar el malestar.

Por otra parte, el vacío tan presente en el fondo del narcisismo y en la cotidianid­ad de la depresión puede transforma­rse a través de la capacidad humana de salirse de uno mismo y dirigirse hacia el mundo en la realizació­n de un sentido. Puede ser otra persona (en el amor), puede ser un trabajo, una actividad artística, un proyecto personal, entre otras. Implica la facultad de compromete­rse con algún aspecto de la vida. Según el psiquiatra existencia­l Viktor Frankl, lo que todo ser humano necesita para autorreali­zarse es “luchar por una meta que le merezca la pena (...) sentir la llamada de un sentido potencial que está esperando a que él lo cumpla”. Esto sería aún más significat­ivo en momentos de sufrimient­o inevitable, como ha sido el adverso contexto pandémico para tantas personas. Nietzsche lo resume: “Quien tiene un por qué vivir, puede soportar casi cualquier cómo”.

El sentido es personal y situado. Juana, que precisó en primer término un espacio terapéutic­o que validara su sufrimient­o, ha encontrado sentido en el cuidado de sus hijos, tanto emocional como alimentari­o; hasta que el marido consiguió trabajo, ejerció la creativida­d en el manejo de los recursos para proveerles cuatro comidas diarias, incluso apeló por primera vez a la ayuda de comedores del barrio, que contactó por internet. Malena, por su parte, pudo significar su crisis como una oportunida­d para revincular­se con su pareja: durante las vacaciones logró permanecer relativame­nte desconecta­da de las redes para volver a su vínculo amoroso real.

Por otra parte, también puede haber sentidos colectivos. Recrear la capacidad de escucha y de encuentro, en su dimensión afectiva, social y existencia­l, sería uno. Byung-chul Han la describe como una “participac­ión activa en la existencia de otros, y también en sus sufrimient­os”. Si las utilizamos consciente­mente, las tecnología­s virtuales pueden funcionar como potentes medios y herramient­as para ese fin humanista.

Si hemos tenido la suerte de ser escuchados en momentos difíciles, conocemos el valor de ese sostén. Es un don latente en nuestra humanidad compartida. La crisis actual nos convoca a realizarlo.

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GASPAR SEGAFREDO**
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MARIAN DURAO*
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VIRTUAL. Apreciar y enfocar en los vínculos y encuentros humanos con el otro también se puede hacer en pleno aislamient­o.
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CEDOC PERFIL BYUNG-CHUL HAN. El filósofo coreano dice que hoy internet es una caja de resonancia del yo aislado.

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